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domingo, noviembre 18, 2012

Aquí cuentan las mujeres negras: Presentación de las Negras de Yolanda Arroyo Pizarro

Aquí cuentan las mujeres negras: Presentación de las Negras de Yolanda Arroyo Pizarro


 
Aquí cuentan las mujeres negras: una lectura de las Negras de Yolanda Arroyo Pizarro

Memorias negras, Tono 3
era tanta la lluvia en Sharpeville
la nube cerró el ojo
para no verse mojar los cadáveres
era tanta la muerte en Sharpeville
la lluvia se tapó el oído
para no oírse caer sobre cadáveres.

Aída Cartagena Portalatín
Casa del tiempo, 1984



Para leer las Negras de Yolanda Arroyo Pizarro hacen falta muy pocas cosas: uñas, dientes, senos, vientre, ojos, los puños cerrados de mujer. Lo que no necesitamos son las rodillas. Estos cuentos infractores llegan para circular entre las manos de lectores y lectoras y los anaqueles de las bibliotecas de los centros docentes de nivel secundario, universitario, de las bibliotecas públicas, municipales y de los hogares, justo al lado de antologías como Aquí cuentan las mujeres editada por María Solá y Del silencio al estallido editada por Ramón Luis Acevedo, entre otras y reclamar el lugar que le corresponde en la literatura de y sobre mujeres en Puerto Rico, porque aquí cuentan las mujeres, las negras.

Los tres cuentos que componen la obra son sostenidos por un poderoso andamiaje narrativo en el que el hilo conector son las esclavas negras, insurrectas de alguna u otra manera. Son relatos de lo que pudo ser, de lo que sin duda pasó y no se escribió en los libros de historia del hombre blanco y cristiano. las Negras (con ele minúscula y ene mayúscula), como se lee en la cubierta y bien señala Luis Felipe Diaz en su excelente reseña del texto en cuestión, se nutre de las crónicas de esclavos que se conocen en países de América, como las de Harriet Jacobs, entre otras, ubicando el texto de Arroyo Pizarro, sin embargo, en las aguas caribeñas de la posmodernidad.
 
Grandes narradoras afrocaribeñas contemporáneas han apostado a la ficción histórica para darles voz a las mujeres negras transgresoras, no necesariamente cimarronas. Podemos mencionar a Edwidge Danticat, oriunda de Haití, la primera república negra en el hemisferio occidental, producto de la insurrección de los esclavos, lugar al que la historia no le ha perdonado su vocación libertaria. En sus libros, Danticat se sirve de una extraordinaria poeticidad con la que perfecciona el género de la ficción histórica y nos muestra su visión de algunos sucesos concernientes a su pueblo, como el genocidio de haitianos en 1937 a manos de la dictadura trujillista en su libro,En Guadalupe tenemos a Maryse Condé, quien en su novela I, Tituba, Black Witch of Salem, nos muestra a la esclava Tituba de Salem, acusada de bruja, con una prosa impecable, de manera magistral. Su final nos estremece y la novela entera nos ofrece una de las historias cimarronas mejor contadas. Una que quizás, de otro modo solamente leeríamos a través del hombre blanco, ver por ejemplo, The Crucible de Arthur Miller. En la literatura de Jamaica Kincaid, nacida en la isla de Antigua, vemos como en ocasiones, como en An Autobiography of My Mother, se recurre a las memorias de una niñez que no volverá y el recuerdo pasa a ser una estrategia de sobrevivencia. Menciono a estas escritoras, y algunos aspectos que se observan en sus propuestas literarias, aunque sé que dejo fuera a muchas otras que honran nuestra literatura afrocaribeña, porque en sus textos se inicia un diálogo al que se une las Negras de Yolanda Arroyo Pizarro, siendo ésta última una de las más arriesgadas en estilo.
 
La también autora de Caparazones no le teme a usar los intersticios entre los párrafos para sumergir a sus lectores por lapsos de tiempo cada vez mayores dentro de lo que pudiéramos describir como una especie de mar abierto y furioso. Tenemos en las manos un libro de dolor, de sufrimiento, y de transgresión que nos recuerda que esas mujeres también somos nosotros en tanto y en cuanto siga existiendo la desigualdad en todas sus manifestaciones. Los silencios son a su vez palabras y gritos.

