Auro lleva una semana en campamento y yo recién empiezo a sentir su falta. Se me hace necesario abrazarla, besarla, hacerle cuentos, irnos juntas pa’ Piñones a meternos en la pocita, ella a chapaletear, yo a terminar de leer la novela de Héctor Abad Faciolince. Auro se parece a mí, pero es mejor que yo. Por mucho.
Pensar en la pocita y en su falta de oleaje me da seguridad. La misma que necesito para mi hija. Soy feliz cuando me tiro en la arena y cierro los ojos sabiendo que ella juega y retoza en ese pedazo de agua sin tempestades. Soy feliz, pero…
Tengo vértigo. El nuevo jevo se asoma y deja ver una estela de algo que de lejos parecen celos, de algo que de cerca parecen intentos de controlar mi vida, de algo que parece, huele, sabe y tizna a querer mandarme. Y yo ya no quiero que me manden más. Ya no quiero. Pero cómo hago, si este jevo me gusta tanto…, tanto que sus besos me saben a guayaba.
Hay que repasar El principito...
ResponderBorrarMi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sól. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. (El Zorro, de El Principito)
ResponderBorrarGracias por el repaso, Anónimo.