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lunes, marzo 15, 2010

Besucona
Por Yolanda Arroyo Pizarro



Besucona
Por Yolanda Arroyo Pizarro


Desde que tengo uso de razón beso.

Para probar y para saber. Para saber a qué sabe el otro. Para coincidir con la energía del otro y sintonizarla con la mía. Beso a los que me gustan, a los que me atraen mucho. A los que me causan reacciones que no puedo contener. Y entonces me acerco. Cruzo el umbral, camino por lo que se supone sea el trayecto. Infrinjo la ley de distancia vital. Me acerco y huelo primero. Beso después. Para hacer un pareo del estímulo sensorial táctil con el odorífero, y con el gustativo. Las papilas me salivan, como si fuera a lamer tamarindo.

Hago esto con los afectos, con la gente que me encanta, que me engancha. Con las parejas, las futuras parejas, con los amigos. Los amigos íntimos. Besos de piquito, como un saludo entrañable. Besos en el cuello, cerca del oído, a veces en la mandíbula o la nuca. Depende del mood.

Me ha causado problemas, de los cuales me escabullo explicando: “Es que soy besona, tengo que besar. Cuando quiero, tengo que hacerlo.” Los novios, esposos y musas han refunfuñado. Al principio, protestan al enterarse del “modus operandi”. Luego me declaran incorregible. Entienden que es parte de mi programación, siempre y cuando prometa (y cumplo) que la dosis de ellos es especial, única e insuperable.

Me inicié a los once años. Mi primer beso lo exigí entre las rejas de mi casa al monaguillo del barrio. Era lindo, tenía hoyuelos y olía a cáscara de peras. Hubo labios, lengua, dientes. El asunto me vino tan bien que me hice viciosa. A tal punto que ya de grande, entrando a los dieciocho, si conocía a alguien que me gustaba demasiado le pedía: “No sé si nos vayamos a ver de nuevo, y no me perdonaría haber ignorado esos labios. ¿Pudieras besarme por si acaso?”

Mientras mis amigas se envolvían en situaciones más comprometedoras y quizás peligrosas, yo me convertía en una promiscua del bregoteo, o sea, besos de lengua, succionados, gargantas profundas, cartografía del cielo de la boca, examen exhaustivo del frenillo, las papilas gustativas, encías y amígdalas. Pero también el reconocimiento subcutáneo de los bordes, las aristas del superior y el inferior, caricias en cada línea, calcar la epidermis de la comisura, lamido del regodeo labial.

Le hice prometer a mi hija, cuando ella tenía nueve años, que debía esperar más que yo para besar por primera vez. Va a cumplir doce en octubre. Anoche llamó desde Texas para contarme que su mejor amigo la había besado. Aún estoy en estado catatónico.

3 comentarios:

  1. Lo más seguro es que la hija haya heredado el regusto por los labios y los besos, cómo no. Describiéndolo como lo describes, la verdad es que provoca...

    Buena la lectura, me hizo sonreír.

    Saludos venezolanos,

    Ophir

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  2. Definitivamente estoy contigo, pienso, revivo y he llegado a la conclusión que mi "Modus Operandi" es ese, un beso, un buen beso, es la antesala de lo que va a acontecer mas adelante (si va a pasar) por que a veces en un buen beso se viven mas sensaciones que un encuentro sexual que viene obligado por las costumbres de la rutina, beso, toqueteo y beso, y al final luego de varios pasos el encuentro, me encantan los besos mordido, suaves, exploradores.... al final , que rico es besar y ser besado con gusto y sin miedos...

    Abrazos Yolanda,

    J.J

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  3. te voy a robar parte de la estrategia y voy a empezar a decirle a la gente: bésame por si acaso!
    está bien rico este post! ;)

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