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martes, enero 22, 2008

Con la autora María Juliana Villafañe


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La amiga y escritora María Juliana Villafañe es la autora de un libro de literatura infantil-juvenil maravilloso titulado ‘Aurora y Sus Viajes Intergalácticos’. Me enamoré del texto de entrada por el título. Llevaba el nombre de mi hija. Se lo arrebaté a la vendedora de Editorial Planeta en la Feria de Libro de Miami en el 2006. Luego, cosas de la vida y sus vueltas, un mes más tarde, conocí a Maria Juliana en una tertulia literaria en Condado. Nos presentó Mayrim Cruz Bernall. De inmediato nos hicimos muy amigas, admirada yo por sus planteamientos y su maravilloso don de gente. Antes que terminara la actividad le pregunté qué textos había escrito. Entonces por poco me sobreviene el desmayo al descubrir que era ella, precisamente y no otra, la autora de ‘Aurora y Sus Viajes Intergalácticos’. Firmó el libro y se lo dedicó a la luz de mis ojos.

En estos días volvimos a coincidir. Ella no vive en la Isla, pero en cada visita dice Hi! Así que aquí les incluyo una foto nuestra y un fragmento del libro.

Aurora y sus viajes intergalácticos (fragmento)
Por María Juliana Villafañe



Ella vivía en aquella casona que le parecía una nube blanca. No sabía si había
sido construida con cimientos de paja, arena o trigo. Desde que muñeron sus
padres, la hermosa muchacha que vivía sin familia cerca de la Laguna Negra, se
sentía flotando en una nebulosa de sueños. Le faltaban sus padres, sí, pero
llenaba sus horas de soledad escribiendo los relatos que brotaban como nardos de
su frondosa imaginación. Ángela, su tutora y amiga, y Jandro, el jardinero, la
observaban por las noches mirando la oscuridad, caminando por los senderos de
las estrellas en busca de nuevas historias.
Había una estrella muy especial, un lucero brillante a quien Aurora llamaba
Milsy. A menudo, guiñaba los ojos cuando la veía en las noches, acostada boca
arriba en la grama del gran jardín, mirando hacia el lejano cielo. Y Milsy sabía
que cuando Aurora hacía esto era porque estaba triste. Entonces la traviesa
estrellita la invitaba a recorrer el mundo de otras galaxias y Aurora sin
pensarlo, se iba a acompañarla. Le parecía tan graciosa su amiga estrella, sólo
tenía que cerrar los ojos y Milsy se le acercaba juguetona cubriéndola de una
luz brillante, diciéndole al oído:
"Vamos, date prisa, vámonos antes que nos descubran".
Y así, poco a poco, en sus escapadas con Milsy Aurora fue descubriendo otros
mundos, otros seres que aunque diferentes, la llenaban de felicidad.
Eran seres extraños, no eran iguales físicamente pero eran tiernos, y como ella,
eran hermosos en su interior y le enseñaban de sí mismos y de las maravillas del
universo.
Con ellos Aurora aprendió que más allá de su planeta Tierra, entre las nubes y
las estrellas, no importaban las apariencias, había algo más importante que
confirmar las cosas en un laboratorio, que no todo se explica científicamente. Y
quería seguir volando, volando, volar en las noches claras y visitar la luna y
mirar cara a cara, de frente y sin temores a la Estrella Madre que la guiaba.
Por eso cada vez que regresaba a su vida rutinaria se sentía aburrida y extraña.
Ángela y Jandro dudaban de su cordura. Una noche cuando el jardinero la encontró
soñando despierta y ella quiso contarle de sus viajes, él, escandalizado,
replicó:
‘Niña, primero debo decirle que sólo existe una galaxia. ¡Eso todo el mundo lo
sabe! Déjese de inventar tantas tonterías porque si no van a pensar que usted
está loca. Y segundo, mejor hable con las plantas para que se pongan hermosas y
olvídese de esa locura".
Ella, alejándose triste gritaba "qalaxias, galaxias, galaxias” y pensaba, qué
diría él si supiera que no sólo existe más de una galaxia, sino también más de
un universo.
"¡Oué tontos!” se decía a sí misma, si tan sólo supieran de las maravillas de
otros mundos, de lo buenos y divertidos que eran sus amigos, pensaba un poco
frustrada.
Aurora necesitaba quien creyera en ella, no todo es ver para creer como pensaban
los seres de su planeta Tierra. Por eso soñaba con encontrar a su Príncipe de
Otra Galaxia que un día vendría a buscarla... y así dejaba correr su imaginación
y se pasaba las horas leyendo libros en la biblioteca de la casona.
Una noche mientras paseaba por los cielos tomada de la mano de su amiguita
Milsy, Aurora le propuso ir a pasear por esos otros mundos y llegar, quizás a un
planeta desconocido. Y Milsy, que era igual de traviesa y juguetona se la llevó
por otros rumbos. En el camino se cruzaron con un astro fugaz, era el Príncipe
de Otra Galaxia. Fue sólo una fracción de segundo, pero le bastó a Aurora para
