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jueves, marzo 15, 2012

Conferencia dictada por Leticia Ruiz Rosado sobre Historias para morderte los labios


Los signos que muerden en Historias para morderte los labios de Yolanda Arroyo Pizarro
Conferencia dictada por Leticia Ruiz Rosado, Catedrática de la Universidad de Puerto Rico
el 18 de febrero de 2010 celebrado en la Biblioteca Carnegie de San Juan

                                                                                 
       

Yolanda Arroyo Pizarro sorprende nuevamente con su nueva propuesta narrativa al fabular hechos que según Aristóteles se suceden con sentido lógico, tanto que su descenlace emana de sí misma; incluso construye un texto híbrido al tomar de la tragedia, esa imitación de acciones con la amplitud de un lenguaje sazonado que cietamente aglutina personajes que nos mueven a compasión, incluso, temor. Historias para morderte los labios (2010), bajo el sello de la Editorial Pasadizo, traza con la pluma y los labios poéticos de Pizarro los juegos de la imagen como percepción de la escritura icono céntrica. Retratan  una nueva cultura que inserta  el hiper consumo, el hastío existencial, las agresiones físicas sexuales de todo tipo, incluso, los disparates de los Cohetes de Baudelaire destaca  el crítico, Mario R. Cancel en “Para morderte mejor: lugares imaginarios” (2010).

La literatura nuestra rompe con las barreras del tiempo y espacio, a fin desde mi modo de leer, colocar las letras en esa nueva manera audiovisual de concebir la vida, o sea, “la era de la imagen”, reflexiona el escritor en su texto Literatura y narrativa puertorriquena (Cancel 21). Confirmamos, por tanto, que Arroyo Pizarro ajusta su sistema de signos para  elucubrar una gesta significativamente situada en la invención circunstanciada y  construida por juegos de un lenguaje pragmático, cuyo misterio dejó de ser el del intelectual según destaca Arturo Torrecilla  en su ensayo, “La ansiedad de ser puertorriqueño: etnoespectáculo e hiperviolencia en la modernidad líquida” (Torrecilla106). De esta manera, engloba fundamentalmente unas ficciones de este siglo XXI y muestra la nueva cultura en la que diversas voces femeninas trágicas se expresan como lunas en su tiempo… Nos parece, que es precisamente ése su gran acierto: mirar con ojos de aurora; una mirada ciertamente alentadora a pesar de tantas desdichas e historias, pero que en el ahora, Yolanda desinhibida reescribe la narrativa inconclusa cuyos rostros muerden desenmascaradamente, y he aquí su segundo gran acierto.  

Esta celebración de los signos de la nueva narrativa de las postrimerías del pasado siglo XX y los albores del nuevo XXI, plantea una revisión que ya  han hecho otros; y que retomo para recordar a la escritora y poeta, galardonada precisamente por  Nuestra Señora de la Noche en el 2006 y quien señala en la Antología de la nueva literatura puertorriqueña, Ma(l)hab(l)ar, que:la nueva literatura puertorriqueña no define nada, se libera de dicha tarea para describir y ejercitar ese otro dominio de la libertad que es la imaginación(Santos 19). Incluso, Rita De Maesseneer en “El cuento puertorriqueño a finales del noventa”, establece que a diferencia de los años setenta, los nuevos personajes de los textos no representan a grupos específicos, como los negros,  nuyorricans,  drogadictos y otros marginados como la mujer misma; no obstante, en el caso de nuestra escritora, no ocurre así. Yolanda precisamente regresa a esa narrativa, ella trabaja todos estos grupos, incluso añade a los enfermos. Si bien es cierto lo que plantea Santos Febres con relación a los textos narrativos,  de entre tantos destaco los de, Pedro Cabiya, porque coversan y trazan  la gran “incertidumbre”(Morales 31) de los personajes; pero distinto al narrador puertorriqueño, afincado en República Dominicana, Yolanda nos va llevando a través de los intrincados laberintos por donde anda esta humanidad globalizada y “atroz” tal cual la metaforiza Pedro Cabiya en sus Historias atroces (2003), “vaciados de identidad”, (Morales 32) explica Cynthia Morales Boscio en su tesis, La incertidumbre del ser (2009), publicado con la editorial  Isla Negra.

