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lunes, julio 23, 2012

Lilliana Ramos Collado en CONBOCA: Sobre la Antología Lésbica Puertorriqueña Cachaperismos 2012




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Ésa es la tragedia del español, su especificidad. Y su ventaja. En español, una puede estar o no estar y, además, ser o no ser. Para Hamlet todo fue mucho más fácil con su simple “to be or not to be”, pero en esta famosa frase se mezclaron, más allá de lo razonable, la esencia y la estancia. En español abortamos la ambigüedad en aras de la especificidad. Me conviene la especificidad. Soy poeta lesbiana pero no estuve en Cachaperismos I (2010). Aunque en el idioma de Shakespeare, hubiera gozado de haber sido y estado en tersa ambigüedad. Soy y no estuve, aunque ahora soy y estoy.

Para mí no es un mero juego de palabras. Me hubiera gustado estar en Cachaperismos I, pero entendí perfectamente que se trataba de la voz de un nuevo grupo que se afirmaba con bríos un paso más allá que el mío, que cobró forma en las manos de la amiga y poeta Áurea María Sotomayor quien, publicó nuestra bitácora de vida en 1987 en De lengua, razón y cuerpo, bajo el sello de la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Allí incluyó Áurea ensayos individuales para mis colegas poetas, e incluyó una jugosa antología, igualmente individual, que daba muestra de nuestra poesía, que además sumaba una “generación literaria” que más parecía algo así como la obra del “linaje de las mujeres”, como hubiera dicho, desde su peculiar misoginia, Hesíodo, al hablar de la progenie de Pandora. El trabajo de Áurea buscó configurar el espacio de la mujer puertorriqueña en las letras de avanzada (circa 1987), y enfocó los rasgos que se consideraban “feministas”. Lo queer, aún no configurado como recurso de clasificación literaria, quedó, pues, subsumido en la literatura “de mujeres”. El ala lésbica, aún no totalmente emplumada, apenas comenzaba a agitarse en la poesía estallante de Nemir Matos Cintrón —en su Las mujeres no hablan así—, y en la mía, mucho más modesta y más preocupada por explorar y expresar un compromiso político genérico.

Mucho ha andado la literatura lésbica puertorriqueña desde allí, como lo demostró en 2010 Cachaperismos I, tomo editado por Yolanda Arroyo Pizarro para Publicaciones Boreales, con un elenco de 14 poetazas dedicadas a explorar, en verso y en prosa, un erotismo que sí se atrevió a decir su nombre. El impulso general de ese primer Cachaperismos fue palmario, comenzando por la “Apología de la vagina”, de Amárilis Pagán, pasando por el “Cyberskin” de C. Cheryl Roster-Gómez, la “Seducción” de Marlyn Cruz Centeno, el “Hambre” de Muna, el gesto incendiario de Aixa Ardín, los grajeos de Zulma Oliveras, los mares menores de Karen Sevilla, las orugas de Mayda Colón, hasta llegar a las puertas del cielo de Yolanda Arroyo. Este tomo se movió de boca en boca, de arriba abajo y de cuerpo en cuerpo para configurar una serie de lugares comunes, en el sentido en que “como perejil de tiesto” o “zumba la manigueta” lo son. Sin lugares comunes no hay un lenguaje compartido, y sin lenguaje compartido no hay comunidad, no, al menos, una comunidad de hablantes. Y ese primer tomo de Cachaperismos tuvo el efecto inmediato de afincar unos modos de decir, de hacer referencia, y de, literalmente, fundar lengua y darnos de lengua: una lengua lésbica ardiente y batiente, ágil y fuerte, rica y dulce, agria y zafia.

Explorar sexualidades aviesas, aventureras y venturosas fue el gesto común en esta primera entrega, dar lengua, presencia en la página y, por consecuencia, en nuestra historia literaria, tan renuente a estas “diversiones” o ambulaciones fuera de la ruta heteronormativa. De una política de los partidos políticos, y de un mundo dividido entre derechas e izquierdas, de pronto los cuerpos se rebelaron y emprendieron su cháchara desde la necesidad de una libertad distinta: la del cuerpo mismo, que reclamaba, como es natural, otro corpus para contenerla y lanzarla.
Cachaperismos II (2012) amplió su red y dio paso a una benigna arqueología. A algunos de los talentos del primer volumen se añadió la “vieja guardia” a la que pertenecemos Nemir Matos Cintrón y yo. [...]
[Fragmento]

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