Nuevo mapa de la literatura puertorriqueña
NUESTRO MUNDO LITERARIO ES AHORA, MÁS QUE NUNCA, ANCHO Y DIVERSO
Por Carmen Dolores Hernández
Si la literatura es un país donde vivimos una vida alterna que, como dice Vargas Llosa, puede ser mucho más satisfactoria que la “real”, entonces hay que concluir que la “nación letrada” ya no tiene una sola capital. Durante muchos años –aquí y en todas partes- existió un “establishment” literario: unas figuras rectoras e imprescindibles; unas editoriales cuyas publicaciones tenían un efecto consagratorio; una “intelligentsia” enjuiciadora y unas corrientes centrales en el sentido de temas y modos privilegiados por los escritores del momento.
Es difícil reconocer tales marcadores en la situación actual de nuestra literatura. No hay un núcleo de escritores reconocidos, sino muchos. Tampoco hay una jerarquía clara entre las editoriales (con la catástrofe que le ha sobrevenido a la de la UPR hemos perdido la más importante del país). Varias, más bien pequeñas, se han hecho cargo de publicar nuestra literatura. Y tenemos ahora las herramientas digitales. Al escritor boricua se le ha abierto la posibilidad de publicar por Internet, donde no necesariamente prima la fortaleza o debilidad editorial del país, sino la lectoría que encuentre el texto.
¿Quiénes son y dónde están los nuevos escritores puertorriqueños?
Son muchos y son “nuevos” en el sentido de que han publicado por primera vez durante los pasados diez años. No son, necesariamente, muy jóvenes. Vienen de campos diferentes y se encuentran en diferentes lugares, incluso fuera del país, como Rafael Franco (“El peor de mis amigos”, “Alaska”) y Hugo Ríos (“Marcos sin retratos”, “A lo lejos, el cielo”). Muchos –no todos- ejercen la docencia. Es el caso de Pablo Canino (“Mi hija es García Márquez”), profesor de literatura desde hace 35 años. “Esa es realmente mi vocación”, afirma, y añade: “Ahora bien, quien pasa tanto tiempo explicando textos literarios, en algún momento desea experimentar y asumir la creación literaria”.
Christian Ibarra (“La vida a ratos”) no es profesor, o por lo menos no lo es aún. Graduado hace poco de la universidad, está en un compás de espera antes de proseguir sus estudios en comunicación y cultura. Mientras tanto, se gana la vida escribiendo biografías para una enciclopedia en línea.
El periodismo y la literatura suelen ser profesiones afines, sobre todo en Hispanoamérica. No así –o no frecuentemente- en el Puerto Rico actual. Mario Santana (“Secuestros de papel”) es de los que ha dado el salto de un medio a otro. Más bien regresó a su primera vocación. Cuando estaba en la escuela superior le preguntó a un maestro qué debía estudiar para ser escritor. “No se estudia para eso”, le dijo el maestro, pero le prestó “Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez. Tras leerla, el muchacho quiso saber qué había estudiado el escritor colombiano. Cuando supo que era periodismo, lo estudió él también. Fue, sin embargo, una trampa porque –dice- el periodismo lo absorbió. “Es estresante y adictivo”.
Vanessa Vilches (“Crímenes domésticos”) no es periodista, sino profesora universitaria. Escribe, sin embargo, una columna en Claridad –“Fuera del quicio”- con Mari Mari Narváez y Sofía Cardona. “El periodismo le da a uno soltura y liviandad, ayuda a vencer el miedo; pero también puede ser perjudicial para la literatura por la prisa. Los textos no maduran. Lo académico permite una lentitud que puede ser excesiva”.