 Estos planteamientos nos conducen a focalizar dos cuentos y citaré a Julio Ortega para signar como a mi modo de leer, Yolanda Arroyo emplea:

una metafísica del transcurrir: una breve, inquieta pregunta por el sujeto que asume el tránsito y la transición, la instancia del instante, esa vibración de lo vivo y lo sobreviviente, frente a la historia, como una mascarada del discurso entre los discursos de que estamos hechos. (Ortega 12)

Esta nueva mirada de la historia es otra provocación a fin de ajustar cuentas con la trayectoria literaria iniciada en los setenta por Rosario Ferré en su revista, Zona de carga y descarga y continuada por figuras de la talla de Magali García Ramis, Ana Lydia Vega, Mayra Montero, Carmen Lugo Filippi, Marta Aponte Alsina, Angela López Borrero, Tina Casanova, Mayra Santos Febres, Ana María Fuster, Awilda Cáez, Yvonne Dennis, entre otras voces emergentes. Me  atrevo a afirmar que es una invitación a que continúen las mordeduras en la escritura.  Yolanda Arroyo Pizarro  está dispuesta a proseguir esta herencia entre versada de prosa poética y ajusta cuentas con sus antecesoras. Ese entonces es su tercer acierto, por ello, Historias para moderte los labios se abre enunciando o mordiendo provocativa y eróticamente con la voz de Anais Nin:

Me niego a vivir en el mundo ordinario como una mujer ordinaria. A establecer relaciones ordinarias. Necesito el éxtasis. Soy una neurótica. No me adaptaré al mundo. Me adapto a mí misma. (Arroyo)

Esta manera de hablar o de contar es el juego de los signos de la existencia de mujeres que traen nuevas formas de mirar, tocar, acariciar, incluso, escribir. Es la  erotización de una narrativa que se ejercita a base de la imaginación como había establecido Santos Febres y, que en el caso de este libro, añade la enfermedad del AH1N1 y la de la sirrosis que en vez de repugnar como en la literatura naturalista de finales del siglo XIX, trastoca la prosa para dotar de tecnicismos científicos el lenguaje de una nueva época técnógrafa en que todo se explica sin emoción o ternura; esa vuelta a la narrativa naturalista de una historia pasada, remite al lector a convivir con su mundo, el de una nueva ciudad enferma; que insisto no es nueva en la literatura; pero que ahora, parece ser parte de la nueva sociedad que inmersa en la tecnología gravita sin recuperación y añade nuevos males, a veces tan cercanos a los trabajados por Víctor Hugo en Los Miserables (1862),  incluso en  Germinal (1885) de Emile Zola.

 Podemos preguntarnos qué trata de provocar Yolanda Arroyo Pizarro con estas historias que rompen y muestran toda referencia a los males de fin de siglo y trabaja a base de la individualidad y el yo de los sujetos y, reniega los colectivos como los del siglo XIX y los de principios del  XX, incluso los setenta en Puerto Rico. Intuimos que retoma la historia, la marginalidad y entre versa todo ello para formular una nueva escritura cercana a lo que se había perdido como si  buscara el tiempo  perdido que Marcel Proust  enlazó en la historia literaria de siempre. Entonces  valida la tesis de Luis Felipe Díaz quien afirma en La na(rra)ción en la literatura puertorriqueña (2008) por un lado que, los del ochenta y noventa continúan la trayectoria del setenta y, por otro lado, valida la  de Juan Gelpí quien documenta antes que el anterior, en  Literatura y paternalismo (1993), que la trayectoria literaria isleña resalta las imágenes patológicas desencadenadas de la situación del colonizado, y que con La Charca (1894) del médico, Manuel Zeno Gandía nuestras enfermedades se hacen evidentes.  Debemos nuevamente cuestionarnos si Arroyo desea quedarse en ese discurso o como los posmodernos, obviar la cuestión política. Entendemos que ella como feminista, recurre a toda la trayectoria literaria porque la conoce y propone una nueva escritura basada en ese pasado que no se puede borrar, pero le da voz a la mujer como otra marginada más; y continúa reformulando en su tiempo, la escritura con sus signos y ambigüedades otras historias que de alguna manera llevan a los lectores a plantearse las cuestiones sociológicas, históricas, raciales, culturales, literarias, míticas y todo aquello que puede potenciar el espíritu para desde allí mirar porque ella sí mira con ojos de luna.  Esos ciclos lunares tan de su estado certifican las neurosis femeninas que no oculta a lo largo de los relatos.

