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martes, junio 11, 2024

Poema "No fui a recoger a mi hijo" por Yolanda Arroyo Pizarro

En el año 2016 el mundo se sorprendió ante la noticia de los 49 fallecidos en la masacre de Pulse, en Orlando. De esos, 23 eran puertorriqueños. Mi comunidad LGBTQ+ sufrió muchísimo por aquella injusticia motivada por el odio. Perdimos a novios, novias, esposos, esposas, grandes amores, hermanos, hijas, madres, amistades, en fin. Los cadáveres de los boricuas fueron trasladados a la Isla para que sus parientes y cercanos viviendo acá pudieran despedirse. Durante semanas muchos de nosotres asistimos a los memoriales, funerales, vigilias y velorios de casi todes. Pero uno de los cuerpos nunca fue reclamado por su padre, y permaneció semanas enteras en la nevera de la morgue. Ya fuera por la furia homofóbica, o porque se negaba a dar el último adiós a un hijo gay, o el desdén, o la indiferencia, o hasta el dolor de saberlo desaparecido para siempre, esa memoria no me abandona. 

Mañana se cumple otro aniversario de la Masacre de Pulse que fue un 12 de junio de 2016. En recuerdo a elles va este poema publicado en el libro Yo, Makandal.

 

 

no fui a recoger a mi hijo

 

no fui a recoger a mi hijo

como en el kínder

luego de hacer su lonchera

o a su espera en el merendero

velando que nadie lo molestara

cual primigenio padre ansioso

que necesita estar al frente de la verja

para verlo salir a salvo

estar ahí por si lo enfrenta un coloso

que lo hará llorar

que se burlará de sus músculos débiles

o de su vocecita de niña

 

no fui a reclamar a mi hijo

como cuando lo visitaba en el camerino

de su primera obra de teatro

o por su estreno en el cuerpo de bailarines

sabiendo que sufría

disimulando entre la canasta de frutas

alguna rosa escondida por su madre

aquellas que solo él disfrutaba en secreto

para evitar el acoso

la frustración

los miramientos y la humillación tosca

de tantos desentendidos

 

no fui a identificar a mi hijo

como en el desfile de la primera comunión

encubriendo su amistad con algún monaguillo

ocultando sus vestimentas coloridas

la maleta de maquillaje estrambótico

las pelucas, los sombreros y las estolas

las lentejuelas y los tacones en piel

 

no fui a cargar a mi hijo muerto

cual escultórica Pietà de Vaticano

no me atreví

no fui a su cuerpo

no fui a su rostro

ni a sus pestañas llorosas ante el dolor de los disparos

no fui a sus brazos temblorosos en la ausencia de mi bendición

ni al hueco de cuello moribundo

al que le falta mi corona de flores

no vi sus labios pronunciando un lamento

no recité junto a su oreja el ángel de la guarda

no dije amén con él

no me retorcí ante su falta de pulso

ante su pestañear agónico

frente a su ultimo respiro

no quise estar ahí

no lo busqué en la morgue

no lo saqué de aquella nevera morada

no lo recogí para besar su frente

no lo enterré

tiene culpa la vergüenza

tiene culpa  aquella discoteca

tiene culpa el asesino

tengo culpa yo

y en el fondo

no fui por el deseo de pensarlo aún vivo…



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Yolanda Arroyo Pizarro, escritora afrodiva