En las letras, desde Puerto Rico: Escritores en Casa Biblioteca Concha Meléndez
por Carlos Esteban Cana
La gran humanista puertorriqueña del siglo XX, Concha Meléndez estaría complacida del legado que ha representado la Casa Biblioteca que dejó para el pueblo de Puerto Rico. Allí se encuentra la obra y la biblioteca de esta insigne pensadora que escribió, entre muchísimos temas, sobre el cuento en Puerto Rico. Punto de encuentro para escritores en formación, por muchos años la poeta Vilma Bayron, directora del Fomento del Quehacer Literario del Instituto de Cultura Puertorriqueña organizó talleres de escritores. Y todos los géneros, en una amplia mesa, se vieron representados: el cuento, la poesía, la novela, el ensayo y la crónica. Escritoras como Ángela López Borrero, Carmen Lugo Filippi, Etnairis Rivera y Marithelma Costa, por mencionar sólo algunas, impartieron sus conocimientos a un diverso grupo de amantes de la literatura.
En tiempos recientes, sin embargo, la Casa Concha, como ahora se le llama, sirve de escenario para una serie de encuentros entre escritores y lectores. El 16 de noviembre Tere Dávila conversará sobre su libro de cuentos El fondillo maravilloso y Awilda Cáez hará lo propio con Mariana y otras despedidas. Por su parte, José Borges discutirá aspectos de su novela Esa antigua tristeza, el 2 de diciembre. Ambas actividades son a las siete de la noche.
El pasado cuatro de noviembre, sin embargo, fue el turno de Cezzane Cardona, autor destacado este año gracias a la publicación de su primera novela La velocidad de lo perdido. A continuación, En las letras, desde Puerto Rico reproduce unas reflexiones que servían como preámbulo a ese conversatorio.
Marco introductorio para conversar con Cezanne Cardona
por Carlos Esteban Cana
La velocidad de lo perdido es la respuesta de una generación a la indagación perenne de quien problematiza su propia existencia. Cezanne Cardona, ganador del Certamen de Cuento del Nuevo Día en el 2009, es su autor. Esta novela tiene puntos tangentes con el quehacer novelístico del pasado decimonónico (tal como lo presentaron Tolstoi en Rusia, Balzac en Francia y Pérez Galdós en España, por mencionar unos ejemplos europeos. El referente más cercano en el País, sin embargo, lo encontramos en la novelística de Laguerre en el siglo XX). Los escritores mencionados destilan su urgencia ontológica en una historia vinculada a la nación, pero esa urgencia se manifiesta, inevitablemente, de otra forma y desde linderos distintos en escritores actuales que desarrollan su obra en las primeras décadas del siglo XXI, como es el caso de Cardona.
Los artistas ahora viven una época en la que la postmodernidad es una teoría más. Se plantean preguntas similares a sus antecesores pero los horizontes son diversos, diferentes, quizás más ambiguos o de longitud distinta. No es de extrañar pues que las coordenadas actuales impongan dígitos y mundos virtuales en plena era de la información; la sensación de que “somos” se transforma, el conglomerado tradicional adquiere otra máscara, un perfil dinámico conceptualizado en bloques y hemisferios, polos o civilizaciones metamorfoseadas en enjambre de redes sociales. Por lo anterior, es posible la ecuación de un escritor en Puerto Rico que dirija su brújula creativa hacia sucesos capitales que son como ondas que aun repercuten en el diario vivir.
La velocidad de lo perdido tiene como telón de fondo lo que Marti Font llamó, quizás prematuramente, “El día que acabó el siglo XX” refiriéndose a la caída del muro de Berlín. Y en ese escenario se mueven los intensos personajes de este universo: Miguel, Silencia, Laika, Milena, por mencionar algunos, y el océano de nostalgia que destilan los retazos de memoria. El macramé del lenguaje narrativo servido en bandeja de plata, de tal manera que ciertos pasajes de la novela permanecen flotando en el aire aún cuando la mirada descansa.
Desde mi punto de vista La velocidad de lo perdido intenta definir, con paso trémulo, un perfil nuestro del que no se habla tanto en esta latitud caribeña, quizás por nuestra condición colonial. Se trata de ese perfil nuestro que es también occidental. En las paginas de esta primera novela de Cezanne occidente es la presencia omnipresente. El proceso creativo de un escritor en ciernes es una excusa para traernos a la mesa un interesante diálogo con la cultura y filosofía occidental. Eso sí, para percatarse hay que mirar mas allá de lo aparente y dejar atrás los prejuicios.
Zygmunt Bauman, en su libro “El arte de la vida” habla de que ser artista significa dar forma a lo que, de otro modo, no lo tendría. Y quizás eso es lo que gana el lector con La velocidad de lo perdido: otra forma de pensarse.
Como dije en el titulo de esta reflexión, estas palabras sólo pretenden ser un marco introductorio para conversar con Cezzane. Esperamos, además, que se coordinen en diversos espacios de Puerto Rico, otros encuentros con este autor. Cierro con la siguiente acotación: si perdonamos de vez en cuando a la Real Academia cuando lanza libros, incluso diccionarios, con erratas, que nadie se ofenda si encuentra una coma, un punto o una palabra fuera del lugar. En la próxima edición, de seguro, no la encontrará.
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