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viernes, septiembre 01, 2006

Galardonado el amigo Luis Saldaña Román

El amigo escritor Luis Saldaña Román acaba de ser galardonado con el Primer Premio en el Certamen de Cuento del Colegio de Abogados de Puerto Rico, celebrado este pasado mes de agosto.

Saldaña Román se hizo del galardón con un cuento titulado La lengua, el cual muy amablemente ha cedido para que publiquemos en este espacio. El autor ha participado de varios talleres de creación literaria a lo largo de los años y ahora es estudiante asiduo de la Maestría de Creación Literaria que auspicia la Universidad del Sagrado Corazón en Santurce, Puerto Rico. La prosa de Saldaña Román siempre se ha caracterizado por una lucidez sorprendente y una inventiva que vas más allá del elocuente ensamblaje de sus palabras. Este escritor es todo un hallazgo y sabemos que continuaremos escuchando de él en las letras del país.

Felicidades, Luis Saldaña Román.



La lengua

A nadie sorprendió entonces que fuera la propia lengua de Juan Pablo Carvajal quien despidiera el duelo la mañana de su entierro. La consternación que causó la repentina muerte, impidió que los deudos repararan en lo insólito del fenómeno. Tampoco los ciudadanos de H se sorprendieron de que la lengua de Juan Pablo lo hubiera sobrevivido ni de que, poco a poco, lo hubiera suplantado en todos sus cargos, derechos y privilegios.

Querido y respetado en Ciudad H, además de un exitoso industrial, Juan Pablo Carvajal era mecenas, filántropo, dueño de un periódico, director de varias corporaciones, esposo y padre ejemplar. Si se cruzaba con una dama, se quitaba el sombrero y hacía una reverencia afable. Si alguien necesitaba un consejo, tenía disponible el más práctico. En fin, era el paradigma del ciudadano honorable. Por eso en Ciudad H disculpaban su exagerada afición al chisme y su inclinación a revelar confidencias y secretos de toda índole.

Una tarde de mayo, justo antes de comenzar una conferencia de prensa en la que anunciaría el ganador de un certamen de cuento, Juan Pablo sintió una punzada aguda en la base de la lengua. El dolor se hizo insoportable y comenzó a extenderse, garganta abajo, hacia el estómago. Tuvo la certeza de que iba a morir cuando sintió un ladrillo aprisionado entre los dientes. Los periodistas reunidos para la conferencia transmitieron lo que sucedió en directo y a través de todos los medios. Así se enteraron en Ciudad H de que Juan Pablo Carvajal había muerto.

Horas más tarde, se difundió que la muerte de Carvajal había sido el primer caso de una rara enfermedad, consistente en la transmigración del cerebro hacia la lengua y el subsiguiente desmembramiento de ésta. Un compungido director del Instituto Nacional de Patología informaba a Ciudad H los pocos detalles que se conocían sobre el padecimiento, cuando fue interrumpido por una lengua inmensa, rojísima, babosa. El apéndice escarlata reclamó ser Juan Pablo Carvajal y exigió todos sus derechos, en especial, el de organizar su propio entierro. Durante el reportaje, el patólogo informó que todas las pruebas de ADN practicadas hasta ese momento confirmaban que la lengua era, en efecto, el famoso empresario.

Nadie tuvo objeción a que fuera la lengua quien organizara todos los trámites funerarios.

-¿Dónde vas a dormir? –preguntó Carmen a su lenguaesposo, cuando regresaban del sepelio.
-En nuestra cama, sigo siendo tu esposo. Lo que enterramos hoy era una extensión inoportuna que diluía mi esencia –contestó la lengua en un tono arrogante.

Carmen no se había planteado hasta entonces los inconvenientes de cumplir con sus deberes de esposa, pero no se atrevió a contradecir a la lengua. Le espantaba la idea de dormir con aquel molusco que, en menos de veinticuatro horas, se desprendió de su marido, lo enterró y estaba ejerciendo un poder sobre Ciudad H que él nunca había ostentado. Aunque la lengua caminaba dando saltitos, seguidos de un sonoro boing, boing, esa noche Carmen la vio reptar desde el baño hasta la cama dejando tras de sí un rastro brilloso. Sintió que la gran lapa se coló entre las sabanas, resbaló muy lenta entre sus piernas y se le metió en el infierno. Tuvo que ahogar los quejidos placenteros con la almohada para no despertar a los niños.

La lengua, su esposa y los dos hijos desayunaron en perfecta armonía la mañana siguiente. No hubo luto, no hubo duelo. Desde entonces se les veía juntos en los parques de la ciudad, en los museos, en el cine. Eran la familia emblemática de H. Las mujeres comenzaron a prender velas a los santos, a hacer promesas y a preparar conjuros para que sus maridos contrajeran la lengüitis. El caso más asombroso fue el de una adolescente que, después de una sesión amorosa en un hotel de paso, cortó la lengua a su novio, esperanzada en formar la familia funcional que nunca tuvo.

Si Juan Pablo Carvajal había sido un prohombre, la fama de la lengua alcanzó dimensiones míticas. Era miembro honorario de todos los clubes de Ciudad H. Lograba acuerdos sin precedente entre sindicatos y corporaciones, mediaba conflictos, persuadía a diestra y siniestra y todo a punta de lengua, lengua, lengua.

Aprovechando que hablaba varios idiomas, el Presidente de la República de C nombró canciller a la lengua. Gracias a su gestión se logró la firma de importantes tratados, se resolvieron conflictos bélicos y los pobres del mundo se sintieron dignos escuchando sus discursos.

La lengua visitaba con cierta frecuencia las escuelas de Ciudad H y del resto de la República de C, con el propósito de propagar el mensaje esperanzador. Durante una de esas visitas una niña se le acercó con la intención de recitarle unos versos.

-Lulú, por favor no molestes a la honorable lengua –la reprendió una maestra e hizo un gesto que imploraba excusas por el atrevimiento.
-No se preocupe, los niños son nuestro futuro –la tranquilizó la lengua con la afectación que había adquirido en los últimos tiempos.
La maestra se sonrojó y permitió que la niña comenzara el poema.
-La libertad… la libertad… -el silencio incómodo que siguió fue una cruel confirmación de que la niña no recordaba el poema.
-La libertad… -insistió la niña, pero la memoria la siguió traicionando.

“Adiós poemita.” Eso pensó la niña y comenzó a entonar unas líneas menos pretenciosas.

-Pancha plancha con cuatro planchas, con cuántas planchas Pancha plancha –concluyó la niña desbordándose de satisfacción.

Mientras la niña recitaba, la lengua comenzó a transpirar, más bien a babear. Se apoderaron de ella unas convulsiones incontrolables y comenzó a dar unos alaridos espeluznantes. La principal de la escuela llamó una ambulancia que no tardó en recoger a la lengua. Los eficientes periodistas que cubrían la visita siguieron todo el trayecto de la ambulancia y sólo dejaron de reportar cuando el lenguólogo les cerró la puerta de la sala de operaciones en las narices.

El mundo entero se mantuvo a la expectativa las seis horas que duraron los esfuerzos por salvar a la lengua. Al concluir la intervención quirúrgica, el galeno informó a la prensa que la lengua había fallecido, víctima de una inusitada exposición a un trabalenguas. Así se enteraron en Ciudad H de la segunda muerte de Juan Pablo Carvajal.

FIN

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