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martes, junio 15, 2010

8 de 20 leídos en verano: Waltzen y Kazbek


Kazbek de Leonardo Valencia

El año pasado la editorial Eterna Cadencia me hizo el honor de incluirme en su antología ‘El futuro no es nuestro’ prologada por Diego Trelles Paz. Meses más tarde, lanzó esta maravillosa novela del Bogota 39 Leonardo Valencia. El protagonista, Kazbek, comparte muchos paralelismos con el autor. Al igual que él es de Ecuador y domicilian en el extranjero, Barcelona. También ambos viven de la añoranza de Guayaquil y sus alrededores, los ríos, las montañas, los cielos. La novela trabaja la técnica de fragmentación de la conciencia, tan acogida por la crítica recientemente, en donde se nos muestran bloques de acontecimientos aparentemente aislados que van conformando un todo a medida que nos sumergimos en diálogos y acciones. Kazbek concibe la búsqueda de la meta final, encumbrándose por desear escribir la Gran Novela mientras acepta un trabajo de redacción para ponerle vida a un portfolio de bocetos que le es entregado. Son dieciséis dibujos de insectos volcánicos cuyo dueño, el Sr. Peer, le asigna con rigurosa petición. En una de las paginas Kazbek reflexiona: “Escribir consiste en no dar explicaciones”. El elemento metaliterario es uno de los rasgos favoritos de Leonardo Valencia, así lo ha expuesto en sus otras obras ‘El síndrome de Falcón’ y ‘El libro flotante de Caytran Dolphin’. Un reencuentro con un conocido misterioso de nombre Dacal, hombre con hijos, secretos, elipsis y atracción indescifrable, lo saca de su zona de conformidad. Va a empezar a escribir de él, de su vida, de sus mujeres, (la dichosa Gran Novela) pero algo lo detiene. Algo que no comprende del todo. Lo novedoso de la novela es que incluye los bocetos de insectos volcánicos y demás fotografías de las obsesiones de Kazbek que casi siempre son hexagonales y que mayormente se concentran en la búsqueda de las aguafuertes o grabados en la Biblioteca de Piedra. La relación que se desata con Isa comienza a poblar la neurosis de Kazbek hasta que el desenlace, luego del abandono de Dacal, se suscita.



Waltzen de Lina Nieves Avilés
Se cree que nació en Alemania y el vulgo era el grupo a quien iba dirigido. El Waltzen es una danza precursora de bailes sincronizados estilo medieval. A eso aspira el opera prima de Lina Nieves Avilés, un libro de estampas narradas con portada de pies y botas sincronizados y que comparten todos la misma falda; no que visten igual sino que en efecto, todas las piernas se envuelve en la misma falda roja, a modo de disfraz demoniaco. En la medida en que comparamos sus textos a una melodía en la que los personajes se zarandean con el rítmico danzar azaroso de la vida, la metáfora es efectiva. Cada relato es un snapshot, una flecha de tiro al blanco en donde se va de A a B sin desviación de recovecos o atajos. Las viñetas son rompecabezas en las que a ratos se aparenta que no ocurre nada, a veces con un grado magistral de sofisticación que aperpleja. Inicia con un prólogo que me rehúso leer escrito por Rafael Acevedo, no porque lo haya escrito Rafa, sino porque los prólogos tienden a dañarme un poco la sorpresa del libro. Continúa con la docena de grabados narrados interconectados todos con diferentes estadios filosóficos quizás de carácter hindú, por aquello del epígrafe. Sobresale el titulado ‘El retorno’ en donde descubrimos a un hombre que sobrevive o no un accidente de tren; quizás es su anatomía, quizás es su alma la que cavila sobre la correa del tiempo y la famosa perra Laika del Sputnik. Le siguen ‘Azul’ y ‘El ombligo del universo’ en donde se convoca una maldición para matar al padre y se describe el pasodoble de escamar peces a luz de la luna que baila, respectivamente. En ‘Baco enfermo’ hay una erotización embellecida con el asunto de la succión del falo, muy conmovedora. El cierre lo propinan los cuentos ‘La bondad y su demonio blanco’ y ‘Tejido animal’ con demasiadas referencias para mi gusto, al dios judeocristiano: “Dios se ríe, dios saluda, dios esto, dios lo otro”. Su mejor espécimen es el titulado “I love Lucy” en donde una mujer sentencia de muerte a un hombre, sin que sepamos por qué (yo llegué a varias conjeturas satisfactorias) y atestigua sus últimas horas de vida mientras le permite dormir, llorar, ver televisión (I love Lucy), experimentar el amanecer para finalmente terminar con el cautiverio con una Smith & Wesson.

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