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sábado, mayo 13, 2006

Ciudad de las Gárgolas
ESPECIAL PARA EN ROJO
Periódico Claridad


















Por Yolanda Arroyo Pizarro
Literatura Urbana
Fuente: Periódico Claridad Publicado el 11 de mayo de 2006


Los he visto correteando por mis edificios, deambulando entre mis calles. Se toman de la mano o se abrazan, y a veces se detienen a encender algún farol. Se iluminan todas mis lumbreras, aún sin que sea la hora para ello. Se siente todo el calor de la urbe, justo en el centro de lo que acontece, justo como el calentamiento de pieles, entre un sol y un planeta, entre unos troncos y la chimenea. Mi diócesis abandona todo frío, aun cuando es tiempo de tempestad o invierno, y se calienta por sus bríos, por sus ahogos, por sus gemidos. Desde arriba, muy arriba, la galaxia observa todas mis edificaciones; acaloradas, calcinadas.

Tras casi dos mil años, el hombre más odiado de la historia ha regresado y el planeta convulsa. El traidor por excelencia ha dejado en la perpetuidad de las letras un testimonio. Los códices no lo callaron, los papiros no desaparecieron, el moho no desintegró su lengua ahorcada. El mundo duele, el mundo no calla y gime. La ciudad que mira el mundo igual palpita, igual late, igual se derrama. Yo soy la ciudad y soy verbo, y mientras se desatan pertinencias mayores, los amantes corretean.

Irrumpen abrazados a un parque. Se sientan en un banquillo y comienza un ritual conocido. Sus besos vuelven a encender la madrugada, aun ya prendida, aun ya nublada por la aurora boreal, aun ya iluminada por el alba como ave fénix. Besos que logran levantar las astas de mis banderas colocadas en las construcciones. Besos que logran elevar con tornasoles mis pararrayos, las antenas radiales, los satélites de canales de televisión. Todas mis parabólicas erectas, erectas por ellos, por su embrujo, por el jugo que derraman en mis callejas, en los adoquines de mis esquinas, en el fluvial de los alcantarillados.

Ella roza su espalda sobre una de las paredes de algún callejón y yo transpiro, y comienza a lloviznar. Él moldea su torso para embestirla pegado a alguna vitrina y entonces comienza a nevar. Yo suspiro. Suspiro hervida, suspiro inflamada, a veces convertida en un pedestal delirante y febril, o en busto sudado por tantas emociones, o en basílica gimiente. En gárgola.

Soy famosa. Jóvenes sicarios y un elevado índice de homicidios se vuelven mi ombligo con pruebas de carbono. También me ha dado a conocer algún cartel. Austeras y anodinas, mis localidades se han convertido en lugares desagradables para vivir, que aún destilan esperanza entre maderas y cementos. Las residencias que predominan han sido construidas con poca o ninguna consideración. Desbordo robos callejeros, desbordo éxodo y migración, plétora de crisis fiscales. Reboso pobreza, miseria, hambre. Derramo promesas, abundancia, sueños. El desempleo galopante, el creciente índice de delincuencia y la animosidad étnica me hacen sede del progreso. El delito ha desmoralizado a mis vecinos. ¿Cómo preocuparme por un nuevo testamento? ¿Cómo interesarme en Dios? No hay quien murmure Judas.

El verdadero evangelio se encuentra entre mis personajes de piedra y respira sobre cada centímetro de la metrópoli: en los escaparates, en el tren urbano, en los postes alambrados, en los artículos que se venden en las calles, en los semáforos, los carritos de hot dog. Los apóstoles de la urbe son los mercenarios de mis avenidas. Se cruzan los crímenes y sus caricias; se cruzan los hallazgos de arqueología que iluminan a la humanidad y sus jadeos, en especial porque ella se coloca a horcajadas sobre sus piernas, mientras él evita mirar el tráfico y se concentra, y vuelve a experimentar un fuego infinitesimal que lo carcome. Le jura estarla amando como nunca, como a nadie. Ella devuelve el mantra vez tras vez. Yo me derramo, salpico, enciendo nuevamente los faroles y se llenan de vapor las aceras. El vapor es de cigarrillos, es de mate humeando. El humo sabe a aguamiel, sabe a pulque de poblado artesanal, sabe a maví.

Se ven a escondidas; ella huye de una mujer con la que comparte su cama hace decenios, y él escapa de un matrimonio con dos hijos que hace mucho dejó de llamar su razón de ser. “Superarás a todos, sacrificarás la sangre que me cubre”, le dice el Maestro a su mejor Amigo, y lo descubren siglos después en un pergamino egipcio. La ciudad está supuesta a desmoronarse. Está supuesta a hundirse, a ocultarse bajo un moderno Vesubio dosmilenario. A ellos les importa poco. Pasean atrapados durante lapsos enteros con el tapón vehicular, la contaminación del aire y el excremento de perro. Se adentran en alguna zona de recreo, cobijados en los desérticos cajones de arena para los niños, y dentro de ellos, sobre la arenisca que les sirve de almohada, otra vez copulan. Se encienden las bombillas, las lámparas, los candiles, y todos los postes de luz. Se calienta la urbe. Vuelvo a ser gárgola y permanezco erecta en la cúspide de la catedral, vistosamente adornada, prendida del caño por donde se vierte el agua de los tejados. Asida del canal de la fuente que me ata a voluntad convulso. Casi nunca me despego del cemento, pero cuando es necesario vuelo por las inmediaciones.

Vibro, y ocasiono un movimiento telúrico que puede ser medido en varias escalas. No dejo ruinas, pero sí resacas. Soy ciudad. No hay Egipto. Soy un Kremlin que hoy se eriza ante el dúo de amantes bandidos. Lloro con ellos cada despedida. Odio cuando se alejan así. Regreso al pináculo de la cumbre ortodoxa, vuelvo a ser pedregal que ya no vuela, vuelvo a ser estampa de piedra que no se mueve. Una estatua de grafito dibujada en un papel gris. Dibujo murales en griego, en copto, en arcano. Llueve, tiembla, se enciende la cartografía, nieva de nuevo.

Tras casi dos mil años, el hombre más odiado de la historia ha regresado y ni a ellos, ni a mi ciudad les interesa.

2 comentarios:

  1. Tu texto es enigmático, un arcano entre ciudades que van y vienen sin tiempo, ah! y esa gárgola... Eres una fabulosa tejedora de fábulas.
    Saludos,

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  2. Maravilloso cuento, ya te lo había dicho...Comparto loas palabras de la hermanita Vetala

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