Páginas
▼
sábado, enero 05, 2008
El Rito (fragmento) por Yolanda Arroyo Pizarro
Fragmento Cuento: 'El Rito' por Yolanda Arroyo Pizarro
Incluido en "Los otros cuerpos: Antología de temática gay, lésbica y queer desde Puerto Rico y su diáspora", Editorial Tiempo Nuevo (2007)
Los quejidos eran otra cosa. Los días en que mi madre estaba sin la Titi sus quejidos eran lamentos. Eran espantosos. Sonaban dentro de mis entrañas, sonaban en el borde de mis oídos, me vibraban en el rostro compungido. Entonces yo iba y la ayudaba a ponerse de pie y trataba de ignorar el olor de la piel de mi madre que se había vuelto amargo, como el de aceitunas podridas, un tanto difícil de aspirar. Trataba de ignorar que ya no tenía pelo en casi ninguna parte de su cuerpo y me concentraba en los días felices de mi niñez junto a ella y a las otras titis que antes habían abarrotado la casa. Pero los quejidos de mi madre cuando estaba esta Titi, eran otra cosa. Juro que eran otra cosa.
Entonces decidí esa vez husmear un poco.
Había llegado la hora del baño de mi madre. La Titi era quien se encargaba de ello y los días en que la Titi no estaba, yo pasaba un pañito empapado con Jean Nate en las partes de su cuerpo expuestas fuera de su ropa. No se me era permitido verla nunca desnuda.
Pero ese día me decidí, y caminé por el pasillo y me detuve cerca del umbral del baño, por donde se dividía la puerta del marco, y se mostraba una ranurita que permitía ver a la Titi de rodillas, frente a la bañera, pasándole también un pañito de agua tibia a mi madre por todo su cuerpo.
Y en vez de curiosear por sobre los abultamientos del cuerpo desnudo de mi madre, mis ojos se fueron directitos, enteramente hipnotizados, hacia los círculos concéntricos que dibujaba la Titi.
Su pañito restregaba con una intensidad tan delicada como poderosa, tan tierna como vigorosa, especialmente en esas partes que estoy seguro nadie nunca debería tocar de otra persona. Los circulitos, las elipsis, el signo infinitus. Las sonrisas, los guiños, los roces. Cada vez que exprimía el pañito sobre la espalda de mi madre, ambas festejaban el asunto de un modo heroico. Cada vez que la Titi la enjabonaba adentro de los muslos, parsimoniosamente en cada uno, ascendiendo, descendiendo, unían sus frentes con un cariño intenso. La Titi le frotaba la cabecita calva y besaba sus orejas. También dibujaba con sus pulgares la carencia de cejas y contaba lo que quedaba de pestañas. En ocasiones entonaba alguna canción de Ana Toroja y mi madre sonreía. Era poco lo que mi madre sonreía por esos días, y todas las sonrisas siempre tenían que ver con aquella extraordinaria mujer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario