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sábado, febrero 09, 2013

Dinorah Marzán o la poética del olvido para seguir viviendo


 
Dinorah Marzán o la poética del olvido para seguir viviendo

Por Jesús Santiago

 

            ¿Qué es el olvido? ¿Es acaso, la ausencia de recuerdo? No soy capaz de recordar si conozco a Dinorah Marzán, sólo puedo afirmar que deseo férreamente intentar no recordarla, para que los olvidos de la voz poética que le habita se perpetúen en mi memoria. Olvido, la más reciente entrega de la escritora que nos convoca hoy,  a juicio de este lector, nos propone una poética del olvido, como vehículo conductor para aferrarnos a aquello que contribuye a mantener latente el hálito de vida que nos permite precisamente eso, olvidar-vivir, vivir desde el intento de escapada del recuerdo:

“Así es la vida, realidades fugaces con aspiraciones de eternidad. Para entender la vida hay que morirse un poco, hay que dejar de ser, hay que asomarse a la belleza de la nada desconocida, entonces nos damos cuenta que nada nos debe quitar la paz, que todos somos inocentes, que sólo el amor le da sentido a todo y que todo lo demás es mi mejor olvido”.

            Entonces el olvido pasa a ser aquello que nos recuerda que somos mortales, porque a fin de cuentas, tanto el olvido como su intento nos sirve para validar el recuerdo de vivir y escapar de la cercanía de los linderos de la muerte:

 “Por qué llega la muerte a susurrar promesas cuando la vida se detiene y observa. Es la clausura del espectáculo de los recuerdos ante el público del olvido”.

“Ya regresé de la magia del orégano brujo y el mar, los peces que te siguen como mascotas y los valientes veteranos que siembran claveles en la luna. Ya regresé del lugar sin olvidos”.

De esa Muerte, lugar sin olvidos.

También lo afirma la autora al revelar su intensión de ofrendar sus entrañas “en una acto de fe suprema, convencida de que esa nueva vida, borrará los olvidos”.

            ¿Qué es este libro, un poemario? Pudiera ser. Es un texto rico en imágenes, metáforas y musicalidad. ¿Es prosa poética? Pudiera ser, por los visos de relatos que poseen sus fragmentos. He querido entender, en términos de género, que la autora nos propone olvidarnos de todas aquellas características que permiten circunscribir un texto a un género en específico para dar paso a uno nuevo, la escritura de los olvidos. Son 140, en realidad 141, siendo el último un espacio en blanco para recordar que hay que olvidar, entonces se legitima su proyecto.

            Para esta voz poética contundente, que se sostiene de un cable fino construido con nostalgias, vivencias y sentido urgente de revisitar eventos, espacios, cuerpos y corazones que han marcado su devenir por este plano terrenal, el olvido nos sirve, de primera intención, para reconocer la grandeza que nos viene del mirar al más allá, teniendo dicha mirada como producto, el voltear los ojos al reflejo de lo que somos nosotros mismos:

“Dios debe ser olvidadizo. No me imagino su amor cargado de reproches, no me imagino su misericordia repleta de malos recuerdos. Me lo imagino ligero, sin rencores. Sólo por ti soy Dios”.

“Abuela en el cielo hay alguien como yo, pero grande”.

            También nos propone la voz poética de la autora el olvido como mecanismo para legitimar la pérdida causada por la muerte, ente que muchas veces parece arrebatarnos aquello de lo que nos agarramos y que con su desarraigo, nos tambalea al punto de obligarnos al recuerdo, para darle paso entonces al olvido. Ejemplo de esto son los olvidos dedicados a Filiberto Ojeda Ríos (8). También, los olvidos dedicados a Jacqueline (43).

            Peces, pelícanos, tortugas, pajarillos de diversas clases llenos de vida anidan en las letras de este texto, que, como nos sugiere su prologuista, también pudiera ser leído como un poema largo bien logrado, todos ellos teniendo como espacio común el lago, espacio de quietud en el que serpentean los recuerdos con la aparente quietud que se busca en el ejercicio de olvidar:

“Te busco en vano el lago del olvido. La luna insiste en tu rastro, mientras yo pesco en la orilla de tu recuerdo”.

(#104- dedicado a Silkia Colón)

            Si es así, es posible afirmar el olvido como antídoto de apego a la vida misma y como muestra fehaciente de su latir:

“ Yo sé que vives porque tu sombra me cobija de la luz incandescente del olvido”.

“No sé exactamente qué debo hacer para que continúe la vida adherida a mi ser, tampoco sé lo contrario y a pesar de que siento que ya terminé mi vida, sigo olvidando”.

            O como le dice a Filiberto:

“Todavía tu muerte se aferra a mi vida cansada de esperar a que Colón baje el dedo y se cumplan todas las razones de nuestra vida repleta de olvidos”.

            Pero, ¿para qué escribe Dinorah sus olvidos? ¿Para olvidar? Tengo la fuerte sospecha que lo hace para seguir viviendo desde la apacibilidad de un espíritu férreo: “Estoy viva para escuchar las voces queridas, las melodías sagradas y los silencios de olvido”.

            Te pregunto Dinorah, citándote: “¿Dónde estaba el alma del autor que escribió tu olvido?” Es el tiempo compañera, ese del que dices que no tiene esperanzas si decides lanzarte al vacío del olvido, porque es un constructo, que como bien planteas, es siempre, una secuencia del ahora.

            Con el olvido vivo, en el de la muerte, en el del accidente, en el del amor que nos fue arrebatado, en la sala de diálisis… olvido con la palabra, con ese bocado que fue puesto en tus labios y que nos compartes. Quiero olvidar, poeta, que leí tus olvidos. No quiero recordar que me encontré en ellos, para seguirlos poseyendo. Hoy “te acomodo en un lugar de mi vida para que no me estorbe tu recuerdo”.

            Gracias por tu poesía, por esa que nos salva porque nos convoca a recordar lo que olvidamos, a zigzagearnos en el carrusel de la vida para olvidar el momento supremo que nos recuerda el advenimiento de la palabra, y con esta cita de tu texto cierro, como nota de gratitud por tu entrega: (14)

¡Qué viva tu olvido, Dinorah!

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