Lloré leyendo las últimas tres páginas de ‘Dos centímetros de mar’. Carlos, el protagonista, con su suma-cinismo, no sólo extraña a Armando a lo largo de todas sus aventuras, sino que lo añora. Duele darse cuenta de cómo este mega cínico, supra impúdico, todo lo que hace es defenderse de las heridas que experiencias anteriores le han dejado. Duele, porque al inicio, unas 25 ó 30 páginas de texto, uno llega a odiar a Carlos, el protagonista. Lo llega a odiar porque se convierte ante nuestros ojos en un ser despreciable, infame, perverso, de una lengua tan viperina como demoníaca, tan ácida como repugnante. Si hasta dan ganas de decirle: guácatela.
El lector se emociona cuando casi al final, aparece el tan anhelado Armando, con su uniforme blanco de “marinero de luces”, en una escena que nos recuerda a ‘Officer and a gentleman’ con Richard Gere. Pero ese mismo lector terminará odiando al objeto de la devoción de Carlos cuando el susodicho se comporte de la manera en que el autor nos relata en la novela. No lo voy a contar, no puedo, echaría a perder la lectura. Basta con decir que me parece un tremendo desenlace.
Los otros personajes, Irving el vecino hard-core, los policías-bouncers, Bianca la draga de la 15 y Alberto el plomero bugarrón, terminan de dibujar el óleo sobre acrílico en esta historia que lo que tiene de patético es tan sólo el sentimiento de perpetuación que le damos a los recuerdos. Recuerdos que después regresan a mordernos el trasero, cuando cambian de rostro, de modalidad, de entonación por el vaivén de los años y los acontecimientos.
Disfruté la pluma de Carlos, el autor. Vázquez Cruz es muy mordaz e incisivo, de una prosa temporal, cortita y asertiva. Le creí casi todo el entuerto que unió las vidas de los implicados, a excepción del evento Bianca-muerte-Alberto-cárcel-Carlos-duelo. Por lo demás, me relamí en la lectura y me sorprendí al descubrir que un tema tan explícito y que desborda tantos detalles chocantes de dragas, manteca Crisco, anos, enemas, fist-fucks y otros etcéteras pudiera, al final, enternecerme casi como lo había hecho ‘Brokeback Mountain’. Tan enternecida me encontré que los últimos vistazos a Santo Domingo, sobrevolándolo en un American Eagle 5031 mientras terminaba de leerme la novela, fueron con los ojos llorosos y la nariz moquillenta. Disfruté también el capítulo que hace referencia al Apocalipsis, por las razones seudo-religiosas del caso, y de cómo el mismo fue diseñado para su impresión en el libro. Parecería que se está leyendo directamente de alguna sacrílega biblia pirata. Así que este aplauso además de ser para Carlos, el autor, es para la Editorial Tiempo Nuevo.
Recomiendo la lectura de ‘Dos centímetros de mar’, solamente a aquellos que puedan leer este pasaje y aún así arriesgarse a continuar con el atrevido viaje:
“—¡Pato!
—Mi amor, reconsidera. Mejor dime “Pavo”. ¿No has visto cómo abro el culo como abanico de colores cuando veo a tu novio?”
Buen provecho.
El tema gay erotico es dificil. Hay que felicitar a los que se atreven. Felicidades al autor y que siga con su valentia.
ResponderBorrarMuchas gracias, Yolanda. Le has dedicado una reseña inteligente, responsable y crítica a mi novela. Si me fascinó la síntesis, más lo hizo que señalaras la relación con la cual no cuadraste. Como escritor, eso me interesa mucho. Así que nos debemos otro café, que espero me concedas cuando visite Puerto Rico próximamente. Te dejaré saber. Nuevamente, mi profundo agradecimiento.
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