Páginas

martes, noviembre 28, 2006

De cuando seamos viejitos…
por Yolanda Arroyo Pizarro



El abuelo de mi esposo orina con la puerta del baño abierta. Anda por la tercera edad (ochenta y tantos) y el asunto no involucra únicamente a su olvidado pudor. Sin duda va más allá del decoro que los años te dan permiso a descartar. ¿Será eso cierto? ¿Será cierto que hay edades que nos dan el permiso para dejar de lado el respeto por el otro, de no tomar en cuenta las convenciones morales, familiares y públicas? ¿O es que la simple senilidad anula la vergüenza porque sí? Con este viejito no sé qué pensar, la verdad. Sin embargo, el asunto no se circunscribe a dejar la puerta del baño abierta para que las féminas que transitan el hogar nos escandalicemos o lo miremos con asco. El asunto se complica porque, este anciano que ultimadamente fue diácono de la eucaristía hasta sus días lúcidos, ahora se saca el miembro y lo deposita sobre el lavamanos. Y es allí precisamente donde vierte sus orines.

La escena la descubrí almorzando. Fue una verdadera sorpresa notar que desde el lugar en donde me hallaba sentada en la mesa, se divisaba el umbral del baño, territorio en donde él se estacionó para hacerme partícipe de su nuevo acto. Y digo nuevo, porque en días recientes se había orinado en una de las habitaciones de la casa, en donde convalece otra de las ancianitas que comparten el domicilio. Dejó su meao mayoritariamente sobre la colcha de la cama y el resto lo vertió en el piso. También me consta que en ocasiones, mientras camina, se saca lo suyo y fumiga el verde pasto del patio, o las losetas de los balcones. Por cierto que su esposa, también octogenaria y con extremada pérdida de la audición, se resbaló con una de esas humedades doradas que él había dejado sobre el suelo y terminó con una fractura de cadera luego de una caída apoteósica.

Indudablemente me llega a la memoria la imagen de mi abuelito, ya fallecido. Recuerdo que él también tenía sus peculiaridades sobre ir al baño a hacer número uno. Pasaba toda la mañana y la tarde sentado en el balcón, y para evitarse las correrías que le causaba la vejiga hiperactiva, justo allí, sentado en el sillón de mimbre, frente a una verja de rejas que lo dejaba expuesto a la vista inmisericorde de los transeúntes, se abría el zipper del pantalón bermuda a cuadros con olor a sudoraciones acumuladas durante la semana, y hacía su necesidad.

El asunto se vuelve toda una reflexión auto-intimista aunque no se quiera. Aunque intentemos ignorarlo, no se puede. ¿Llegaré a eso alguna vez, o a cosas peores so excusa de lo que nos hacen las décadas sobre el cuerpo y la mente? ¿Con qué perderé yo el pudor cuando me toque? ¿Con los peos en público, con sentarme patiabierta sin pantaletas, con no bañarme por días o semanas enteras? ¿Llegaré a pedirle a otro fulano que me limpie luego de haber echado mis heces al inodoro?

En todas partes escucho que los viejitos se vuelven como niños, como bebés. ¿Es eso realmente lo que sucede? La curiosidad y la pena me aturden.

_________________________________________________
Publicado originalmente en Derivas.

2 comentarios:

  1. Y todos llegaremos a eso.

    ResponderBorrar
  2. todos llegaremos a ser viejitos ,a unos se nos dara mas la edad que a otros ,perdida de memoria, orientacion,etc pero para estar con ellos en los momentos dificiles estamos los q no somos tan jovenes pero todavia tenemos las facultade para ayudarlos a no cometer errores,devemos apoyarlos,cuidarlos y darles una calidad de vida, mientras papa Dios se los lleva a su reino

    ResponderBorrar