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viernes, junio 15, 2007

Sorbos De Café
Por Samuel Medina



Sorbos De Café
Por Samuel Medina


Esta cafetería necesita remodelación, Sor Ada escuchó al empleado decir mientras decidió tomarse el café en una de las pequeñas mesas de la cafetería. Para ella estaba de lo más bien, no necesitaba ningún tipo de arreglo. Después que pudiese sentarse en la silla más cercana y con vista a la puerta de entrada, no tenía ningún problema con el sitio. Siempre escogía el mismo espacio donde situarse. Para Sor Ada este era el tiempo más emocionante. Podía ver las personas entrar y salir de la cafetería. Así el espacio le permitía alucinar sobre sus vidas, sobre los errores que habían cometido y quizás, los pecados que le aguardaban al salir por la puerta. Nadie comete pecados en una cafetería, siempre pensó Sor Ada. Por esta razón le fascinaba levantarse cada mañana para simplemente sentarse y sorber lentamente su café.

El café estaba sumamente caliente. Sor Ada recostó el vaso en la mesa en lo que se enfriaba un poco. Ni siquiera quiso hacer la mueca de soplar su aire contra la superficie del líquido. Es que si lo hubiera hecho, en ese momento, hubiera sido pecado, pensó Sor Ada. Un hombre había pasado por la entrada y se había despedido de ella en el preciso instante que presionó sus labios para el soplo. Recurrieron contacto visual para la despedida, lo que hubiera convertido el acto catalítico más severo. Sor Ada se aseguraba en todo momento de no provocar falsos pensamientos en los corazones de otros. Después de todo, esto era parte de la misión que Dios le había encomendado.

Le faltaba poco para terminar el café; así que, comenzó a disminuir los intervalos entre los sorbos. Todavía le quedaban algunos quince minutos para el servicio. Sor Ada no seas tan avarienta, pensó. Decidió contrarrestar su pensamiento con una oración. Justamente en el comienzo del rezo, mientras rebuscaba el rosario en su bolsillo, su oración fue detenida por un saludo infantil. A la niña le había parecido interesante la vestimenta de Sor Ada; incolora, maniquea y asfixiante. ¿No te da calor en eso?, le preguntó. Mira, mis chancletas son rositas y tienen rojo por los lados; ¿te gustan?. Ángela, ven acá; no la molestes, la madre le gritó. Perdona. No te preocupes, si sólo es una niña. ¿Ángela es como te llamas?, es un lindo nombre; pues sí Ángela, me gusta mucho tus chancletas rosadas. ¿Y por qué las tuyas son negras?, Ángela preguntó ¿Quieres que te preste las mías? Ángela, ya; vente. La madre la cogió por su brazo y se dirigieron a la fila de la cafetería.

Sor Ada se quedó mirando a la niña. Ángela logró soltarse del agarre de su madre y corrió hacia las neveras. Siempre había disfrutado presionar su rostro contra el cristal de la puerta; además de hacerle sentir un cosquilleo frío en sus labios, le permitía jugar con su reflejo. Ángela, ay Dios mío; deja de hacer eso. Es más, coge, coge esta peseta y móntate en el caballito. Ángela, rápidamente, buscó el menudo escaso en la mano de su madre. Fue e insertó la moneda en la pesetera del caballo y hundió el botón para darle comienzo a la máquina. Por toda la cafetería resonó una música de circo. A penas Ángela tuvo las fuerzas para montarse encima, pero así lo hizo y comenzó su fantasioso cabalgar. Sor Ada mantuvo su atención en el movimiento forzoso del caballo que le provocaba a Ángela deslizar su cuerpo contra el asiento de plástico. El cabello de la pequeña también estaba sincronizado con la danza repetitiva. Le chocaba contra el rostro, y alguno que otro pedazo de cabello se le metía dentro de la boca. Ángela lo escupía y seguía en su viaje con los ojos cerrados y una sonrisa nueva que minuciosamente se le escapaba de su interior.

La máquina paró la música y gradualmente detuvo el movimiento. Aún Ángela no se había percatado del cesar del caballo; por lo que su cuerpo seguía rozando el asiento. Sor Ada le asombró ver que las piernas opulentas de Ángela le temblaban y su boca permanecía, media-abierta, como si estuviese tratando de hablar en un idioma foráneo. Ángela, nos vamos. La madre la bajo del caballo de juguete y prosiguieron a sus respectivos destinos. Sor Ada sintió el vaso del café; ya estaba frío. Se paró de la silla y antes de salir por la única puerta de la cafetería le comentó al empleado encargado sería buena idea que sacaran el caballito de machina. Dios la llamó para jamás volver.

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