El primer cuento, Wanwe, narra como una mujer africana es raptada de su tierra por hombres que la transportarán por mar a algún país americano para ser esclava. A esta joven la rodea el terror del hierro y las cadenas, manchado en sangre y ensordecido a gritos, algo que ella trata de sopesar evocando sus memorias de la niñez con su madre y los recuerdos de los roces de los hombros en el rito de ureoré el cual podría ser practicado con un joven que ella haya escogido como pareja porque la etnia de Wanwe privilegia el criterio de la mujer para formar una familia. Al final del relato sabemos que eso de formar una familia escogida por ella no pasará jamás. Por el lenguaje, a veces lírico, utilizado en este texto, en el que a ratos nos sumergimos en una poesía horizontal, la lectura de Wanwe evoca aquellos versos de la poeta dominicana de la era trujillista, negra,a y transgresora, Aída Cartagena Portalatín:
 
Una mujer está sola.
Piensa que ahora todo es nada
y nadie dice nada de las fiestas o el luto
de la sangre que salta
de la sangre que corre
de la sangre que gesta
o muere de la muerte.
Una mujer está sola, 1955

El segundo texto, Matronas, explora las peripecias de Ndizi, una cimarrona con muchas destrezas, políglota a escondidas y muy astuta, que ha decidido dedicarse a ser partera de las esclavas. Este cuento poderosamente narrado en primera persona nos hace conocer los motivos que tiene su protagonista para hacer lo que hace. Así como la mujer de Beloved de Toni Morrison, quien decide quitarle la vida a su pequeña bebé, antes que verla esclava, esta partera valiente a quien no le tiemblan las manos ni los dientes, elabora toda clase de trucos para que los niños nacidos de las esclavas no sobrevivan y no verlos esclavizados evitando así la producción de esclavos en servicio del hombre blanco. A pesar de saber que Ndizi no saldrá ilesa por haber cometido estos actos, y que no habrá fantasmas que la persigan, la autora se encarga de no emitir juicio sobre ella, quien ha decidido ofrecer su propio significado de la palabra libertad con sus circunstancias. Ndizi misma nos dice:
 
Cuando pienso en libertad siempre pienso
en todas las palabras de todos los lenguajes
que conozco, en donde esta expresión quiere
decir algo. Y me sucede como con la palabra
pereza o descanso; no recuerdo su significado
en todos los idiomas que me sé.

El tercer cuento con el que más familiarizados estamos los seguidores de la obra de Arroyo Pizarro por haber sido publicado en Ojos de luna, Lunación, La macacoa y por darle titulo a un libro de poemas en varios idiomas es Saeta. En el mismo la autora se vale de la narración en tercera persona omnisciente para contarnos la historia de Tshanwe, una de las esclavas del Conde don Gregorio Pizarro, una mujer violada constantemente por su amo y tratada como algo menos que un ser viviente por todos los habitantes de la casa en la que sirve. En este texto, Arroyo Pizarro se vale de los silencios, del lirismo , de la impotencia y de lo sobrenatural para provocarnos. Aquí, nuestra protagonista no recurre a recuerdo alguno del pasado para sobrellevar su destino, no obstante, es el tiempo futuro quien vengará el nombre puro de Tshanwe utilizando una saeta como metáfora de la justicia. No en balde es el cuento que cierra la obra en cuestión. Podría ser una invitación a la igualdad histórica, literaria, social, poética. ¿Por qué no?
 
Con las Negras, Arroyo Pizarro le aporta a las letras puertorriqueñas escritas por mujeres el pedazo del rompecabezas que todos sabíamos que hacía falta pero no nos atrevíamos a colocar. Así, las Negras, posiciona a la autora en las grandes letras de la cuenca caribeña como la gran narradora que es.
 
Y ahora dejando de lado la estética, la forma y el estilo narrativo del texto al que nos referimos, quiero dejar claro lo que para mí son las tres heroínas de esta obra. Son ellas las que quiebran ese silencio muy erguidas con un estallido guerrero y transgresor, apoderándose del látigo del que ningún lector saldrá ileso. No debería. Yo no salí intacta al terminar de leer la obra. Me dio rabia, dolor, me hizo pisar la tierra, mirar a los ojos a quien se atreva a oprimirme como mujer, a quien se atreva a negar que en nuestro país, así como en el Caribe, el asunto del racismo está resuelto. Con este libro comprendí que soy cimarrona y que la único blanco que quizás tenga es la piel. Que mi historia es otra. Que tengo derecho a cuestionar el canon. Que mi voz sí importa. Que la esclavitud tiene otro nombre, pero sigue siendo dominada por los mismos amos. Y que las únicas que podemos deshacernos de esa tiranía somos nosotras mismas. Me apodero del furor de Arroyo Pizarro para responderle hoy a Cartagena Portalatín que mientras nos tengamos las unas a las otras una mujer nunca estará sola.
 
 
Ponencia leída el sábado, 17 de noviembre de 2012 en Libros AC, librería, barra y bistro en Santurce, Puerto Rico, dentro del marco de la presentación del libro las Negras de Yolanda Arroyo Pizarro.
 
Tomado del blog Apócrifos Inflables

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