 Esta era tan globalizada había comenzado en Puerto Rico sin que se hubiese planteado desde el punto de vista sociológico actual,  pero sí de manera particular en los países africanos,  asiáticos y americanos esa cuestión que desde el siglo XVII se venía debatiendo situaciones coloniales, y que nosotros habíamos soslayado. Aclaramos que los temas en torno a la homo erótica también habían formado parte de  relatos dentro de nuestra literatura, precisamente en los setenta cuando Manuel Ramos Otero los despliega sin inhiciones, que  ya para los ochenta, Mayra Santos Febres en Pez de vidrio (1995) y en los noventa con Sirena Selena vestida de pena (2000) revistiera la escritura transgresora.

 La signatura expresionista de Arroyo Pizarro a lo largo de Historias para morderte los labios nos obliga a mirar las mordeduras de unas  mujeres cuyos viajes por los labios de una escritura sin fisuras, se apoderan de un nuevo siglo en que el cantante Michael Jackson acaba de morir y junto a su pérdida, por encima de una sobredosis del rey del pop, se yerguen con otros signos de muerte, que aunque no nueva, en Puerto Rico, colonia americana, parece ser una nueva influenza, la AH1NI. Entonces en el nuevo orden del siglo, tres acontecimientos inauguran lo que parece inverosímil al género, mas parece morir u agotarse de tan espantoso; primero, por el revuelo de alguien que ha acaparado los medios de comunicación; segundo, porque la droga continúa haciendo estragos y ya hasta los médicos matan a sus pacientes con su permiso; y, tercero, porque una enfermedad de principios del siglo XX usurpa la tranquilidad de un mundo cibernético donde nada pasa y todo pasa sin freno. Ante estos retos, la joven protagonista del cuento inicial, “Delineador” vive una historia especial con su padre en un hospital y su casa; la sangre gotea a lo largo de la historia; lo que sorprende irónicamente en Vannesa, el personaje femenino del relato, es su enajenación ante una gran incomunicación disfrazada de tecnología. Su padre alcohólico y comelón y camaleón de Mc’ Donalds es el otro contraparte de la historia junto a un tal Tom, Tomás o Tommy, da igual; el gótico con una bola, es la mar de caricaturesco junto a su novia enferma. La historia está anclada en la cultura del maquillaje, la moda, la música rock, todo es muy tecno, sin embargo, las enfermedades y las muertes siguen siendo transmitidas de igual manera porque estos personajes como los de La Charca de Manuel Zeno Gandía siguen aislados del conocimiento y cada vez son más vulnerables a ella. Lo que había señalado como tesis Juan Gelpí, se continúa fundamentando dentro de nuestra sociedad cada vez más aislada del saber y el conocer a pesar de tanta información. Es como si el individualismo se hubiese tragado el espacio de su cerebro.  Estos personajes son todos los solitarios del siglo XXI que se creen dueños del saber sin saber, a pesar de los grandes avances científicos, pero el aislamiento y la desinformación permea la vanidosa era de la cosmética de la imagen y este cuento, en los labios de la narradora articulan el acontecer del otro  globalizado.

El cuento final de Historias para morderte los labios, “Niña Bawana nos enfrenta, tal vez, al mejor cuento del texto de Yolanda Arroyo Pizarro. “Niña Bawana” nos recuerda “Los ojos de la luna”, sin embargo, en éste delínea  los más oscuros, remotos y profundos rituales de dos culturas cuyos ancestros desafían con la mirada y la marca, en este caso, la ablación en Africa subsahariana y la magia de los wangas en Haití. Este texto es un abierto desafío iconoclasta, en  que batallan fuerzas maléficas que se repetirán siempre cuando la pasión y la sangre son las coordenadas del connaisaance. Y es éste el quinto acierto del texto, el cuarto es el de la imagen y la tecnología. “Niña Bawana” es un juego  con el doble sentido de las palabras, aborda la pederastia tan de moda en estos tiempos. La historia es la de un amor pasional que enfoca las más oscuras máscaras y, como en el carnaval, se ejecutan las perversidades para imponer otras ideologías dentro de los clanes. La historia de la niña Bawana debe ser la de tantas otras como la del niño, Aztemis quien será otro tipo de víctima del supuesto misionero médico quien se impondrá gracias a los poderes aprendidos en Haití. La atrocidad de esta historia es que un ritual se traga otro ritual, y las víctimas siguen siendo los niños.

