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domingo, octubre 11, 2009

Sevilla y Jesús: Primer día

Llegué hace una hora. Los mocos se me salen por llorar (soy una llorona) y por la presión de la cabina del avión que me activa la sinusitis. Sevilla me recibió a 78 grados fahrenheit, pero por alguna razón que no me explico, el calor se siente como los mismos 98 de Puerto Rico.

Los acentos. Ah, dios. Los acentos dan ganas de tirársele encima a la gente y quitarles la ropa. Así de sencillo.

Los países son como los cuerpos. Expelen feromonas. A mí me lo había advertido Anelís. Me dijo: Huélete a España tan pronto llegues. La tierra, su tufo, es otra cosa. Tenía razón. Aspiré y me tragué por los orificios todo lo que pude de este nuevo carnaval de olores. Providencial.

Caminando fuera del aeropuerto divisé un taxista. El me divisó a mí también. Hubo una conexión. Extraño. Desde hace mucho empecé a creer en estas infusiones energéticas. Por supuesto, el taxista se llamaba Jesús. ¿Pueden creerlo? Igual que mi Jesús puertorro. Este nuevo Jesús me dijo: Sevilla te estaba esperando, guapa (me dijo guapa y por poco me muero), si no era ahora sé que vendrías a vernos el próximo año”. Yo me quedé de una pieza. Me monté en su vehículo y lo escuché hablar por los siguientes veinte minutos. Era el hombre más emblemático y peculiar que jamás hubiera conocido en tierras lejanas. Blanco. Ah, blanquísimo. Entrado en los cincuenta. Patas de gallo en los ojos. Boca, ejem. No la voy a describir so pena de ser expulsada del Olimpo. Menos que se movían en el aire con cadencia. Me hicieron recordar las manos de mi Zorro de El Principito.

Jesús me contó del pacto de Eisenhower con Sevilla debido a lo cual hermanaron a Kansas City con esta bella ciudad. Vi los letreros. Me habló de Franco con un desparpajo y una filosofía de vida tan resiliente que lo envidié ipso facto. Jesús me contó de las murallas medievales que bordean la ciudad, me paseó por la Catedral de Macarena que se encuentra a dos bloques de mi hotel, y condujo en reversa con una habilidad admirable por un callejoncito estrecho para dejarme frente al portal cuatro estrellas que me cobijará estos días.

Me abrió la puerta y me dijo: “eres un Sol, das vida como el Sol, Sevilla, a partir de hoy jamás podrá dejarte. Te irás de regreso a tu casa pero no será posible que te saques a Sevilla del cuerpo.” Y me besó. Dos besos. Uno en cada mejilla. Es la primera vez que un taxista me besa para despedirse.

Así las cosas entré al cuarto de mi hotel y aquí ando acostumbrándome. Y extrañándote, gungulén. Extrañándote mucho.





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1 comentario:

  1. Exito tod@s. Vaya anecdota, eres un iman de energia. Como diria Mayra, sera que llevas a Luz del Caribe en los ojos, jejeje. Que estes bien.

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