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martes, octubre 27, 2009

Tetita de carne (octubre en Paris 2009)




Hoy caminé por Boulevard Garibaldi, pasé el quiosco de las flores (voy a enviarte flores desde Paris, o al menos esa es mi fantasía, lo intentaré), la tienda de pastelería francesa que tanto disfruto, el McDonald’s al que voy a negar que fui, la estación del tren y de las verduras. Tomé un taxi en la plazoleta. Identifiqué dos librerías que visitaré mañana, saludé a la gárgola de Notre Dame y me extasié en la Torre Eiffel nocturna. Todo un espectáculo.

Al llegar al Hotel La Perle me perdí, pero ya me había bajado del taxi, así que traté de orientarme caminando. Error. Seguía perdida. Vi una tienda de Gap y otra plazoleta. Identifiqué un letrero que leía Montparnasse y otro Sena. Me decidí por el del río. Di varios pasos más, más allá del museo de Rodin, cerrado a esas horas, y llegué a las famosas escalinatas de la muralla del río Sena. Las bajé y las subí. El olor es un poco irritante, pero es el Sena. Victor Hugo, Los miserables, Jean Valjean. Me lo tuve que repetir mientras mi olfato se acostumbraba.

Frente a él pedí tres deseos. Mentira, pedí quince deseos. Todos tienen que ver contigo, bueno, no todos, pero la gran mayoría. Pedí por la paz de mi Isla, y por la salud del papá de una GRAN amiga. Pedí por la nena, por el donante, por mi insomnio (en esto fui flexible, que se vaya o se quede, yo solo quiero sentirme cómoda con él), por mi lucha ancestral a favor de los marginados, porque se vaya el frío (estaba a 36 grados Fahrenheit), porque a mis afectos les lleguen parejas tan grandiosas como tú, que quieran el proyecto de vida en conjunto. En fin, también hice pedidos más superficiales: que me acueste a dormir una noche para amanecer flaca al otro día, o con una treintena de libras menos, que me saque la loto, que se me quite el miedo a los aviones, que no me agobie tanto al pasarle vacum cleaner a la casa, que el pelo me crezca rapidito, sin mucho stress para que no me de con picármelo nuevamente, etc.


Ahora bien, hubo un deseo en el que hice trampa.

Pedí volver a ver a mami. Hacerla corpórea. Traerla de nuevo a este plano. Han pasado siete años desde su fallecimiento y la extraño como si hubiera sido anoche. No quiero verla en sueños ni imaginármela transparente, ni atraerla en una mesa de médiums espiritistas, o recrearla como un holograma, ni ver su fantasma en una tarde de Ouija, o que me hable a través de algún babalawo. No. Verla de verdad.

Convoqué su presencia. Me llevé a la boca el dedo pulgar de la mano izquierda. Mami se hurgaba ese dedo. O más bien se manoseaba el pellejito que quedaba en la comisura de la uña de ese dedo. Yo crecí viéndola masticar ese apéndice de piel de su pulgar. Aprendí a morder el mío, como mismo hacía ella. A espulgarlo, a desgajarlo, a desprenderlo con los dientes. No la uña, el pellejito de al lado. La tetita de carne que se formaba de tanto desfigurarlo y mojarlo con la boca, para luego escupirlo. Así mismito. Eso hacía ella. Sé que no es estético, pero me la recuerda.

Pedí volver a verla. Estaré expectante, a ver si el Sena y Francia me la devuelven.

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