El sol se pone en Cartagena y los tucanes hacen de las suyas en una ciudad milenaria, amurallada como en mi Puerto Rico. Estas aves, que aquí no están en cautiverio, bailan con los ritmos que escuchan de los bares contiguos y se dejan tocar. Las acaricio y les pido un deseo. No voy a decirlo. Quiero que se me cumpla.
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