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martes, mayo 26, 2009

Erotizaciones de una monja


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Son las cinco de la mañana. El sol aún no empieza a colarse como una línea geométrica por la ventana de Hiroshima. Acabo de terminar de leer el relato noveleta ‘Los vapores de Sor Emilia’. Una incidencia testimonial de una monja poco convencional, alejada del lugar común, que el mecenazgo de La Secta de los Perros ha tenido la afec y efec tividad de difundir en un libro de tirada corta y largo alcance, como los torpedos. Muy buena lectura. Se lee de un tirón y nos deja pensando en qué será lo próximo que Rafa Acevedo y sus compinches nos han de traer durante el siguiente set de banquetes.

El autor del libro es Francisco R. Velazquez, del cual no se brindan datos biográficos pero a quien tuve el beneplácito de conocer el día que adquirí el libro, todo un descubrimiento de hombre de literatura. En la portada del libro leemos que el mismo es un ‘Opúsculo Moral In Re: Os Vulvae’. Un piscolabis al paladar.

Se inicia con una Nota Bene indicando que este manuscrito fue comprado en una tienda de cambalaches (me fascina esa palabra), como prueba de galera, en tamaño de octavillas, corregidas a mano, de un tracto moral dudoso, pero listo para publicarse. Venía el documento guardado dentro de una caja de tabacos Comodoros, torcidos a mano en 1915 en Utuado, Puerto Rico.

Durante el resto de la lectura nos encontraremos con una monja en total control de sus obsesiones sexuales dirigidas a Antonio, el empleado de la imprenta de Don Alfonso, y partir de allí es ella quien asedia los aposentos corpóreos del muchacho, haciéndole todo tipo de invitaciones, insinuaciones, magistralmente encapotadas en la época y en la lírica del tono del relato. Este fragmento, por ejemplo, me asalta de manera admirable:

“Antonio: el sábado pasaré por la imprenta para recoger las hojas. Llevaré la mitad y dirá usted que la otra mitad no estaba lista. Regresaré el domingo […] sobre las ocho de la mañana. Entonces me quedaré con usted en el altillo de la imprenta. Está a solo dos calles de la Catedral. Nadie extrañará mi presencia en el vecindario. Llevo un año de clausura. No me importa estar encerrada en su casa si tiene usted la gentileza de comprarme un ruiseñor.”

El texto es, además, muy erótico. De lo más erótico que he leído últimamente, después de haberme degustado a la autora cubana Julie de Grandy y a Jorge Valentine con su Náyade. Tiene escenas que realmente incitan los sentidos; memorables. Varias de ellas, diría yo, demasiado osadas para nacer de la provocación de vapores y exudaciones de una monja, pero muy verosímiles dada la situación en contexto.

A medida que avanza el relato, se complica el conflicto incluyendo a Violeta, para hacernos tragar más hondamente. En fin, que el libro, en su brevedad, me resulta mucho más entretenido y mucho más robusto de lenguaje literario con sentido que muchos mamotretos que pululan por ahí. Vayan a La Tertulia de Río Piedras y cómprenlo. Después, échenme a mí la culpa. Y finalmente crucen los dedos para que La Secta de los Perros siga haciendo de las suyas.


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