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jueves, septiembre 22, 2011

Nueva edición del Baquinoquio rinde tributo al poeta Edwin Reyes

En las letras, desde Puerto Rico: nueva edición del Baquinoquio rinde tributo al poeta Edwin Reyes
por Carlos Esteban Cana
La nueva edición del Baquinoquio, acontecimiento anual que celebra el genio creativo del pintor Roberto Alberty “Boquio”, se efectuó el sábado 17 de septiembre de 2011, a partir de las dos de la tarde. Evento que inició en el Antiguo Cementerio de Carolina y culminó con un tradicional brindis en el Bar El Pulguero fue dedicado en su vigésima sexta edición al poeta y cineasta Edwin Reyes. Y para promover el evento el Comité Amigos de Boquio ha reproducido artículos en los que personalidades del mundo cultural se han expresado acerca del autor de El arpa imaginaria. Incluimos en esta edición de En las letras, desde Puerto Rico, algunos fragmentos de los mismos.
La catedrática de la Universidad de Puerto Rico, Mercedes López Baralt, recordaba en Edwin Reyes, poeta y mitógrafo: “Era costumbre de Edwin -en nuestra larga amistad de cuatro décadas- estrenar muchos de sus poemas en mi casa. Gocé de privilegio tal con las antenas de la belleza en estado de alerta, como gozaría él las enseñanzas performativas de su amigo y mentor El Boquo, deconstructor al azar, a quien bautizara con lúcido humor como gourmet de lo insolito. Todavía lo veo sentado en el sofá de mi apartamento de Hato Rey, leyendo con la intensidad sin límites de su pasión, a la que sólo le ponía bridas su reverencia ante el misterio. Y oigo su voz inolvidable, poderosa y tierna de matices. […] Celebré con júbilo el nacimiento de “La muerte del poeta”; también con gratitud sorprendida, al conocer que mi entrañable amigo me lo había dedicado. Este gran poema es, con su amistad sagrada, el mejor regalo que pudo hacerme Edwin Reyes.”  
Por su parte, Marisa Rosado, alma y corazón del Centro Cultural Casa Aboy, rememora en Edwin Reyes Berríos en mi memoria el momento del deceso del poeta: “Ese día triste releí, entre otros, su poema Oficio cuyo final dice: escribo, canto, no cesa/ mi empeño de hacer las cosas como me dictan las rosas exactas de mi cabeza/ y ya no me he de rendir/ ni me matará la muerte/ con la vida he de ser fuerte/ y a la vida he de rendir cuentas/ a la hora de morir. Edwin rindió sus cuentas el 9 de enero y el miércoles 5 de septiembre de ese año, acogiendo una idea de mi esposo Efraín Rosado el día que fuimos a Ciales a sembrar sus cenizas, en homenaje póstumo nombramos la Sala de Actividades de la Casa Aboy con el nombre de Edwin Reyes Berríos. Edwin fue un fiel y solidario colaborador de nuestros esfuerzos desde los inicios de este proyecto cultural en el año 1975.”
El poeta y novelista Rafael Acevedo, en enero del 2001, desde las páginas de En rojo se expresaba: “Queda decir que el homenaje mayor es agradecerle la palabra. El poeta, quien tiene ese don de asumir las palabras como si fueran la carne y la sangre, puede añadir sabiduría. Una cierta luz como la que ocurre cuando el sol reconoce su ocaso. Un deseo incontenible de vivir y decirlo todo para que nadie se quede sin saber y sentir. Quedan sus libros que van de la ternura del padre a la sencilla gloria del amante y el guerrero (que son iguales).”
Para concluir esta edición de En las letras, desde Puerto Rico, en la que nos hemos unido al merecido homenaje que el Comité Amigos de Boquio rinde a Edwin Reyes con su evento, incluimos dos poesías de reconocidos escritores del País. La primera pertenece al juglar del pueblo Eric Landrón, la segunda al poeta vinculado al colectivo Guajana, Edgardo López Ferrer, y finalizamos con ese gran poema de Edwin Reyes al que hizo referencia Mercedes López Baralt titulado “La muerte del poeta”.
Al hermano Edwin Reyes
Eric Landrón

