Diez libros que leí y se quedaron conmigo.
Por Yolanda Arroyo Pizarro
1. El principito, Antoine Saint Exepury: No supe por qué, a la edad de ocho años, lloré leyendo este libro. Lo supe después, de adolescente, de adulta, cuando entendí que el texto tocaba el tema de la muerte, del abandono, del engaño. Un libro tan de soledades y tan desolador, pero tan hermoso.
2. Ilusiones, Richard Bach: Este libro me marcó por lo mesiánico. Me hizo comprender que todos podemos ser un Cristo. Mis compañeras de clase de grado doce, Glorye, Wandeline y Ednita, me lo regalaron y lo firmaron para mí. Cuanto daría por saber dónde se encuentra ese ejemplar.
3. Neguijón, Fernando Iwasaki: Iwasaki nos demuestra por medio de la ficción, los desastres del oscurantismo y del movimiento religioso inquisitorio. Un texto lleno de torturas y suplicios.
4. Delirio, Laura Restrepo: El tema del desquicio, del desequilibrio mental inesperado, es tratado magistralmente en este libro de la escritora colombiana que más admiro. Nos devuelve a la empatía y vivir conscientes de la que inconsciencia nos puede arropar en cualquier momento.
5. Puta linda, Fernando Ampuero: De pronto, y sin anuncios, característico de una buena obra, al protagonista nos lo desaparecen. Es entonces que el lector vive en carne propia la agonía de no saber qué realmente sucedió.
6. Desgracia, John Maxwell Coetzee: Contrario al título de esta novela tan célebre y que muchos han catalogado como su mejor obra narrativa, la prosa de John Maxell Coetzee no es para nada desgraciada. Todo lo contrario, es un gran atino dentro del caudal literario que hoy por hoy nutre y se nutre de lectores en busca de prosa lúcida y próspera. La narrativa de este escritor sudafricano es cortante, filosa, transmisora en esencia de la lastima y el maltrato homínido de la especie por la especie. Es tan directa al grano que sobresalta.
7. El olvido que seremos, Héctor Abad: "Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá y escogí a mi papá”. Así comienza esta novela de nostalgias. De este modo tan único, me transporta Abad Faciolince al mundo de los afectos paternales y hace que recuerde a mi Papi Coco. Papi murió de noventa años en 2003 y lo mismo que Héctor, yo lo creía un dios. Un Pélida, un gladiador, un arrojado. Lo mismo que el autor de la novela ‘El olvido que seremos’, pienso que sobrevivir la muerte de un padre es una tarea titánica, a veces imposible.
8. Ensayo de la ceguera, Saramago: La desesperanza hecha carne, es esta obra. En este entuerto de páginas se nos muestra una humanidad demasiado creativa para el morbo y la tragedia.
9. Sula, Toni Morrison: La narración de una época en que negra, mujer, y cosa eran sinónimos destaca este trabajo de Morrison. Me gusta porque la protagonista no es una heroína, sino una chica lista que desea salirse con la suya.
10. Seda, Alessandro Baricco: Baricco, autor de la Seda que no solo envuelve a Hervé Joncour, sino a todo aquel que se viste de su existencia, es uno de los mejores escritores contemporáneos que puede hacer con las palabras lo que le da la gana. Y lo logra conciso, y lo logra enfático, que no es lo mismo que repetitivo. Y lo logra con sencillez y brevedad. Seda es un libro que ha vendido ya más de 800 mil ejemplares y que puede leerse en un día. Su lección nos durará un buen rato; su lección nos transformará. Leerlo es como “morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca”.
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