Ángelo y yo nos conocimos precisa y exactamente como él lo describe en este post http://confesiones1.blogspot.com/2011/04/avalancha.html. A lo largo de nuestro devenir literario hemos coincidido mucho. Agradezco sus palabras y su bondad. Agradezco tenerlo cerca. Agradezco también que Avalancha le haya gustado tanto como me gustó a mí escribirlo.
La Avalancha de Yolanda
Por Ángelo Negrón
Con prisa abres el sobre que ha llegado por correo. Yolanda Arroyo Pizarro te envía su libro Avalancha y tú, aunque ansioso por leerlo, te detienes en la portada. ¡Excelente!— piensas — mientras te mojas los labios con la lengua y acaricias la cubierta del libro casi sin darte cuenta. Ves cuatro manos que cómplices se interponen entre tu mirada y un cuerpo desnudo. Lees el título: Avalancha. Te parece poderoso, pero no dejas de ligar. Buscas algún indicio adicional de erotismo y descubres que las manos parecen ser femeninas. Te preguntas el porqué a la gran mayoría de los hombres les parece muy erótico dos mujeres desnudas teniendo sexo. Concluyes que es un dos por uno en la visión machista que desde niño te inculcaron. Rememoras películas equis a temprana edad del tema hasta que ves los anillos. ¿Esos anillos le dan seriedad al asunto? No es que el sexo entre mujeres no sea serio, es que si están casadas consideras otra historia que tal vez, sólo tal vez, se aleje de las películas equis que tuviste como altar en esa época. Llegas a la pantalla en el ombligo y regresas al título del libro y al nombre de quien lo escribe: Yolanda Arroyo Pizarro.
La conociste en una comunidad virtual bajo un seudónimo; sabías que era Puertorriqueña por los detalles de su biografía, pero jamás pensaste que vivió allí, al final de la calle donde te criaste y que la viste alguna que otra vez. Sus letras te llevaban a pasear y casi al mismo tiempo en que visitabas la página azul de Internet comenzaste a leer en un blog a una Yolanda a la que también admiraste por su forma de unir palabras. No tardaste en recibir la confesión de que el seudónimo y Yolanda eran una y quedaste perplejo ante la idea de lo pequeño que puede parecer el universo y de que ambas, el seudónimo y Yolanda, se unieron para duplicarse la admiración. Vuelves a la portada y a mojarte los labios. Disimulas un conato de erección, al menos, mientras te alejas del apartado postal. Al encender el auto, te ves obligado a bajar el volumen. Quieres comenzar a leerlo, pero miras el reloj y sabes que debes ir a trabajar. En el tradicional transito mañanero, allí en el semáforo que está antes de la cárcel federal, te da con abrir el libro. La foto de la portada se repite esta vez ampliada y divisas mejor el amago de vellos e imaginas las manos acariciando; perdiéndose en placeres o simplemente permitiendo ver lo que ocultan.
Lees en tinta azul, lo haces en voz alta y como si tuvieses compañía, lo que Yolanda te escribió. Te tutea y te echas “guille” de que esta escritora reconocida, con varios excelentes libros a su haber, y una de las escritoras latino americanas más importantes menores de 39 años del Bogotá 39, se dirija a ti de manera tan casual. Vas a pasar la página para curiosear más, pero un insistente claxon te devuelve a la realidad: El semáforo cambió a verde. Aceleras. Llegas a tu trabajo y no puedes evitar llevar contigo el libro. La contra portada tiene fragmentos que hablan de lo que encontraras dentro y decides ir al servicio sanitario para sentarte y ojear algo más en horas laborables. Pasas con prisa, esta vez la portada, parte del paratexto y llegas a la dedicatoria: Penetrante, como lo que hasta ahora has visto de este libro. Pasas al Índice: es una invitación más a evitar la parsimonia. Te bebes el epígrafe y adviertes que el primer cuento se llama como el libro. Empiezas a leerlo, pero escuchas que tu secretaria te avisa por intercomunicador que tienes llamada, y con desasosiego sales del sanitario y pasas el día entre excell, power point, reuniones y llamadas telefónicas. De hecho la hora de almuerzo, que pensabas podías aprovechar para continuar con el libro, la pasas con un cliente que no deja de hablarte de lo precario de la situación económica del país.
El reloj dicta las cinco y sales a afrontar el tapón de la tarde. Por suerte es viernes y llegas a tu hogar después de varias peripecias. Cenas con tu familia, platicas con tu esposa y tu hija de catorce años un buen rato y luego juegas con muñecas con la de cuatro. Te retiras a descansar. Utilizas el mueble reclinable de tu cuarto de estudio. Abres el libro, buscas la pagina trece. Las palabras de Yolanda te van arañando por dentro.
Avalancha te prohibe descansar. Manteniéndote al filo de la butaca vas de sobresalto en sobresalto. Distingues a la protagonista caminar hacia ti acariciando las paredes y no osas siquiera pestañear porque sabes que, si te quedas dormido, te chupará los pezones. Luego, reconsideras y disimulas el sueño para ver si corres con tal suerte.
Borealis logra que llores. Tan crudo y real comprendes las imágenes que desfilan en esa historia y haces lo de siempre que algo ataca tu tranquilidad: Mirar al otro lado buscando que no duela tanto y te escapas a otra parte de ti.
Montar las olas te lleva al resiente tsunami en Japón. El título te ha hecho recordar las imágenes de la gigantesca ola, del terremoto y hasta de la planta nuclear quemándose. Pronto comprendes según vas leyendo que este es otro tsunami, otro terremoto y que lo que se quema son las vidas de los participantes. Su final es tal como te gustan y su trama presenta verdades complejas que te dan contra la pared de las circunstancias. Esas que, lamentablemente cada vez más, leemos en la primera plana de los diarios.
Estallido de besos rojos te adentra a otro mundo, a uno que no conoces. Lo has visto de lejos. En el cine, en el mall o en el área de Anime de Borders. Los góticos y los emos combinados con la sociedad; juntos pero no revueltos. No los conoces, pero los aceptas. Te parecen diferentes; rebeldes, pero ¿quién no lo es a esa edad? ¿Quién te dijo que debías dejar de ser rebelde? Vives al tanto que si fuera por ti estarías bailando todavía electro-boogie con tenis Puma de gamuza y cabetes de colores fluorescentes o serías un cocolo a lo Eddie Santiago y su Lluvia, tus besos fríos como la lluvia.
Texto completo en http://confesiones1.blogspot.com/2011/04/avalancha.html
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