saber que era él, sabía de su existencia desde siempre porque lo presentía.
Estaba presente en sus sueños. Imaginaba que tal vez, en la distancia a través
del tiempo, lo volvería a encontrar. Sabía que era su alma gemela. Así pasaba el
tiempo y ella soñaba, soñaba y esperaba. Un buen día su amigo Kixt, jefe
intergaláctico de otra especie, la despertó de madrugada.
Su corazón comenzó a latir con una fuerza desconocida. Cada vez que la llamaba
le daba una cosquilla en el corazón, como si le pasaran suavemente algodón en la
piel. Era una señal y entonces ella le daba entrada a su amigo para hablar. A
veces tenía tanto sueño que rehusaba despertar. Kixt insistía si era importante
lo que debía comunicarle y seguía haciéndole cosquillas. Ese día le dijo
“Perdona que te despierte pero tú sabes que es la hora más segura para que nos
comuniquemos. Ayer me encontré con un amigo de otro Planeta y me pidió un favor
No podía creer lo que me contó.”
Aurora se sentó cerca de su ventana mirando hacia el cielo y sintiendo con
claridad lo que le transmitía Kixt. Le contó que su amigo era el “Príncipe de
otra Galaxia” que ella tanto esperaba y del cual le había hablado. El le había
preguntado sí conocía a una chica que vio un día desde lejos y que iba
acompañada de una estrellita muy juguetona. Sólo fue un instante pero su imagen
quedó grabada en su mente. Desde ese momento no dejó de pensar en ella. La
estaba buscando por todas partes. En su mirada vio relejada la bondad de un alma
buena. Esa intensidad en la mirada, más que la imagen, era lo que nunca
olvidaría, Quedó seguro de haberla visto antes, tal vez en sus sueños, Ello le
llenó de una fuerza muy grande que lo impulsó a buscarla. Como sabía que Kixt
era un amigo muy andariego, que le encantaba andar con toda clase de seres de
diferentes planetas, le preguntó si la conocía. Kixt, por su parte, pensó que
era la misma historia que hacía unos días le había contado su amiga Aurora.
¡Tenía que ser ella!
“¡Claro que la conozco!”, le dijo Kixt, “Es una gran chica, se llama Aurora y es
del Planeta Tierra". El Príncipe se quedó un poco serio, además de asombrado, al
saberlo. Sabía que en el planeta Tierra los seres intergalácticos como él, casi
no existían y no eran muy queridos, que allá negaban toda existencia que no
pudieran entender. Tal vez ella sería diferente y no lo rechazaría, Al verla, él
había sentido que Aurora era una princesa. Se animó al pensar que si la vio en
un viaje astral, ella sería diferente. Además, si la emoción que sintió al
mirarla era real, ella tenía que ser especial. Fue por esto que le pidió a Kixt
que la localizara e hiciera una cita con ella para verse.
Aurora no lo podía creer. ¡Tenía que ser él! Tenía que ser el Príncipe de sus
sueños, el que sabía volar alto, tan alto que conocía de universos, de versos,
de sueños. El que de verla sabría que era ella, que le esperaba de siempre, por
eso supo al verle que ese día llegaría. Kixt le dijo que le avisaría el día y la
fecha del encuentro. Se preparó por semanas a la espera de su llegada. Comenzó a
hilvanar cuentos, algunos que esperaba que aún él no habría escuchado, y tejió
ensueños para sacarlos cuando llegara. Tenía que dejarle saber que ella no era
como todos en la tierra. Que conocía de otros mundos.
Pasó un mes y Kixt la llamó inesperadamente, de una forma que le pareció
espectacular. Se paró en pleno día arriba de la luna y le ordenó al sol que se
opacase.
Brillaba la luna, y ella al mirar hacia el cielo, vio a Kixt, parado arriba de
ella llamándola.
"Aurora, Aurora creo que te ha llegado la hora de amar", gritaba. Ella comenzó a
reírse nerviosa al ver el atrevimiento y la locura de Kixt.
¡Imagínense llamarla frente a todos en pleno día! Luego el hecho comenzó a
preocuparla. Miraba hacia los lados para ver si los demás se daban cuenta. Kixt
le recordó que nadie más podía escucharlo. Claro, se hablaban en silencio, eso
que los de la tierra llamaban ‘telepatía”. No debía preocuparse porque de todas
formas siempre andaban tan ocupados y distraídos que no lo verían ni aunque lo
tuvieran al frente. Eso sólo lo sentían seres muy especiales. Aurora emocionada
le dijo “Pero cuéntame, que me tienes intrigada". A lo que le respondió su amigo
“Se te está pegando la impaciencia de tu amiga la estrellita traviesa Milsy".
”Dice el Príncipe Siui, así se llama tu amado, que el próximo domingo del
calendario de la tierra, vayas a una montaña que se llama El Yunque y ahí lo
esperes“.
Ella se preguntaba cómo sabría que era él, si le vio sólo una fracción de
segundo. Decidió preguntarle a Kixt, quien divertido le dijo:
“Se reconocerán por el brillo de sus ojos. Debes buscar el nacimiento del
manantial de la montaña, pues da el agua más cristalina. Ahí será el encuentro”.
