Anoche mi hija lloró por amor. Fue la primera vez. Tenía nueve años, siete meses, veintisiete días y cinco horas de vida cuando aconteció. Anoche, lunes dieciséis de junio de dos mil ocho, inicio de la luna llena, se metió entre mis sábanas a contarme magnánima cómo le había dicho a Miguel lo siguiente: Miguel, tú me gustas. Creo que ese sentido de desparpajo ante el desafío lo heredó de mí. Creo que esa naturalidad ante el manejo del sentimiento afectuoso por alguien le viene de la cuna por vena materna. Siempre he sido directa con quienes me gustan. Temprano decidí que si alguien acaparaba mi atención lo suficiente como para moverme el suelo, había que dejárselo saber a la mayor brevedad, y la menor provocación. También aprendí que esa sentencia-confesión podía ser nefasta si no se manejaba con sutileza, con tacto, cosa de no ser intimidante. Y eso es precisamente lo que le falta aprender a mi hija, que para eso tiene toda la vida por delante y mi guía. El niño, que dicho sea de paso, ha compartido el campamento de verano con ella por los pasados tres años, se atragantó y lo primero que dijo después de la declaración fue: “Pues a mí me gusta Naomi, me gusta Margarita, la niña de las trenzas doradas, me gusta Sarita…” y por ahí continuó dándole a Aurora el listado de sus primigenias infatuaciones que para desgracia mayor, no la incluía a ella. Creo que se puso nervioso. Creo que sí le gusta mi hija, pero no se lo va a decir. Los varones, a esa edad, no dicen “Tú a mí también”. Así que Aurora, luego de habérmelo contado, se echó a llorar, y yo en ese momento descubrí el sentido de por qué los hijos se nos gestan adentro. Es para que en momentos como ese, en donde el mundo se nos vuelve un caos, la sensación de haberlos cargado en el vientre se confunda con el mariposeo doloroso de saber que alguien los ha hecho sufrir. Y porque de esa manera hacemos la conexión de nuestra propia humanidad y recordamos que tenemos el don de la compasión, porque de otro modo hubiera sacado anoche mismo la patente para crear algún nuevo tipo de arma mortal y hubiera eliminado al tal Miguel, provocador de lágrimas de la persona más importante de mi universo. Así que sólo me restó abrazarla, cantarle la nana mágica que entonaba cuando ella era pequeña para que se durmiera, y prometerle, como toda una madre herida por el dolor de su hija, que todo va a salir bien. Que yo me voy a encargar, que yo le voy a construir un cosmos y en él, a ella le va a doler la vida lo menos posible. Que pa’ eso estoy yo aquí, que pa’ eso la he traído al mundo.
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martes, junio 17, 2008
Tú me gustas
Anoche mi hija lloró por amor. Fue la primera vez. Tenía nueve años, siete meses, veintisiete días y cinco horas de vida cuando aconteció. Anoche, lunes dieciséis de junio de dos mil ocho, inicio de la luna llena, se metió entre mis sábanas a contarme magnánima cómo le había dicho a Miguel lo siguiente: Miguel, tú me gustas. Creo que ese sentido de desparpajo ante el desafío lo heredó de mí. Creo que esa naturalidad ante el manejo del sentimiento afectuoso por alguien le viene de la cuna por vena materna. Siempre he sido directa con quienes me gustan. Temprano decidí que si alguien acaparaba mi atención lo suficiente como para moverme el suelo, había que dejárselo saber a la mayor brevedad, y la menor provocación. También aprendí que esa sentencia-confesión podía ser nefasta si no se manejaba con sutileza, con tacto, cosa de no ser intimidante. Y eso es precisamente lo que le falta aprender a mi hija, que para eso tiene toda la vida por delante y mi guía. El niño, que dicho sea de paso, ha compartido el campamento de verano con ella por los pasados tres años, se atragantó y lo primero que dijo después de la declaración fue: “Pues a mí me gusta Naomi, me gusta Margarita, la niña de las trenzas doradas, me gusta Sarita…” y por ahí continuó dándole a Aurora el listado de sus primigenias infatuaciones que para desgracia mayor, no la incluía a ella. Creo que se puso nervioso. Creo que sí le gusta mi hija, pero no se lo va a decir. Los varones, a esa edad, no dicen “Tú a mí también”. Así que Aurora, luego de habérmelo contado, se echó a llorar, y yo en ese momento descubrí el sentido de por qué los hijos se nos gestan adentro. Es para que en momentos como ese, en donde el mundo se nos vuelve un caos, la sensación de haberlos cargado en el vientre se confunda con el mariposeo doloroso de saber que alguien los ha hecho sufrir. Y porque de esa manera hacemos la conexión de nuestra propia humanidad y recordamos que tenemos el don de la compasión, porque de otro modo hubiera sacado anoche mismo la patente para crear algún nuevo tipo de arma mortal y hubiera eliminado al tal Miguel, provocador de lágrimas de la persona más importante de mi universo. Así que sólo me restó abrazarla, cantarle la nana mágica que entonaba cuando ella era pequeña para que se durmiera, y prometerle, como toda una madre herida por el dolor de su hija, que todo va a salir bien. Que yo me voy a encargar, que yo le voy a construir un cosmos y en él, a ella le va a doler la vida lo menos posible. Que pa’ eso estoy yo aquí, que pa’ eso la he traído al mundo.
Niño, por ahora lo llamaremos Miguel, muere tras ser apedreado por escritora. La victimaria declaró que si tuviera que escoger, lo volvería a hacer sin pena o pensamiento alguno.
ResponderBorrarQue hermoso Yolanda. La vida se nos complica para que las palabras fluyan e impacten a otros como yo que ahora te escribo con los ojos "aguaitos".
ResponderBorrarQue hermoso Yolanda. La vida se nos complica para que las palabras fluyan e impacten a otros como yo que ahora te escribo con los ojos "aguaitos".
ResponderBorrarPara mí nunca ha dejado de ser hermoso el desgarre de una madre herida, como tu bien dices, por el sufrimiento de su criatura, verdaderamente es algo mágico. Yolanda, eres una excelente madre, y estoy seguro que tu retoño lo sabe. También a veces hay que dejar que las lágrimas corran por cuenta propia, a esa corta edad es la mejor catarsis que puede existir. Que viva la literatura y la bendición de que existan las madres.
ResponderBorrarQue bonita experiencia.
ResponderBorrarhttp://franciscocenamor.blogspot.com/2008/05/repaso-semanal-los-blogs-y-webs-ms_02.html
ResponderBorrarQue linda experiencia, y lo que se puede aprender. Yo tengo 26 años, los hago mañana, y no he sido capaz de decirle a la persona que más he querido, aunque ahorita está a miles de kilómetros, lo que siempre he sentido por él. Mi amor de la infancia. Ahora estoy aqui, en otro sitio, ya hace 6 años, y no he conocido a nadie igual, hasta ahora, pero no puedo decirle que me gusta. No sé cómo.
ResponderBorrarMaría Eugenia
www.fotolog.com/fregi_25
Sí, Yolanda, todo eso sentimos las madres. Únicamente que tu lo dices en poesía, porque no sabes hablar de otra manera. Ya Aurora aprenderá, como lo hiciste tú y lo hemos hecho todos los que tenemos un poco más de quince años. Guarda cada uno de estos pensamientos que escribes pensando en ella. Cuando “sea grande” se va a reír y te va a adorar. ¡Besos!
ResponderBorrarQ afortunada es tu hija por tenerte como madre.Seguramente encontró consuelo en tus brazos y en las hermosas palabras que salen de tu boca.
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