Leonardo Valencia es admirable. Encontrarlo, conocerlo, leerlo ha sido de los mejores regalos que me ha dado la vida. Colombia se convirtió en nuestro giro de acimut, en nuestro punto de brújula tropezado. Allí hemos coincidido en el hemisferio de las letras.
El periódico El País ha dicho de este escritor: “El autor ecuatoriano Leonardo Valencia, afincado en Barcelona desde hace unos años, nos recuerda en su nueva novela, El libro flotante de Caytran Dölphin, una tendencia literaria europea de primera mitad del siglo veinte que entronca con Rainer Maria Rilke, Valéry Larbaud, Blaise Cendrars, entre otros. Una literatura de énfasis cosmopolita, de metaforización de la crisis de conciencia de las primeras décadas del siglo, de sutil itinerario de búsquedas estéticas.”
Lo que he leído de Leonardo me ha gustado muchísimo. Su propuesta narrativa es encantadora y envolvente. Tiene un dominio del vocabulario, las metáforas y los símiles extraordinario. Aprovecho para felicitarlo por la reciente defensa de su tesis doctoral en Kazuo Ishiguro. Y aprovecho para extenderle mi abrazo de gratitud por permitirme coleccionar sus palabras.
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Leonardo, ¿qué sorpresa, si alguna, te dio el encuentro Bogotá 39?
Hay una parte personal, como el reencuentro con amigos a los que no veía hacía poco o mucho tiempo, como Jorge Volpi, Zlavko Zupcic, Andrés Neuman o Iván Thays, y luego el descubrimiento de nuevos amigos como tú misma o Claudia Hernández y Karla Suárez. Tenía curiosidad por conocer al chileno Alejandro Zambra luego de leer su estupenda novela, Bonsái, y me encontré con un escritor de primera línea. Pero más allá de esta faceta personal del encuentro, me sorprendió la dinámica del Hay Festival para organizar un evento en el que todos los autores estábamos en función de una fiesta para el lector. No se descuidó ningún ámbito de lectores: de universidades a bibliotecas, centros culturales y cafés. E incluso en barrios remotos de Bogotá, lo que descentralizó bastante el evento. Respecto al sentido para la literatura latinoamericana, habrá que ver qué desarrollo tendrá esta mezcla de generaciones, porque el rango de edad tiene una escala entre 25 y 39 años.
¿Qué vas a escribir después del encuentro?
Más bien corregir. Dos días antes de viajar a Bogotá había terminado el primer borrador de una novela corta en la que llevaba trabajando los últimos meses. Ahora la dejó reposar, y en unas semanas la retomaré.
¿Cuáles son tus referentes primordiales a la hora de escribir?
No sé si tengo referentes en el momento de ponerme a escribir. Recuerdo algo muy sencillo que decía Marguerite Duras de que es importante tener un poco de orden en casa antes de ponerse a escribir. Y trato de hacerlo. Poner orden en casa. Pero quizá tu pregunta va dirigida a si hay un modelo en el momento de escribir. ¿Es así?...... Probablemente me gustaría imaginar el silencio y la atmósfera que tendrían en sus estudios escritores que admiro como Edmond Jabès o Pascal Quignard, o la misma Marguerite Duras o Julien Gracq. Ni bien lo digo me doy cuenta que todos son franceses. Añadamos entonces a Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández, y mi querida y admirada Cristina Peri Rossi, tres de mis autores imprescindibles, que no son franceses, sino uruguayos. Pero si nos detenemos un poco en Uruguay, volvemos de nuevo a Francia. ¿Recuerdas la anécdota sobre Uruguay? Limita con Francia por sus principales puntos cardinales: Lautréamont, Laforgue y Supervielle.
¿Qué consejo brindarías a quienes se lanzan a escribir por primera vez?
Probablemente quien se ha dispuesto a escribir ya tiene suficiente necesidad de hacerlo que un consejo sería redundante. Quizá el consejo lo necesita alguien que ya se lanzó hace un tiempo a escribir y todavía no alcanza a expresarse como quisiera, o no tiene el reconocimiento que se merece, o está marginado por escribir como escribe. Entonces el consejo sería que no hay consejo, que nadie va a venir a salvarte en el momento que tú lo quieres, que lo único que te sostendrá será tu propia convicción y perseverancia, y que cuando se escribe, como en cualquiera otra actividad creativa, siempre vamos contra el mundo.
¿Evitas algún tema cuando ejerces tu oficio?
Probablemente porque estamos saturados de imágenes de sexo por el cine, he evitado estas escenas. No así las eróticas, los preámbulos de seducción, que me parecen de una intensidad mayor y de una riqueza estilística. En realidad son pocas las escenas de sexo realmente memorables que he leído, quizá una escena de El arrebato de Lol V. Stein, de Marguerite Duras, o el cuento “Innocence”, de Harold Brodkey, probablemente el orgasmo más largo descrito en la literatura, o las anécdotas más rotundas de Henry Miller y García Márquez. Más allá del erotismo, creo que escribo precisamente a partir de los temas que me resultan más difíciles porque tienen una implicación personal para mí. El reto es enfrentar ese tema difícil. Quizá no hay otra manera de escribir.
Descríbenos tus hábitos, manías, amuletos o recurrencias cuando comienzas un nuevo libro.
No tengo muchas manías. Son más bien sencillas. Mis primeros apuntes los hago con estilográfica, con una Skynn, de marca Rötring. Siempre pongo un repuesto de tinta nuevo, azul, cuando empiezo un proyecto. Luego abro dos libretas de apuntes paralelas, una con ideas y frases para la historia que estoy contando, y luego otra libreta con reflexiones sobre el proceso de escritura, como si explorara el mismo proyecto que escribo. Esto lo hago a partir de El libro flotante de Caytran Dölphin. Y la experiencia es interesante, porque lo que queda es una especie de bitácora donde no se desvanecen los días, los años en realidad, dedicados a escribir ese libro. Me arrepiento de no haberlo hecho con La luna nómada o El desterrado, porque a veces tengo la impresión de que esos libros se escribieron solos, o los escribió otro que me suplantó y del que no tengo ninguna evidencia.
¿A quién amas cuando escribes?
Quizá al ausente o desaparecido sobre quien escribo. No sé si es exactamente amor, probablemente sea una forma de deseo, como decía Char, que permanece deseo. Lo que sí es seguro es que siempre hay una persona especial a mi lado cuando estoy terminando un libro, y por esa persona el libro puede cerrarse y quedar atrás. De lo contrario, quizá yo mismo me quedaría encerrado en ese libro y no podría salir nunca. Debe haber alguien a tu lado que te tienda la mano para volver al mundo real.
que buenho weste blog, necesitaba informacion del senior Valencioa para una tarea y la he encontrado. seguire leyendo
ResponderBorrarFranciosco Palermo