Ella se llenaba de preocupación, le venían tantas preguntas a la mente.
"¡Y cómo sabré cuál es el manantial mas cristalino!” ‘Ah, mi amiga, eso lo
sabrás porque tu intuición te lo dejará saber. Te sentirás totalmente tranquila,
con una paz muy grande y en completa armonía con la naturaleza“.
No durmió en toda la semana esperando que llegara el día del encuentro. Una
mañana temprano, antes de que nadie despertara, se fue a la montaña en su
alfombra de blancos ropajes, su nube favorita. Se maravilló con el despertar de
las aves. Le parecía que nunca habían trinado como ese día. El sonido de un
riachuelo cerca, con su frescor, y el murmullo del viento en los árboles la
hipnotizaban. Cómo disfrutaba de ese momento en comunión con las flores
silvestres. Y pensar que lo que allí era silvestre y tan natural, para las
floristerías en la ciudad era un gran negocio. ¡Cómo las cobraban a la gente
para sus días de galas!. Pero Aurora le daba gracias a Dios por la maravilla de
la naturaleza. ¡Qué grandiosa era la vida!
Esperando el encuentro todo le parecía más armonioso, Se propuso caminar la
montaña hasta encontrar la charca más cristalina. Pensó que sería la más cercana
a la cima de la montaña y comenzó a subir por los senderos de magia.
Sentía el sonido de la lluvia en las laderas de la montaña como si estuviera
bañándola a ella. Encontró una charca solitaria y sospechó que esa sería. Pensó
que él llegaría desde lo alto “caído del cielo” como algunos de los chicos que
veía volar en “parapentes” que aparecían como llegados de la nada.
Aurora se sentó a orillas de la charca a esperar. Kixt le había dicho el día que
seria el encuentro pero no la hora. Imaginó que de nada serviría saberlo pues
para él, el tiempo no se podía medir. Kixt decía que el tiempo era como tratar
de amarrar la libertad de hacer las cosas como se deben hacer, sin trabas, según
se sienten. Decía que los terrícolas eran esclavos del tiempo, que les privaba
del espacio para volar a otros mundos. Su manera de pensar, confundía a Aurora
un poco. Pasaron unos quince minutos, tiempo del planeta tierra, que le
parecieron una eternidad. Pensaba: ¿Qué cosa era eso de lo eterno? ¿Sería como
no tener medida ni espacio? En la casona siempre se sentía sola, aún cuando
estaba acompañada. De alguna forma sabía que no era lo mismo. Aquí se escuchaba
muy de cerca el sonido de la naturaleza, el canto de las aves tan claro no la
distraía, al contrario la acompañaba en armonía. Le gustaba ver sus diferentes
ropajes de vestuarios de selva, que reflejaban luminosos destellos de alegres
colores.
Todos los habitantes de la montaña dejaban sentir su marcada presencia.
Maravillada de tanta hermosura, no se atrevía a arrancar ni una flor. Se sentía
como si fuera un pecado hacerlo. Algo que era tan natural en el jardín de su
casa, ahora le parecía una barbaridad. La vida de la flor, le parecía más
especial allí en la montaña. Le apenaba cortarle la vida. Tendría que hablar con
Jandro, el jardinero y darle instrucciones de poner flores en el interior de su
casa, si eran acompañadas de sus tallos y sus raíces. Para vivir era necesario
conservar la naturaleza.
Le daba un poco de miedo ver que las nuevas construcciones que traía el progreso
fueran hechas sin considerar que los árboles debían quedar.
En ese momento en que estaba tan distraída con sus pensamientos, algo le llamó
la atención. Era un sonido débil, como la voz de alguien. No podía definir si
era de un niño, una niña, una mujer o un hombre.
Era una voz que le decía “amiguita, amiguita, ayúdame por favor”.

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María Julia Villafañe, es poeta y autora de música popular; ha publicado el
poemario Entre Dimensiones (Editorial Isla negra, Puerto Rico, 2002) y
Dimensiones en el amor (Puerto Rico, 1992) galardonado en Nueva York con el
premio Palma Julia de Burgos. Sus cuentos han sido publicados en diversas
antologías.

En Aurora y sus viajes intergalácticos, narración juvenil, se cuenta la historia
de una joven niña, que desde su estado de orfandad se hace amiga de Milsy, una
estrella juguetona que la lleva en cotidianos paseos, a conocer el universo
intergaláctico, mientras dialogan sobre otros mundos.
También es amiga de Kixt con quien tiene conversaciones telepáticas, que se
inician con una “cosquillita de algodón de corazón”; es la manera como su amigo
toca su ventana interior para despertarla. Kixt es el intermediario con su alma
gemela, y quien le avisa del encuentro.
Justamente mientras espera a su amado de todos los tiempos, encuentra a un
personaje muy peculiar.

© 2003, Planeta Publishing Corporation


Fuentes:

www.lectivo.com.ar
www.mariajuliana.net

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