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miércoles, julio 03, 2013

Escritores descalzos de Rodolfo Braceli


 

Escritores descalzos
(Entrevistas / Ensayo periodístico)
Capital Intelectual, Buenos Aires, 2010.
Edición española: Clave Intelectual, Madrid, 2012.
http://www.rodolfobraceli.com.ar/escritores.html

 
Me llega de España, por correo. Escritores descalzos, un tesoro que me permite abrir la ventana para ver un poco más de cerca a Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Ray Bradbury y Woody Allen. Escritores que admiro, y que fueron entrevistados por Rodolfo Braceli, un voyeur que se acerca a cada uno y que logra que sus entrevistados contesten preguntas peculiares, no las de todos los días. A veces es impertinente. A veces audaz. Nunca aburrido. Dice dejarse llevar por la pauta establecida por el The Paris Review.

En su Prefacio, ‘Hacia el descalzo: (Azares conversados / ConversAcciones)’, el autor nos dice:

“Escritores descalzos, aviso desde el título del libro. Pero ¿qué quiero decir con descalzos? ¿Me refiero a los marginados, a los traspapelados, a los que no pudieron subirse al colectivo del marketing? No, ninguno de los aquí convocados se quedó de a pie en ese sentido.  Descalzos. Descalzos venimos. Descalzos –aunque nos calcen, da lo mismo– nos vamos de este pestañeo absurdo y prodigioso hacia otro, nuevo, silencio. (Se me cruza una pregunta que no viene al caso pero que no dejo pasar: El cosmos, de cuajo en su ilimitada totalidad, ¿no será también un pestañeo?) Digo descalzo porque el hombre descalzo esencialmente es un hombre desnudo: el ascenso de la persona al ser. Un ser desnudo está a disposición del milagro, es decir, del nacimiento. Porque se nace cuando se nace y se nace tanto después, cuando nos damos cuenta de que tenemos pulso. Por aquí vamos, entonces, hacia este escritor. Éste, ¿cuál? El que tiene el coraje de bajar la guardia y desnudar sus costados menos calculados. (Qué coraje hay que tener para tener ese coraje.)”

“El descalzo es el escritor en su tinta. Pero la tinta de un escritor no es sólo la tinta de su tintero, de su teclado. Es, además, todo eso que lo envuelve como una red y lo apresa y/o contiene y está más allá y más acá de su biblioteca, de sus apuntes, de sus tortuosos borradores, de los laberintos de gestación, de sus hábitos y manías y mañas a la hora de afrontar el desafío de la página en blanco o de la página que rebasa. La tinta de un escritor también se nutre con olores, con comidas, con el ritmo de los vinos, con los ruidos del vecindario, con sus miedos, con su red de pequeñas supersticiones. Existe una trascendencia imperceptible en esos sucesos aparentemente menudos que le tejen los días, las noches, las siestas. Al descubrimiento y rescate de esa otra tinta, tantas veces desdeñada por la academia y por los erucditos de siempre, fui en cada uno de los encuentros con los nueve personajes de este libro: Jorge Luis Borges, Norah Borges, Diana Bellessi, Abelardo Castillo, Eduardo Belgrano Rawson, Fernando Peña, Woody Allen, García Márquez y Ray Bradbury. Distintos y distantes, los elegí, entre decenas de entrevistados por eso: por distintos y distantes. Algo, bastante de misterio, hubo en el acto de decidirme por estos nombres y no por otros igualmente potentes y fascinantes”.

“En este racimo hay dos que podrían ser objetados en su condición de escritores: Fernando Peña y Norah Borges. ¿Y por qué los incluyo? Peña, porque antes y después de sus libros de ocasión, publicados para aprovechar el envión de su enorme popularidad, fue hacedor de personajes que se escribía en el cuerpo y escribía con su cuerpo. Su escritura era encarnación. A Norah Borges, pintora singular, no se le conocen libros. Se sabe, por confesión de Jorge Luis, que cuando “ensayó la litografía, escribía poemas, pero los destruyó para no usurpar lo que ella juzgaba mi territorio”. Escritora inmolada, en todo caso. Pero no está aquí por ese tremendo renunciamiento, sino porque a los 95 años de su edad, desde su invicto candor, durante dos mañanas me contó cómo era el famoso Borges en su otra tinta, la del ámbito de la niñez, adolescencia y juventud. Con su relato rescató el clima que respiraba aquel Borges brotando a la literatura. Sabemos bastante de Georgie. Norah nos reveló a Georgino.


