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miércoles, julio 25, 2007

El Secreto De La Cava
Por Haydee Alvarado


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El Secreto De La Cava
Por Haydee Alvarado


El espacio bajo la escalera es ahora mi cava de vino. Por fin la termino con la ayuda de dos obreros de confianza, Nando el flaco, y su compadre, el musculoso Compay. Al fondo de esa estrecha y larga cocina hice derrumbar solo media pared desde el piso hacia arriba. Un muro largo y angosto que obviamente lo añadieron muchos años después. Posiblemente lo construyeron para que no se viera desde aquí una escalera que sube al segundo nivel. Este edificio del Viejo San Juan ya tiene varios siglos. Otra vez lo renovaron y compré un espacio. Soy la única residente. Imagino que pronto vendrán otros.

La cava se ve un poco torcida en su entrada. Quise que el tope de la apertura fuera semicircular, pero quedó inclinado. Esa deformidad le da un cierto encanto. Mientras se construía, aparecieron unos pedazos de losas viejas y rotas de un mármol grueso. Se colocaron alrededor de la apertura. Sonrío al mirar la cava, donde nada se ve simétrico. Pero el lugar es perfecto para guardar vinos. Es algo oscuro y tiene el frescor y humedad de un piso de barro aplanado y firme.

¿Qué le pasa a Pavarotti ahora? Es mi querido gato que viste de etiqueta. Lo veo correr rápidamente de un lado a otro, maullando como un tenor a todo galillo. ¿Por qué encorvará tan alto su espalda? Parece una U invertida. Entra sigilosamente a la cava y escarba con fuerza el piso de barro.

Siento que de ese lugar sale un olor intenso, como si se quemaran más de cien palitos de incienso con fragancias a canela, clavos y otras especies exóticas. El aroma y el calor se expanden. Llenan todo el espacio de la cocina. Casi me asfixio. Me subo las mangas.

Observo a Nando y Compay pálidos e inmóviles. Parecen dos robles esperando un huracán. Susurran entre sí y se largan a toda prisa sin despedirse.

Pavarotti sigue escarbando. Veo que saca a la superficie el esqueleto largo de una mano. Hay algo negro alrededor del hueso del dedo índice. ¿Un anillo? Me aterrorizo. Veo que junto al olor tan fuerte sube una nube de humo que forma un teclado tocando campanadas. Ay, y oigo los gemidos de un alma lejana. Ya los latidos de mi corazón suenan como pandereta.

De pronto, no más fragancias. Siento frío y un silencio absoluto. Pavarotti deja de escarbar y maullar. Se aleja caminando en reversa, siempre mirando a la cava. Este ambiente tan callado resulta ensordecedor. Creo oír el OM del universo.

¿Estoy soñando? ¡Qué alivio! Es solo un sueño.
¿Solo un sueño? Si todavía estoy aquí, mirando la cava.
–¡Socorro! ¡No estoy soñando!

Corro a tapar la mano en esqueleto o el esqueleto de mano, lo que sea, con el mismo barro del piso. Ahora no veo ni encuentro la mano. Y el piso se ve firme, sellado. Si estoy segura, aquí estaba la mano. Vi a Pavarotti cuando la escarbó.

Alguien toca a la puerta.
–¿Quién es?
Entreabro y veo a esta señora. En un instante me grabo su imagen. Una cara linda pero muy arrugada, cabellera blanca de rizos, con vértebra inclinada. Es una dama de cejas muy arqueadas, pintadas de violeta sobre ojos color cielo. Viste un traje de lino blanco.

–Me llaman doña Leonor y siempre he vivido en el Viejo San Juan. ¿Usted es la señora que se mudó aquí recientemente?
–Sí, ¿por qué?

Dice entre sonrisas y voz profunda:
–Usted se acaba de mudar a la casa de la Niní, que en paz descanse, la muchacha que se quemó en un famoso fuego del Viejo San Juan, hace tantos y tantos años… Nadie se queda a vivir ahí por mucho tiempo. Muchas de estas casas tienen su historia. Y también sus fantasmas…
Noto que su voz se apaga cuando se retira lentamente.

Me asomo. No hay nadie.

A lo lejos, un vendedor callejero pregona azucenas.

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