Puedo entonces concluir que, la escritora continúa con el tema de la sangre y la luna como tropos de aquello que se hace difícil  descifrar, por lo tanto, la escritura de Arroyo Pizarro continúa la línea de los que como Cabiya transitan la ruta de la incertidumbre ante lo caótico y  que Cynthia Morales explica en su tesis reciente, La incertidumbre del ser, en cuanto a los nuevos narradores del siglo XXI:

Aunque estos escapan de la visión insular y dejan de lado el problema del coloniaje, no abandonan la imagen patológica pues sus escritos constituyen el ritual de la carencia, de la sol  edad, o de la incertidumbre. Aunque en estos escritores se primigenia la fantasía y la imaginación, se vive igual de preso por la lógica fatalista, aunque ésta se mueva a planos metafísicos. (Morales 34)     

 Yolanda Arroyo Pizarro, sin lugar a dudas, primero se remonta a los ancestros de la creación , por eso el signo de la escritura es su medio, a fin de imaginar una historia mítica de los puertorriqueños y, desde allí demuestra nuestro origen primigenio como el de  otras culturas; segundo, su impostura es una nueva épica donde los márgenes se encuentran y dialogan a fin de mirarse como en un espejo de la historia que se repite y, parece duplicarse por sus ambigüedades y tradiciones; tercero, rubrica la escritura femenina como un signo a lo largo del tiempo porque los hombres han ido mancillando con sus crueldades la voz de la mujer. Por eso, la voz de una  narradora transgresora de los planos temáticos por cuanto aquéllos lo han hecho a lo largo de los tiempos…; cuarto, lleva al lector a viajar  por los más intricados orificios del cuerpo de la historia cultural y humana para recrear la vida;  también aunque lo quiera negar, a   repensar dónde se está parado ante rituales que magnifican la tortura aún dentro de este siglo. No creo que como advierte Morales Boscio, Arroyo se sienta ajena a lo metafísico, me parece que lo está cuestionando en sus relatos desde siempre y, tal vez esto sea lo que la separa de su generación de los ochenta. Si bien es cierto que se da la ambigüedad y la polisemia en su estilo, no es menos cierto que su poética lunar  celebra con autenticidad las carencias de que han sido objetos todas las féminas a lo largo de las letras y de la historia humana, por ello su reto en su nueva colección de cuentos es que sus signos nos muerdan con historias. Historias para morderte los labios precedido por Ojos de luna, demuestra el trabajo de un escritora dentro de la globalizada narrativa isleña del nuevo siglo con títulos anteriores de igual raigambre caribeña; en especial su novela, premio del  Pen Club de 2005, Los documentados donde testimonian las voces de los marginados a lo largo del tiempo de los tiempos.





Referencias

Arroyo Pizarro, Yolanda. Ojos de luna.San Juan: Terranova Editores, 2006.

---. Historias para morderte los labios. San Juan: Editorial Pasadizo, 2009.           

Cancel, Mario R. Literatura y narrativa puertorriqueña/la escritura entre siglos. San Juan:                        Editorial Pasadizo, 2006.

De Maeseneer, Rita. El cuento puertorriqueño a finales de los 90: sobre casas de locas en Marta Aponte Alsina y verdaderas historias en Luis López Nieves. Bélgica: Universidad de         Amberes, Departement Romaanse, Otoño, 2001.

Gelpí, Juan G. Literatura y paternalismo en Puerto Rico. San Juan: La Editorial Universidad de Puerto Rico, 2005.

Morales Boscio, Cynthia. La incertidumbre del ser/ Lo fantástico y lo grotesco en la narrativa de           Pedro Cabiya. San Juan: Isla Negra Editores, 2009.



  

            

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