Luis Saldaña (“La lengua y otros relatos”), viene del mundo del derecho, algo que desde tiempos de Luis Lloréns Torres, José de Diego y Emilio S. Belaval no es frecuente. En el panorama de los escritores actuales ya establecidos, sólo el poeta Hjalmar Flax es abogado. En el caso de Saldaña, el amor por la escritura precedió a la profesión. El agente catalítico fue una temprana lectura que detonó una explosión imaginativa: la del cuento “Relato del enemigo” de Borges. Empezó entonces a construir historias y a vivirlas en sus juegos. Pero no quería ser profesor. “Hay algo de literatura en la selección e interpretación de los hechos, en la manera en que uno se los presenta al tribunal, en los énfasis que se marcan”, dice.
Entre los nuevos escritores hay tecnólogos médicos como Emilio del Carril (“5 minutos para ser infiel”), publicistas como Tere Dávila (“El fondillo maravilloso”) y expertos en mercadeo como Awilda Cáez (“Adiós Mariana”). Tal diversidad trae “otras visiones y situaciones a nuestra literatura” afirma esta última.
Los mencionados y Janette Becerra, Sofía Cardona, Juan Carlos Quiñones, Jorge David Capiello, Francisco Font Acevedo, Alexandra Pagán Vega, Yolanda Arroyo Pizarro, Ana María Fuster Lavin, José Borges, Rubis Camacho, Yvonne Denis, Gizelle Borrero, David Caleb Acevedo, Moisés Agosto, Cezanne Cardona y muchos, muchos más son narradores que empezaron a publicar durante la actual década.
No son menos los poetas. Ángel Darío Carrero, Karen Sevilla, Jorge David Capiello, Xavier Valcárcel, Mirna Estrella Pérez, Zuleika Pagán López, Néstor Rodríguez, Javier Ávila, Janette Becerra, Kattia Chico, Nicole Cecilia Delgado, Ana María Fuster, Juanmanuel González Ríos, José Raúl González “Gallego” y Federico Irizarry Natal están entre ellos.
De maestrías, talleres y grupos
La Maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón, creada bajo la dirección del escritor Luis López Nieves en 2004, cuenta con 12 egresados que han publicado un libro, entre ellos José Borges, Max Chárriez, José Rabelo, Eduardo Vera y Margarita Iguina. “La Maestría nos proporcionó disciplina”, dice Awilda Cáez. “Uno se ve obligado a escribir todo el tiempo”.
Han proliferado también los talleres de narrativa y de poesía. Uno largamente establecido es el de la escritora Mayra Santos-Febres. De él salió en 1997 “Mal(h)hablar: Antología de la nueva literatura puertorriqueña”. Producto del taller es Rafael Franco, cuya novela “El peor de mis amigos” es un texto excepcional, y cuyo libro de cuentos, “Alaska”, obtuvo el Premio de Cuento en el certamen del Instituto de Cultura en 2007.
Otro –fuera de San Juan- es el “Círculo Literario del Departamento de Estudios Hispánicos” de la UPR en Cayey, que dirige la escritora Janette Becerra. La revista “Tinta nueva” proyecta su voz más allá de sus sesiones. “Los talleres le permiten al escritor exponerse a la crítica de sus pares, pulir sus escritos, abandonar los clichés. Leer a los demás es una estrategia muy útil”, dice Janette, premiada en España en el 2009 por la Fundación Gaceta de Salamanca.
Existen, asimismo, muchos grupos cuyos integrantes se apoyan entre sí. Suelen tener un perfil temático o estilístico definido. El Colectivo Literario Homoerótico se ha constituido en torno al tema de la literatura gay. Son narradores como Moisés Agosto, David Caleb Acevedo y Luis Negrón y poetas como Ángel Antonio Ruiz, Abniel Marat, Xavier Valcárcel y Aíxa Ardín Pauneto. “La intención”, dice Luis Negrón (“Mundo cruel”), “es crear una comunidad literaria, espacios de encuentro entre los gay”. Él, que es librero, ha rescatado escritos de otra época sobre el tema, como un libro de Federico Degetau, “El secreto de la domadora” que “transgrede las formas”, dice. El Colectivo usa a menudo Internet para publicar sus trabajos; organiza lecturas públicas y talleres de escritura. Las redes sociales son importantes para éste y otros grupos.
