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domingo, mayo 26, 2013

Cuentos para no atreverse a contar, pero los cuento


El nuevo libro de Beatriz Santiago Ibarra
Por Yolanda Arroyo Pizarro

 


Hay algo de los cuentos que cuenta Beatriz Santiago que recuerdan a Rosa Montero, a Josefina Aldecoa, incluso a Almudena Grandes.  Es ese obsesionado intento de diseccionar y querer saber del otro, desde el conjunto de dos. De la pareja pareada. Es decir, Beatriz intenta hablarnos del ser humano unitario e indivisible, al someter las relaciones de pareja bajo lupa o microscopio. Por ejemplo: un hombre que se autodefine como crustáceo y que es seducido por un ombligo. El ombligo posee cuerpo de mujer, por supuesto. Acaso una fémina, más donjuán y más astuta, que las propias palancas de juey macho. Ella logra conquistarlo, dejando que él crea que ha sido él el responsable. Lo caza para sí, como toda buena cazadora de la Amazonía, y en menos de lo que canta un gallo, lo tiene a sus pies [Cuento “Ella, Marie; él, Arturo”].

En otra historia una mendiga gringa, que habla ambos idiomas, termina casada con, nada más y nada menos, que un senador capitalino.  La historia nos deleita en los detalles del cómo se va dando el romance, cuales los detalles, cuales los vaivenes, las inquietudes, las reacciones de los demás. El conflicto va tomando forma desde el inicio, que es, esa incapacidad de adjudicar equidad (social, personal, de género) a otro en la indigencia. [Cuento “En el Condado hay una condesa”].

Hay otro relato en el que conocemos a una mujer impetuosa que decide enarbolar una venganza contra los compañeros de trabajo poco tolerantes. Llega a la casa y luego que se permite cuidar del marido y los hijos contagiados de varicelas, aísla el virus, al que ya ella es inmune, y se decide a llevarlo de regalo al otro día a la oficina, por aquello de hacérselo padecer a los demás y tomar vacaciones de quienes la detestan.

Los protagonistas de este libro son gente de Isla Verde, de Santurce, de la loza, del barrio, de la montaña, de la ciudad. Gentes que hablan de Clinton, pero también de Hitler, que van a las fiestas de Hoyo Mulas, que almuerzan en La Conga, que leen la biblia y que se apodan o llaman Venus.

La cultura popular es otro protagonista de este libro: la música de Lucecita Benítez, Danny Rivera, Chayanne, las incidencias mencionadas de la reina de belleza, Dayanara, las menciones de Toa Alta, Viejo San Juan, el aeropuerto internacional Luis Muñoz Marín, el FBI, JFK, el New York Times, el US Weekly, la librería nacional, la corte de apelaciones o Sharon Stone, estos son solo ejemplos del GPS literario del que se quiere agarrar la autora.

El libro abre con una historia de obispos transgresores que deben tomar decisiones motivados por sus traiciones a la sotana, y cierra con los mitos conectados a la Venus: Adonis, Vulcano y Zeus, con música de Rosetti y Wagner de fondo.

Hay pues, en estas páginas de antropología de la imperfección humana, un hombre al que se le va la vida rogándole a su mujer que regrese al terruño; esta lo ha abandonado para escapar a Nueva Jersey. Hay, además, un esposo que planifica un fraude con un amigo, para hacerse pasar por muerto y que su familia cobre el seguro y los activos que se recaudarán debido a su muerte, esto como máxima prueba de amor familiar, para que los suyos logren subsistir.

Beatriz es radiografista, tecnóloga médica, investigadora forense, científica, psíquica y consejera espiritual en la acción de mostrarnos con sus letras entretejidas en “Cuentos para no atreverse a contar, pero los cuento” un universos de intemporalidades yuxtapuestas, acercadas, arrinconadas, arrimadas a una realidad, acaso, cruel y tierna.

El afán de Santiago Ibarra de narrarnos el contubernio amatorio lo explican muy bien algunos teóricos de las relaciones de pareja, lo mismo que varios otros escribas.  Salman Rushdie nos dice, por ejemplo: “The human being is a storytelling animal, or, actually, the storytelling animal, the only creature on Earth that tells itself stories in order to understand what sort of creature it is.”

Somos criaturas que vamos por ahí, dando tumbos, escribiendo nuestra historia para intentar entender qué tipo de criatura somos.

 

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