Imagen por Shonfeldet
La Chica de Estocolmo
Por Stefan Antonmattei
Los comensales me miraron con sospecha. Siempre me miran con sospecha. Rubia, alta, delgada, de nariz que establece clase, vestidos de seda, diamantes en un dedo y en la muñeca; no parezco ser de este país. Entré de prisa, desesperada. Sin preguntar, el bartender me señaló el destino. Cerré la puerta. “Esta cafetería necesita remodelación”. Así leía tallado en la parte de adentro de la puerta del baño.
Me bajé el pantie estirándolo debajo de las rodillas me subí el traje sobre las nalgas empujando una figura atlética 90 grados sobre los Manolo Blahnik de taco alto a varias pulgadas sobre el toilet. ¿Quién se habrá tomado el tiempo?, pensé, leyendo la puerta. Estaba tallada a cuchillo, sin prisa, con buena letra y lo suficientemente profunda para sobrevivir capas de pinturas y pensamientos que apestan.
Qué rico es orinar cuando se tienen muchas ganas -- a h h h -- como un orgasmo, un orgasmo que venía elaborándose desde la primera de las cuatro copas de champangne que me tomé en la casa esperando a mi marido y mis dos hijos antes de salir al restaurant. A mí a veces como que se me olvidan las cosas y, pues, se me olvidó ir al baño antes de salir de la casa y al restaurant no iba a llegar. Las mujeres tenemos la vejiga pequeña y sensible y las cuatro copas de champangne como que me han hecho pensar en una buena mamada, de esas de lengua fina, liviana, vulgarmente juguetona. No como la de un hombre. No, ésta tenía que ser como la de una mujer, la mujer que la sugerencia magistralmente tallada me recordaba.
Es que ella cortaba. Respiro su memoria y el orín y se me endurecen los pezones. Ella era una experta con esa navajita de mariposa negra. De pequeña se cortaba, según ella, para aplacar el dolor y, cuando ni dolor ni placer se daba, entonces comenzó a cortar a otras. Yo fui una de las otras, su víctima predilecta, “su cachorrita”, me decía, la más joven, la más atrevida. Entonces me atrevía a todo.
Una gotita de orín huérfana y ardiente baja sobre las cicatrices de mi entremuslo. Son tres, tres en cada muslo, pequeñitas, precisas y sospechosas. Parecen estrías pero no lo son. A la gotita no la detuve, dejé que llegara hasta la rodilla cayendo a su muerte sobre mi tobillo. Esa gotita . . . como cuando me amarraba desnuda al tubo de la cortina de su bañera y me pegaba y yo temblaba de miedo y temblaba de placer y se me endurecían los pezoncitos. Siempre se me escapaba una gotita de oro. Era todo un ritual, acopio de ansias a la expectativa de la mariposita negra de cuatro pulgadas afiladas. Me la enseñaba, la abría l e n t a m e m e n t e y se sonreía perversa. Era cuando único sonreía, provocándome, pasándome el Samurai libertador como viento sobre la piel - - “y ahora mami te va a cortar, tu quieres que mami te corte” - -, decía sin preguntar. Su filo frío pronto hervía dentro de mí y me venía, orgasmo tras orgasmo hasta que las gotas de gloria se mezclaban con las rojitas y las doradas que me bajaban por la entrepierna.
Respiré profundo quitándome el pantie. Me hice un guante de papel para secarme los olores y la gota huérfana muerta sobre el tobillo; entonces dos guantecitos más para esconder el pantie y botarlo al zafacón. Nadie sabe de ella, nunca jamás. Nadie sabrá esto de ella. Parándome derecha, me acomodé el traje. Me esperan afuera y necesito unas copitas de champangne para refrescarme. Volví a leer la puerta sonriéndome ... “Esta cafetería necesita remodelación”.
Lo que más admiro de este autor es que desde su crudeza logra profundizar genialmente sobre lo que nos hace humanos. El deseo, la sangre, el dolor, el orgasmo y el orín todos forman parte de esta vida que se experimenta desde el cuerpo, en este caso un cuerpo femenino que nadie sospecharía lo que esconde.
ResponderBorrarEste breve cuento se presta para analizarlo exhaustivamente, desde el título hasta el pie forzado. Es genial.
Porque las mujeres llevamos nuestros secretos mas profundos muchas veces debajo de nuestras faldas.
ResponderBorrarLogras excepcionalmente transformarte en la chica de estocolmo y nos llevas en un viaje a traves de su psiquis.
Felicidades a mi tallerista favorito.
Porque las mujeres muchas veces llevamos nuestros mas profundos secretos debajo de nuestras faldas.
ResponderBorrarSabes llevarnos a traves de la psiquis de la chica de estocolmo.
Felicidades a mi tallerista favorito.