Hay grupos o colectivos de escritores por toda la Isla: en Ponce, Vega Baja, Aguadilla, Hatillo. Ya no miran necesariamente hacia San Juan como el único centro de la actividad literaria. El grupo “El Sótano”, cuyo nombre alude al sótano de la Facultad de Humanidades del recinto de Río Piedras de la UPR, ahora tiene su sede en Hatillo, bajo la dirección de Zuleika Pagán López. Han establecido una editorial, “Sótano Editores” que publica libros en colecciones como “Las zapatillas de Dorothy” (poesía), “El conejo de Connie” (cuento), “La traición de Wendy” (ensayo) y “El prepucio de Pinocho” (novela). Entre los fundadores del colectivo en el año 2000 estuvieron Amarilis Tavárez Vales, Federico Irizarry Natal, Julio César Pol (primer director de la revista), Jorge David Capiello Ortiz, Jorge Rodríguez, Juanmanuel González Ríos y Carlos Vázquez Cruz. Los últimos dos aún forman parte del grupo. Su revista, “El Sótano 00931”, publicará de ahora en adelante números especiales de carácter antológico.
No todos los escritores se agrupan. “Yo no tengo grupo, pero sí buenas amigas”, dice Vanessa Vilches. “Mi taller es la columna periodística que escribo con Mari Mari y Sofía. Estoy alejada de las claques que son agentes culturales. Si no estás a bien con algunas, es como si no existieras”. Sofía Cardona les enviaba los cuentos de “El libro de las imaginadas” a sus amigas según los iba escribiendo y recibía sus respuestas y comentarios. Como Vanessa, como Janette Becerra, siente que no sintoniza del todo con lo que se escribe en el momento. “No escribo para universitarios”, dice. Y Janette Becerra: “Mi literatura no es transgresora, que es algo que se espera de la literatura joven, que sea iconoclasta, escatológica. Yo me resisto a eso”.
Nuevas editoriales, nueva escritura
El “Boom” de talleres, programas de escritura creativa y de grupos ha creado una necesidad de editoriales. Hay varias muy recientes, entre ellas Aventis, fundada en 2008 por Jorge David Capiello. Entre los libros publicados están “La vida a ratos” de Christian Ibarra, “Casquillos” del mismo Capiello, y –pronto- la segunda edición de “La belleza bruta” de Font Acevedo. La línea editorial de Aventis favorece textos atrevidos, lúdicos. “Me gusta el riesgo”, dice su director.
El negocio editorial nunca ha sido fácil en Puerto Rico, debido sobre todo a la falta de un circuito comercial bien establecido, que comprenda el ciclo autor-editor-distribuidor-librero-reseñador-grupos lectores. “El mayor problema que tiene el mundo de la edición en Puerto Rico”, dice Capiello, “son los libreros y los distribuidores. Los primeros no pagan a tiempo. El libro extranjero lo pagan C.O.D.; el que se produce aquí lo pagan cada tres o seis meses, si acaso. Es un problema para las editoriales con pocos títulos que no pueden esperar tanto para recuperar su inversión. Y las grandes tiendas le exigen al editor un catálogo de cien títulos o más para comprarle, por lo cual hay que buscar los servicios de un distribuidor. Eso minimiza las ganancias. Nosotros hacemos presentaciones directamente al público porque mientras menos mediadores haya, mejor”.
Awilda Cáez, que junto con Emilio del Carril y Eduardo Vera –egresados de la Maestría en Creación Literaria de la USC- estableció en 2005 la editorial Pasadizo, dice lo mismo. “Nosotros trabajamos el producto: cuidamos la selección, la edición, las portadas, pero no podemos dedicarnos a distribuir y cobrar. Una vez que Borders compra nuestros libros a través de un distribuidor, nos paga, pero no así las librerías locales”. Pasadizo ha publicado seis títulos y pronto publicarán “Concierto para Leah”, de Maira Landa, finalista en la convocatoria del Premio Planeta.
