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jueves, julio 06, 2006

Arde


Recuerdo haber leído lo de Indonesia, y no necesariamente lo del tsunami. Sucedió antes, en el 1997. Aquel año, el país fue arrasado por incendios forestales que causaron inmenso daño a la tierra, la salud de la gente y la economía. El humo se esparció a naciones cercanas —ocho en total—, afectando a unos 75 millones de habitantes. Hubo que atender a multitudes por afecciones como asma, enfisema y problemas del sistema cardiovascular, por condiciones de los ojos y de la piel. Lo ocurrido en Indonesia en 1997 constituye un ejemplo de la voraz furia que el fuego es capaz de desatar.

Salinas se me presentó también casi devorada. No fue un incendio forestal exagerado, pero vi cómo familias corrían cerro abajo cuando el fuego, que comenzó de manera incidental, intentó tragarse sus hogares. El humo quiso entrarles al cuerpo, quiso dominarles la epidermis, quiso arroparlos indiscriminadamente. ¡Salinas se veía tan indefensa desde el borde del camino! Estacioné mi auto en el paseo. Observé la llegada de ambulancias, carros bombas y vecinos dispuestos a colaborar aunque fuera echando un candunguito de agua sobre alguna lengua de llama azarosa. Los pulmones se me llenaron de aire pesado, el aire a mi alrededor se impregnó de hollín y el cabello se me embadurnó de cenizas. Observé el tizne que se me apareció en el pedacito de muñeca con cicatriz y se me aguaron los ojos.


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