Texto inédito
Una vez, cuando era universitaria prepa (alguna vez lo fui), me coqueteó un compañero de clase (alguna vez me sucedió). Estábamos en Mercadeo 101 o algo así. Romy era el apodo de aquel hombre cuyo nombre y apellidos hoy no recuerdan mis pobres neuronas. No que yo fuera una “golfa”, como le dicen en Castilla la Vieja a las ligeritas de piernas, ni mucho menos un cohete, como se les llama acá, si no que él no fue muy memorable, punto. En fin, como yo andaba en las de ser “mala, mala, mala”, (en aquella época creía que ser mala resolvería todos mis problemas del corazón), me las echaba de ir a desquitarme a diestra y siniestra los desaires del ex. Purgaría entre otros aquellas infamias por él cometidas, o al menos eso me creía. ¡Que paguen todos los demás y que venga el chorro!
Así que dejé que las cosas con Romy llegaran lejos a la soltá, de la primera insinuación. El plan era seducirlo, desarmarlo y luego ignorarlo. Claro, hacerlo sufrir con mi maldad. El problema sobrevino cuando, arrancando, se me adelantó el monstruo de la laguna roja. Ajá. Justo en medio de los jadeos y pujos pélvicos ocasionados por la calentura de juventud, se me salió un chorrito sanguinolento.
Nada más apaga-fuego que una regla adelantada por toqueteos libidinosos. La renuncia hacia el acto me pasó por la mente. Cese y desista. Estaba apunto de colocar el brasier de vuelta en su sitio para decir adiós (ah, ¿no les dije que arranqué de la primera?), cuando mi compañero de clase, muy “proper” y pulcro, me dijo que no lo hiciera. Que siguiéramos el calenteo, el manoseo y el más allá. Que me olvidara de los flujos involuntarios y que me gozara aquella noche, que a él nada que ver, no le importaba y que en todo caso lo excitaba más una buena, buenísima lubricada.
Lo miré extrañada. Avergonzada no, pero asqueada sí. Muy, muy asqueada y presta a despedirme de aquella criatura aberrante que me pedía, casi suplicaba, cumplir con un acto abominable, en medio de un charquero violáceo. Un acto tan execrable que estoy segura, nunca antes a aquella ocasión, ninguna de mis congéneres se había atrevido a consumar.
Hum.
¿En serio? ¿A nadie le había ocurrido antes? ¿A nadie le había pasado que, sus instintos más primigenios le ganaran al juego “limpio” del amor, en medio de fluidos más pastosos o coagulados?
Bueno. Siempre hay una primera vez, y aquella fue la mía. Allí me decidí y al carajo albañil que se acabó la mezcla. Consumado el acto. Aunque lamento reportar que fue debut y despedida. Las molestias e incomodidades “durante” no valieron el sacrificio. Guácala. Pero al menos cumplí con la “supuesta” vendetta, y al chico lo desdeñé hasta el cansancio. ¡Muy mal por mi!
Casi dos décadas más tarde, y tantas malditas menstruaciones después, descubro el anamú. El anamú es una infusión de hierbas que te quita los dolores pre y post menstruales, y que te hace hasta caer en tu periodo sin siquiera notarlo. Así que por primera vez en muchos años, siento algo de alivio durante esos días en que me pongo “mala”. El asunto, sin embargo, no es tan sencillo. Para que el anamú haga efecto, te lo tienes que tomar TODOS los fucking días. Y hasta ahí llega una. Se jarta una. Maldice una, y vuelve a odiar a todo lo que, unlike una, no sangra cada veintiséis días.
Me pregunto si el anamú me hubiera funcionado con Romy.
Con la única persona que he hecho eso es con mi novio. Y es cierto, aunque es asqueroso e incomodo, sabes que no vas a quedar embarazada y lo otro que por lo menos a mí, me quita el dolor, no sé porque.
ResponderBorrarInteresante que hables de estas cosas que sólo nos pasan a las mujeres y que un hombre nunca entederá. Cuídate mucho.