“Cuando se trata de entrevistas a escritores, imposible escaparle a la referencia de The Paris Review. “Son el modelo del reportaje literario moderno”, selló el Time. No exageró. Pero sin negar el gran modelo, desde que entrevisté por primera vez a Borges (1965), sentí, muy fuerte, la necesidad de ir hacia los escritores por otros costados. Me explico: en The Paris Review el permanente asunto es el alumbramiento de la gestación literaria: comienzos, influencias, apetencias, rutinas de creación, vínculos y convivencias con los personajes. Es decir: el análisis de la literatura por y desde la literatura. Todo esto a través de una batería de preguntas previamente pautadas que reaparecen en cada uno”.

“Dicho sea: lo mejor de esas charlas muchas veces se produjo cuando los periodistas se apartaban del modelo y se soltaban al azar de una conversación aparentemente intrascendente, menos interesada en el asunto literario.  Cuestión de ángulos. Soy del parecer que los escritores, como otros personajes, se revelan más cuando se salen o son sacados del comentario o la discusión de su oficio, cuando se apartan del comentario referido a su teoría y su carpintería, cuando dejan de reflexionar sobre literatura propia o ajena. Por ejemplo Cèline: confiesa que en su vida de extrema pobreza caminó mucho: “Siempre me dolían los pies. Siempre me han dolido los pies. (…) Nuestros zapatos eran demasiados chicos, y nosotros crecíamos”.

“Cuando hablo de poesía en el reportaje no hablo de ella como tema o adorno, mucho menos como vocabulario poético, bonito. No, eso sería lo contrario de poesía. Como el maquillaje es lo contrario del semblante.  ¿Y qué vínculo puede haber entre un reportaje/entrevista y la poesía?  La poesía como tensión a veces asoma en una situación o en el relámpago de una frase. Y no importa que el personaje sea escritor. Todo reportaje esconde estos relámpagos esenciales que están en los intersticios del diálogo. Se trata de cazar esos instantes, preciosos como perlas. ¿Qué buscamos con cada entrevistado? Claro, saber qué opina de esto y de aquello, pero sobre todo saber cómo opina. Pero no es todo. Apelando a una expresión de Heidegger, buscamos ciegamente algo imposible de hallar, pero que hay que buscar: “lo esencial de la esencia”.

“Todo camino alguna vez fue sendero y el sendero, antes, huella. En este agujero con forma de mapa que insistimos en pisar, estamos siempre al borde de caer en la tentación y convertirnos en güevones estelares. Presumimos de semidioses y no somos ni un cuarto, ni una esquirla de dios. Aquí hay –¿será por lo de los cuatro climas?– demasiada facilidad para mutar en pavo real. No está de más recordar y, claro, recordarme, que ser argentino no es nada del otro mundo, es algo que le puede pasar a cualquiera. Y que ser periodista, tampoco es algo del otro mundo; le puede pasar a cualquiera. Para bien, o para el mal, o para ni nada. En resumidas cuentas: esto que propongo es apenas un puñadito de experiencias asimiladas tantas veces sin darme cuenta, cometiendo reportaje a reportaje, entusiasmo tras entusiasmo. Felizmente uno no escarmienta. Hacer reportajes es tan apasionante como vivir. Somos como criaturas detrás del presunto cachito de verdad total. ¿Qué puedo agregar, empujado por la renovada tentación de cada maestrito con su librito? Poco y nada. En todo caso la pequeña certeza de que, de todos modos, los géneros (reportaje, entrevista, cuento, teatro, poesía) seguirán haciendo su vida. Entonces, nosotros, hagamos también la nuestra. Si es posible, descalzos.”

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