Decir Edwin, es decir
Maestro y hermano.
Coraje, riesgo y Pasión de fogaje,
Poeta del vértigo y de los laberintos,
Piloto de los misterios picaflores o en picada,
Frutero de la vida agria y dulce,
venenosa y nutritiva,
y de las verdes, Edwin, por las maduras.
Cineasta entusiasta
de historias con más comienzos al vuelo
que inquietantes finales felices.
Inquilino de los Destinos sencillos y campeadores.
Profanador de tumbas lapidarias de los íconos,
Blasfemo de la injusticia venerada en otros templos.
Cazador
de los pasos de los sabios ancianos,
de las semillas que derrotan a los desiertos,
de las lluvias torrenciales de la alegría,
del dolor incrustado que reta, esculpe, zarandea y enseña,
y del Genoma Humano serpenteando
como chorro esquivo de incienso y fuego
en el alma eterna.
Decir a Edwin, es decir,
Corsario de la ternura
para el abordaje de los sueños.
Mordiendo, perpetuo y entre dientes,
un puñal de amapolas
en el paladar de los sentidos,
y con un mar abierto y liberto
azotando, incólume,
al viento, al sol y al salitre
entre ceja y ceja.

A la memoria de Edwin Reyes
                                Edgardo López Ferrer

¿Quién habita
el aire
de tu madrugada,
compañero?

¿Será la austeridad
de tu mirada
otra luz
de tu cantar sereno?

¿Quién anda
por la noche
que inventaste
para la tierna luz
de tu palabra amada?

¿Será la piedra
dulce tiempo
en el fulgor
de tus manos?

Sólo sé
que el dolor
es un abultado espejo;
que la memoria
es otro juego
de la nada;
y que
de tanta vida
ardida
la luz es ya
tu música soñada.

La muerte del poeta
                                       Edwin Reyes
por la calle de San Sabastián
bajo un lento río de luz
una curva profunda
por la que va flotando
el cuerpo luminoso de Ofelia

ni un perro se mueve en la tarde
sobre los adoquines azules
va formándose un charco
de prematura noche

Ofelia es un lirio
adormecido por la muerte

cuando pasa por el Colegio de Párvulos
una monjita la ve pasar
y se estremece al sentir
esa súbita ráfaga de belleza
dorar las rejas del portón
debe ser una puta en La Perla
piensa la monja
y se persigna bruscamente

Efraín El Loco iba doblando la esquina de San Justo
con su fiero turbante de apóstol
y su violenta mano de amigo
cuando el suave cadáver de Ofelia
le pasó por delante
¡es la virgen! rugió el loco
y cayó de rodillas sollozando
los ojos abrasados por el resplandor del cielo

el poeta estaba más abajo
en la acera de Tony’s Place
solo tomando una cerveza
con un hermoso libro de las cartas
de Henry Miller a Hoki Tokuda
pensaba en el amor precisamente
mientras miraba el río prodigioso de la calle
que tanto le hacía añorar
el ya lejano río de su infancia

fue entonces cuando notó el fulgor sereno
del cadáver de Ofelia que bajaba
lo reconoció enseguida
por el aura fatal de su hermosura cabeza de niña

el poeta tembló de dolor
pero más quiso contemplarla
de pie a la orilla del río la vio pasar y la quiso
soñó que era otro río el que pasaba
intentó detenerla con sus manos y ya no la vio más

al otro día
los alumnos del Colegio de Párvulos
hallaron posado en la acera
un libro cubierto de rocío
y más allá
un puñado de flores extrañas
esparcido por los adoquines
de la calle de San Sebastián

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