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domingo, julio 14, 2013

'Exhalaciones y otras violencias: Yolanda Arroyo Pizarro' [Reseña desde El Bodegón con teclado de Lilliana Ramos-Collado]

En sus relatos, Yolanda Arroyo Pizarro suspende el cuerpo femenino entre la civilización y la barbarie, y explora la brecha mítica entre lo puro y lo peligroso.


Antes y después de suspirar. Yolanda Arroyo Pizarro. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña (2013). (Mención Honorífica 2012, Certamen de Cuento del Instituto de Cultura Puertorriqueña)
por Lilliana Ramos Collado

La “civilización” amarra nuestros deseos y pulsaciones mediante “reglas de etiqueta”, afirma Norbert Elias en El proceso civilizador (1939). El control del cuerpo, la valuación o devaluación de sus secreciones, movimientos, presencias, partes públicas o íntimas modelan una ciudadanía cuyos hábitos configuran lo “decente” en sociedad.

Lo escandaloso de Elias son sus objetos de estudio: la forma de comer carne, las funciones fisiológicas, soplarse la nariz, escupir, la agresión sexual. Esto recordaba yo la primera vez que vi el filme Titanic en un cine de Levittown: las escenas donde di Caprio enseñaba a Winslet a escupir niegan las diferencias de clase entre ellos.

¿Por qué civilizar los fluidos corporales o la agresión sexual? Sugiere Mircea Eliade que estas conductas o “hábitos” provienen de contenciones forzadas por la higiene —la separación de lo puro y lo peligroso— en la más remota antigüedad, condensadas en mitos que prohíben, por ejemplo, ingerir carne de cerdo o tocar el flujo menstrual. Cada “mal hábito” implica una violencia, y cada violencia rememora esa época primitiva en la cual los cuerpos campeaban (peligrosamente) por su respeto.

Yolanda Arroyo Pizarro explora esa brecha mítica entre lo puro y lo peligroso en su libro de cuentos Antes y después de suspirar, al colocar el cuerpo femenino como campo de batalla entre la civilización y la barbarie. Un gesto resulta privilegiado: suspirar, que oscila entre el silenciamiento y la resistencia triunfal.

Los primeros cuentos (“Antes”) narran mitos “africanos” que gobiernan los cuerpos de las mujeres secuestradas como esclavas destinadas al Nuevo Mundo. Enfocan el apego a regímenes de pureza, y la violencia con la cual ellas los defienden en actos de solidaridad colectiva aunque secreta. A la violencia del hombre occidental esclavizador, ellas responden pervirtiendo el rito occidental purificador, devolviéndole al opresor su propia inmundicia como veneno. Trabajando juntas a escondidas, ellas echan a perder la semilla de estos hombres, sea su progenie, sea su alimento.

Estas violencias femeninas cuidadosamente aplicadas en defensa propia no hacen más que revertir el imaginario del primitivismo femenino, aprovechando el carácter inmundo que se le asigna en Occidente a la mujer y al Otro (negro, esclavo, desconocido, bárbaro), siempre feminizado. Y en este sentido el pasado africano en América es representado aquí por mujeres bravas e ingeniosas.

La segunda parte del libro (“Después”) narra cómo mujeres contemporáneas, sometidas por siglos a recios regímenes de civilización, se entregan a desvíos individuales para recuperar sus cuerpos y vehicular sus pasiones. Los cuentos enfocan perversiones de “higiene” que amenazan a los hombres que se relacionan con ellas. Lo que enhebra los relatos es el acto de soltar la respiración: hablar, expresarse, protestar.

Arroyo Pizarro da a sus mujeres actuales ritos personales mediante los cuales ellas pervierten sus flujos tabuados: flema, sangre, flujo menstrual, saliva, flujo vaginal… abocados a contraatacar las exigencias masculinas. Estas “nuevas” perversiones femeninas son pasadas de balance, y las redime el orden del rito como nueva higiene que neutraliza la agresión masculina aún sin civilizar. Estas “perversas” nos recuerdan el ingenio de Medea cuando dice que a la mujer sólo le queda, como arma, la traición: el puñal en la noche y el veneno. Su rito es a la vez propuesta estética, venganza, ironía, desquite, reivindicación.

Estos cuentos fascinantes no son lectura fácil: estando las mujeres encargadas de mantener el proceso civilizador, estas “perversas” son a su vez acusadas, rechazadas y castigadas por sus hijas, hermanas y madres en actos de rivalidad igualmente perversa, incapaces de la solidaridad de antaño entre mujeres. No obstante, todas —sean ministras protestantes, secretarias, víctimas de violación, cocineras, pacientes de cáncer, artistas, madres, hijas y hermanas— están obligadas a resistir gracias a su particular perversión. La autora no reconcilia nunca esta contradicción, que queda en manos de l@s lector@s.

Yolanda Arroyo Pizarro nos carea con nuestra duplicidad como mujeres atrapadas en nuestro propio cuerpo, limpias y a la vez sucias, elocuentes y reprimidas, culpables e inocentes, victimarias y víctimas, exhalando todas ese suspiro impenitente.

[Esta reseña se publicó originalmente en el Suplemento ¡Ea! del periódico El Nuevo Día el 14 de julio de 2013]

Fuente: http://bodegonconteclado.wordpress.com/2013/07/14/exhalaciones-y-otras-violencias-yolanda-arroyo-pizarro/

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