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martes, noviembre 01, 2011

Tres niñas de once años
Por Yolanda Arroyo Pizarro

            Con su apellido en un asteroide. 
            Esas fueron las palabras que llamarón mi atención. Me dieron taquicardia. Yo, que soy fanática irredenta de El Principito y de su Asteroide B612, me desquicié con la noticia.  El principito es mi libro de cabecera que leo, al menos, tres veces al año.  Ostento una colección de memorabilia ascendente a casi setenta objetos, incluyendo ediciones del libro en idiomas italiano, japonés, árabe y catalán.  Poseo un documento digitalizado y encuadernado con el manuscrito original escrito por el propio Saint-Exupéry. Por cierto, en la actualidad incluso dicto un taller titulado “Ven a escribir al Asteroide B612” en el que mis participantes responden por el nombre de “asteroidinos”.  Son escritores muy talentosos que serán motivo de muchas discusiones literarias en el futuro. 
            Pero volviendo al tema del asteroide que lleva apellido, acaba de aparecer en el periódico El nuevo día, página 70, con fecha del miércoles 26 de octubre de 2011, la noticia que describe el logro de una niña de once años, sin duda futura luminaria de las ciencias, que acaba de ganar un premio importantísimo en la Competencia Nacional de Jóvenes Científicos que MIT avala.  La prodigiosa jovencita trabajó un proyecto sobre el efecto de la lluvia en la productividad de plancton en un estuario.  Primero participó en un evento similar  regional, donde ganó otro primer lugar y el pasaporte para la Feria Internacional en Los Ángeles, California. De allí a Washington D. C. fue un saltito fácil, por así decirlo.  Entonces allá se enteró de que el asteroide 27450 llevaba nomenclatura inspirada en ella, en reconocimiento a la importancia de su experimento: Minor Planet Monzón.
            Por supuesto que la envidio.  Yo que siempre he querido un asteroide con mi nombre, ahora descubro que esta chiquilla de once años tiene uno que lleva, nada más y nada menos, que su apellido. La nena, hija de una muy querida meteoróloga de nuestro país, ha expresado su felicidad y el orgullo que siente ante este honor más que ganado.
            Me hubiera gustado que esta reflexión asteroidal se hubiera detenido ahí, en ese festejo, pero mi mente no lo hizo.  Irremediablemente tuve que pensar en otra noticia, también del mismo periódico, publicada el pasado martes 25 de octubre de 2011 en portada: Desde los once en la calle. En esta ocasión hablaban de Frances, un nombre ficticio perteneciente a una muchachita real que desde los once años se prostituye.  Frances, que ahora tiene 21 años, contó algunos detalles de las perversiones de hombres dignos y morales, con esposas e hijos, que se acercan a niñas y niños, y los compran con todo tipo de regalos costosos o baratos, que van desde el último Nintendo DS hasta una oferta de combo agrandado en KFC.
            Entonces, reflexionando sobre Frances, no pude evitar pensar en la hija de Cecilia, una vecinita de cuando yo me criaba en el barrio Amelia de Guaynabo.  La hija de Cecilia no había nacido aún cuando su madre ya se había convertido en una alcohólica profesional, despedida del hospital en el que trabajaba como enfermera graduada por su acostumbrado ausentismo. La hija de Cecilia no había nacido aún cuando su madre se amancebó con otro junkie del barrio, famoso por sus peleas de borrachón en las barras de esquina. La hija de Cecilia no había nacido aún cuando yo, de diez años, ya había descifrado la profecía para todos conocida de que aquel hombre, que no era el responsable de la barriga nuevemesina de Cecilia, poseía motivos suficientes y ulteriores para permanecer con ella, aborrachadamente a su lado, esperando el nacimiento, el crecimiento y la crianza, que él y solo él, disfrutaría a cabalidad de La hija de Cecilia.  Me hubiera encantado atestiguar junto al resto de los vecinos, el hecho de que La hija de Cecilia no hubiese nacido aún para cuando su padrastro empezó a trastearla a la edad de cuatro años, con finalidad de penetración alcoholizada en celebración de su cumpleaños número once.  Por supuesto que tal axioma tendría que considerarse potencialmente incongruente. 

Ver:
Con su apellido en un asteroide

Prostituta a los trece años

1 comentario:

  1. Da asco, no tanto pena…sino asco. ¿Como es posible que aun esto suceda? Y nosotros, como siempre, tan ignorantes que ni nos importa. Es repugnante.

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