Peor aún es la situación de quienes publican en el extranjero, como Vanessa Vilches, cuyo libro de cuentos salió en la editorial chilena Cuarto Propio, que ha publicado a escritoras como Diamela Eltit y Guadalupe Santacruz. “Distribuirlo en Puerto Rico ha sido muy difícil. Los libreros no quieren pagar el correo”.
Una nueva vía es la publicación digital. Editora Koiné, dirigida por Edgardo Colón Sepúlveda, hasta ahora tradicional, se está preparando para la transición. “Gasto miles editando un libro en papel”, dice. “La edición digital es mucho más práctica. Es el medio de hoy”.
Es un renglón –la librería digital- aún inexplorado en Puerto Rico y poco trabajado en el mundo de los libros en español. Tres grandes editoriales españolas –Planeta, Random House-Mondadori y Santillana- se unieron con varias más pequeñas (SM, Editorial Roca y Ediciones 62, entre otras) para crear un portal cibernético, “Libranda”, que vende libros digitales en nuestro idioma. Aunque el gigante en las ventas de libros digitales es Amazon.com, su selección en español es muy pobre.
Los maestros
Los nuevos escritores buscan nuevos medios de difusión, pero también miran a la tradición literaria puertorriqueña. Yolanda Arroyo Pizarro (“Los documentados”, “Ojos de luna”), dice que desde joven le atrajo el estilo narrativo y los temas de Emilio Díaz Valcárcel. “También la escritura de Betances en ‘Los dos indios’, pero miro mucho al mundo latinoamericano, especialmente la escritura de Mario Bellatin”. Jorge David Capiello sigue una línea equilibrada entre lo nacional y la apertura hacia “temas que coqueteen con lo fantástico”.
Sofía Cardona oyó otras voces desde la infancia. Leyó varias veces la novela “Mujercitas”, de Luisa May Alcott. Por ella internalizó la imagen de la mujer escritora. Y recuerda a la primera escritora que conoció: Esther Feliciano Mendoza.
Janette Becerra no se interesa por el tema de la identidad: “la tengo asumida –problemática, híbrida, colonizada- y metaforizada en otros temas”. Sus inicios en la poesía los hizo bajo el signo del poeta Pedro Salinas. “Fue su poesía –junto con la narrativa del Boom (Borges, Carpentier) y la novela francesa del XIX- lo que me convenció de que mi vida era escribir”, dice.
En el caso de Vanessa Vilches, los libros de Virginia Woolf y de Julio Cortázar fueron claves para su desarrollo. También las lecturas sicoanalíticas: Freud, por ejemplo. Entre los puertorriqueños favorecía a Manuel Ramos Otero y a “la primera Rosario Ferré, la de ‘Papeles de Pandora’”. Ella explica que nunca ha sentido la necesidad de ubicarse literariamente. “Ni sabría cómo hacerlo”, dice.
Imposible describir hoy al mundo literario puertorriqueño en toda su diversidad. Su signo es el cambio, sus proyecciones son ambiciosas, sus integrantes son legión. Tal riqueza convierte a nuestra “nación letrada” en un archipiélago que vale la pena explorar.
Fuente:
http://www.elnuevodia.com/nuevomapadelaliteraturapuertorriquena-780227.html
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ResponderBorrarThis collection comes as a response to a false book of Lesbian poetry written by three men in Puerto Rico passing themselves as Lesbians to mock the work of island Lesbian writers. The book is a veritable Who is Who among the new generation of women poets and fiction writers in Puerto Rico, all brought together by Yolanda Pizarro. This is a crucial ovarian work that breaks boundaries and leaves behind the stifling writings from women on the Island who, many times, had to subdue their voices in order to be accepted by the male literary establishment. In the tradition of Nemir Matos Cintron and her poetry from the 1980s that changed the representation of women and Lesbians, Cachaperismos is transgressive, transnational and a must read.
L.M.Umpierre
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L.M.Umpierre