Amenaza con no tocarme más, mientras sea yo una impía.
Amenaza con no beberme hasta secar todos los labios de mi cuerpo.
Amenaza con no quererme; dice que no puede, que no se le antoja y que si aún el cuerpo se lo provocara, no sería justo. Que no puedo desearlo tan sólo por el placer de tenerlo. Que no puedo saciarme de su corriente seminal si no voy a abjurar. Tengo que confesar, y dejar de ser hereje… y dejar esta apostasía que lo hace llorar manantiales.
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