Hoy camino las calles de Santiago de los Caballeros, en República Dominicana, buscando una farmacia que me venda sin receta Sertal Compuesto, para mis dolores abdominales. Al parecer me excedí en la Presidente de anoche acompañada de Milky Way (barra de chocolate astrofísica) o quizás la limonada de más tarde no contaba con los niveles de flora bacteriana al que mi estómago está acostumbrado. En fin, ya me siento mejor, lista para la jornada que inicia en breve, pero me he puesto melancólica pensando en La Parguera, en Lajas.
A La Parguera, lugar paradisiaco, playero y festivalero de mi isla Puerto Rico, lo he visitado en tres ocasiones. Las últimas dos durante los pasados 22 meses, por motivos románticos y de salidas amatorias en barco, con besos y abrazos impetuosos, por aquello de que el mundo se acaba el próximo 21 de mayo. Nunca antes había visitado la bahía bioluminiscente y me dio placer hacerlo en noche de creciente, con la luna casi escondidita, pues ello me dejó disfrutar de los fagocitos lumínicos y los demás microorganismos encargados de poner a brillar el agua. También me extasié en el cielo, totalmente despejado y repleto de constelaciones, galaxias, exoplanetas, cometas y demás cuerpos celestes, además de los incluidos 400 hoyos negros (recién descubiertos) que abren y cierran sus anti-resplandores sin que mis ojos los detecten, y que me atraviesan a mí, al planeta, a las manos y lenguas que confabulan para enarbolarme el cuerpo. Todo ello sin olvidar la Sangría Coño, suculenta.
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