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viernes, septiembre 11, 2009
Primicia II: HISTORIAS PARA MORDERTE LOS LABIOS
Delineador
Por Yolanda Arroyo Pizarro
Nuestras ilusiones no tienen límites; probamos mil veces la amargura del cáliz y, sin embargo, volvemos a arrimar nuestros labios a su borde.
(René de Chateaubriand)
ASÍ TERMINA todo. O para muchos sería como decir, así comienza todo. Dibujándote una línea de maquillaje encima del ojo izquierdo. El que te late. Un espejo de botiquín frente a ti. Un lápiz marca Clinique adquirido en la venta de Sears. Hipoalergénico. Color charcoal black. Treinta por ciento de descuento rebajado de catorce noventa y nueve. Y el par de ojos de este lado del espejo, y el par del otro lado del espejo se buscan mutuamente. Cada uno, frente a la superficie que replica tu rostro. Repite las líneas de tu faz. Las copia y las reproduce para decirte que ya no eres tan pequeña, ni estás tan desprotegida, ni necesitas de tantos cuidados.
El grito y una voz alarmada te hacen brincar del susto. Tu corazón late acelerado. El delineador se te sale del patrón de dibujo horizontal sobre el párpado. Siempre por encima, por debajo nunca porque ya no se usa maquillaje de ese modo. Es una moda de los ochenta y el cantante Michael Jackson acaba de morir, acaba de borrar de la faz de la tierra esa década. No entiendes muy bien el revuelo que ocasiona esa pérdida, pero ha estado en los noticiarios toda la semana, todo el mes, lo mismo que el brote de Influenza A. Sobredosis de morfina, lo del rey del pop. Inyectada por su mejor amigo, un médico de cabecera. Te preguntas cómo se convierte un galeno en el mejor amigo de una mega estrella acusada de pedófilo, cómo la estrella recibe recetas y esperma donada, hasta del dermatólogo. En fin, el grito de tu padre otra vez y sales de la abstracción. Tu papá: un ente con el que convives desde que recuerdas.
Ven acá, Vanesa. Corre, te ordena. Haces una mueca, alzas los hombros. Suspiras. Colocas el charcoal black pencil en el estuche, sin prisa. Colocas el estuche en la bolsita velvet y amarras. Sales del baño mirándote otra vez en el espejo del botiquín, con calma. Qué pasa, papá, y te acercas, poco a poco. Tu rostro va cambiando de aspecto. Tu padre está de pie, con los pantalones abajo, el calzoncillo manchado de sangre y el mismo líquido rojo viscoso chorreándole las piernas.
(Fragmento del cuento: "Delineador" del libro HISTORIAS PARA MORDERTE LOS LABIOS)
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