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lunes, marzo 05, 2007

Letralia.com publica Crítica por Yolanda Arroyo Pizarro

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Nocturno y otros desamparos, de Moisés Agosto Rosario
Crítica por Yolanda Arroyo Pizarro

Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé. Golpes como las letras de Moisés Agosto Rosario. Letras que te hacen conmover, aun aferrándote a la valentía que te da la experiencia de saberte vivo. Aun si te convences de que eres fuerte, y de que tu paso por este mundo angosto no ha sido en vano, y que la piel de reptil que has formado te ha vuelto un ser humano duro, con un escudo que protege las emociones. Justo cuando piensas que todo eso te ayudará a sobreponerte a la pena, llega este libro, Nocturno y otros desamparos y es como si la mano de Dios te abofeteara.

Moisés Agosto Rosario (Puerto Rico, 1965) es un escritor de usted y tenga. Obtuvo el grado de bachiller en artes de la Universidad de Puerto Rico en 1988. Es miembro de la Generación de Poetas de los Ochenta en PR. Ha publicado poemas y cuentos en diferentes revistas literarias, entre éstas Contornos, Revista Cupey, Revista Hostosiana y en la sección En Rojo del periódico Claridad, entre otras publicaciones. Su poesía aparece en las antologías Mal(h)ab(l)ar y PoeSIDA, también en la página de Internet Poetas del Mundo. Ha ganado premios y distinciones que van cónsonos con su quehacer literario y que nos recuerdan que escribe sus letras con sangre. Entre cada latido que te da el cuerpo mientras lees a Agosto Rosario, aguantas la respiración porque a veces no quieres saber el desenlace, pero a veces sí quieres, entonces es una dicotomía que no te permite apartarte de su narrativa. Actualmente se encuentra en el proceso de terminar de escribir su primera novela.

Los seres que crea para su audiencia Agosto Rosario navegan por el mundo de la ficción tan parecida a la vida de carne y hueso, sin que el autor agote el discurso moralizante. Niños varones a los que se les utiliza como a las hembras de la casa, así, sin que medie un consentimiento o voto de aceptación de parte de ellos, menores que juegan con otros menores a hacerles lo mismo que los grandes hacen con ellos cuando bien podrían estar disfrutando de su pubertad, del juego en el campo, de los muñequitos en la tele o la simple observancia de las vacas en el corral. Chiquillos que comparan el olor de la sangre de vacas moribundas con el olor de la sangre que se les desliza del ano recién estrenado. Jovencitos moribundos, acaso tan moribundos como ese mismo grupo vacuno que se mira deambular a la muerte. Espejismo de ganados, de una sociedad que va en manada hacia su propio degüello-exterminio. No hay quien detenga este mundo que gira como un trompo agitado por la cabuya de alguna deidad de turno. No hay quien se conmueva por un muchacho que baila solo en una discoteca y que lanza pétalos rojos, blancos, amarillos, color melón al suelo. No hay quien se acerque y lo toque con un roce de humanidad, no hay quien lo descifre y lo haga desistir de la idea de partir a solas y en compañía de unas venas abiertas en su bañera. No hay quien. Hay golpes tan fuertes.

Moisés Agosto Rosario trae consigo la minusvalía de los pequeños y débiles, un tema tan controversial y tan descrito a veces que insensibiliza conciencias. En este despacho de historias, sin embargo, el asunto es tratado con total apoderamiento de la elocuencia y el acierto.

Los mortales homo sapiens, homo eróticos, homo erectos que componen el balance de sus fábulas, son personajes carnales, contundentes, pecadores y angelicales. Lo mismo piensan en la infidelidad sin tregua ni redención, o lo mismo hacen una pausa vespertina para tomarse los medicamentos que los mantendrán alejados de infecciones oportunistas. Lo mismo fumarán marihuana de una pipa, derretirán piedritas para intoxicarse, abrazarán una tableta de éxtasis entre sus lenguas y sembrarán el navío extraviado de la eutanasia privativa con los seres de la noche. La colectiva desesperanza de este terreno planetario, se mutila observando las bolas de cristales colgadas de los techos en clubes oscuros y Agosto Rosario lo sabe muy bien. Por eso lo escribe, para perpetuar las madejas de existencia paria.

Mi historia favorita pertenece al segmento final del libro, cuya división magistralmente labrada separa a los “nocturnos” de los “otros desamparos”. Este desamparo es el último cuento, “Matilde”, y pertenece a una mujer que no es mujer, con pasado de hombre que nunca fue hombre, con pesadillas de un abuso familiar conjuntivo, no consentido y poco forzado. La ninfa andrógina protagoniza una historia de amor con otro ser, que no es de su género, pero que se vuelve genérico, que se disfraza de genitalia anhelada, o acaso su genitalia se disfraza del ser. Comparten un romance famélico, verosímil y memorable; despampanante al mejor estilo de las dragas de Almodóvar, de las divas que lo fueron, o que aún lo son de a poco, o que han dejado de serlo y continúan soñándolo. Es una historia redactada con una genialidad multifacética y multiemblemática. Los borbotones de provocación que preluden la tentación casi mitológica del romance, son esenciales para la comprensión existencial, folklórica y cultural de estas vidas. Es un “must” leer el libro de Agosto Rosario si quiere uno bajarse del viaje de la hipocresía del tiempo, y montarse en el caballo de la desnudez y veracidad de espíritu.

Daniel Torres, escritor y crítico literario, menciona sobre el autor lo siguiente: “Moisés Agosto Rosario ha creado en estos nocturnos todo un universo narrativo de la supervivencia en la era que le sigue a la pandemia del VIH/Sida. Son estos los relatos del desamparo de narradores sobrevivientes, que nos cuentan de su vida erótica, desde sus inicios pueriles hasta las grandes relaciones que han marcado sus vidas. Se hace inevitable la disyuntiva del exilio que se vive en Estados Unidos, y esa mirada oblicua, desde fuera, de la realidad isleña”.

También ha dicho el catedrático Ruben Ríos Ávila sobre el autor de Nocturno y otros desamparos: “Moisés recuerda la mejor tradición de la prosa urbana gay en inglés (...) de John Rechy, o la prosa escueta y fulminante de Edmund White y Andrew Holleran”. La prosa de Agosto Rosario se lee de espaldas al espejo de la crudeza, o de frente a las facetas de los vitrales del subconsciente.

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