Dos mujeres llamadas Diamantina pasan por la vida de Matilda Burgos, la protagonista de esta novela, una hermética mujer que no desea jamás que la vean con lágrimas en los ojos. También pasa por ella un rebelde huelguista del México de finales de siglo diecinueve llamado Cástulo. Y un abandonador suicida llamado Pablo. Y un morfinómano. ¿Cómo se convierte uno en fotógrafo de putas?, le pregunta ella a Joaquín Buitrago, hombre siempre dispuesto a cambiar un pedazo de pan por una jeringa que le apacigüe el dolor de ansiedades. ¿Cómo se convierte uno en fotógrafo de locos? Matilda y Joaquín se encuentran y desencuentran varias veces durante esta dolorosísima novela de Cristina Rivera Garza. Primero en un puterío. Después en un manicomio. ¿Llegarán a abrazarse de manera romántica? ¿O únicamente necesitan el abrazo para darle calor al desamparo?
Joaquín ha tenido pérdidas considerables. Un gran amor, su familia, un país que se le escurre por el lente fotográfico. Es un insolente. Y un necio que para nada encubre su adicción. Matilda posee un calidoscopio de recuerdos construidos con la ceniza. Recuerdos que nadie más parece recordar. Recuerdos que nadie puede dar fe de que sucedieron. La encierran porque es más fácil declararla loca que desesperanzada. Es más fácil decir que ha perdido la razón, que aceptar su profunda melancolía por no entender el mundo. Es más fácil. Matilda es de las que grita a los cuatro vientos: “mejor muerta que sencilla.”
La Diamantina que toca el piano puede o no ser el amor de la vida de Joaquín, y puede o no ser la mayor influencia existencial de Matilda. La segunda Diamantina se vuelve un reflejo de la primera, una mímica, un reflujo que sube por la garganta de los sinsabores y que adereza una revolución laboral, los cierres de fábricas, los pagos de doce centavos la jornada diaria, las trifulcas en las casas de citas, la construcción de mentiras patológicas, los celos, los desosirios.
“Así la ausencia de Diamantina fue toda suya. Coleccionó sus recuerdos, y uno a uno, los colocó en un lugar recóndito. Después cerró la puerta y le puso el candado del silencio. ‘Nadie me verá llorar. Nunca.’ Más que el dolor mismo, Matilda temía la compasión ajena. Desde tiempo antes y sin saber, había decidido vivir todas las pérdidas a solas, sin la intromisión de nadie, a veces ni de sí misma.”
El final es desgarrador. Desgarrador. Truculento, emotivo. Así, como cuando se vive sin máscaras.
¿Destruida? Jamás.
ResponderBorrarWow. Lo que escribiste y el fragmento de esta novela me ha encantado. A esa fortaleza de mujer es lo que le llamo ser "bicha". La bicha se sabe humana, y por eso mismo no permitirá que la traten de reducir a dramas hormonales. Mira que tengo como servicio social erradicar el mito de mujer y los lagrimeos por novelas televisadas. La carga para las lágrimas femeninas es muy pesada.
Gracias! Ya tengo esta novela en mi lista de los próximos libros devorados.
Cristina Rivera Garza, simplemente es espectacular. Esta novela me hizo llorar de lo hermosa que es, la redacta de una manera tan asombrosa que no encuentro forma de explicarlo. Y cómo utiliza los enfoques históricos del porfiriato y de las fotografías para introducir la modernidad, wow, hermoso. Un beso pa ti Yolanda
ResponderBorrarAdemas del acierto de la portada (pintura de Frida Khalo). No la he leido, pero definitivamente pienso hacerlo.
ResponderBorrarBesos!