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miércoles, enero 12, 2011

Hacer el perdón, no decirlo



No soy una mujer perdonadora. Pero no me mal interpreten, no es que sea implacable. Tampoco soy inclemente. Simplemente siento aversión por quienes dicen “te pido perdón”, y listo. Me siento indignada con quienes piensan que con eso borran todo mal anterior.

Detesto los finales donde el malo de la novela ha hecho y deshecho durante setecientos cincuenta capítulos. Ha calumniado, defraudado, arrebatado y aplastado todo lo que se interpone entre él y su placentero entretenimiento, y solo al final, justo al final, cuando está a punto de dejar este mundo que el ha decorado con su morbo(adiós mundo cruel), solo entonces respira hondo y dice: Perdónenme. Y aquí no ha pasado nada. Bien, gracias.

El drama se vuelve todo un dilema existencial porque, ¿qué clase de persona maligna sería una, si rechaza el perdón a alguien que lo pide? Hay una obligación tácita, ¿no? Entonces se asume actitud de monje benedictino y se vuelve mandatorio el perdonar a ese ser humano que ha jodido tanto la pita.

Pues no. Las cosas no son así. No tengo miedo en ser tildada de “politically incorrect” en ese aspecto. Yo no puedo y es que… Me da problema, me da trabajo. Yo con el “pedido de perdón” no hago nada. No me conmuevo con la frase. No me inmuto. Al revés. El “pedido de perdón” me hace café. Me explota las pelotas. Y es que no es justo, creo yo. No es justo que después que alguien declare haber sido “la devastación de tu existencia” o “una avalancha de destrucción en tu vida” se despache el asunto de manera tan superficial, partiendo de la premisa que la reconciliación del alma se da por indulgencia automática.

Creo en hacer el perdón, no en pedirlo. Creo en el actuar consecuente. Creo en el proceder de nuestros valores adquiridos durante el aprendizaje de ese andar por la vida. Creo que nuestros actos y demás acciones correctivas que se realizan a partir del cambio, nos permitirán pedir ese perdón y perdonarnos, no como un acto aislado y de boca, sino como una promesa de vida para mejorar la actitud y la visión que se tiene del otro. Amar más al otro, respetar más al otro. En concreto. En vivo.

Replantearnos la vida y vivirla como un ejemplo real de ese perdón que pedimos es lo que verdaderamente nos debería importar.

Será que a mí no me impresionan las palabras, las encuentro vacías. Como vivo de ellas y con ellas todos los días, será que no me inquietan. Será que prefiero la acción como muestra viva de la derogación de las dobles agendas y la hipocresía. Será que estoy convencida que el perdón se hace, no se pide.

2 comentarios:

  1. Estoy contigo. Creo que he vivido tu ensayo.

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  2. la licenciada licenciosaenero 13, 2011 11:51 a.m.

    Pues yo creo en las apariciones de sorpresa, en los besos robados, en una frase tan sencilla: "yo lo quiero todo contigo" atada a actos que lo evidencien.

    La declaración tiene validez cuando se ata a actuaciones en concreto, ahí sí es prueba directa, porque de lo contrario son meras alegaciones. Y mera, alegación ni espectador quiero.

    Viste qué bella las reglas de evidencia como aportan a mis bicherías de ubicación?

    Te adoro, y también me emputece el perdón que se reparte como panty de a peso en venta del madrugador.

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