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domingo, agosto 11, 2013

Nido de águila (2004) por Yolanda Arroyo Pizarro


El cuento 'Nido de águila' fue inspirado en esta fotografía del telescopio Hubble. La fotografía fue tomada en 1995 y titulada 'Los pilares de la creación'. El cuento fue publicado en el 2004.



Nido De Águila
por Yolanda Arroyo Pizarro
Libro: Origami de letras, 2004
 
 

En la consulta del médico, la secretaria me pidió la tarjeta de salud. Yo la miré comprensiva, porque ella desconocía que en el mismo y preciso momento en que dialogábamos, se llevaba a cabo un proceso singular en la nebulosa del Águila, una nube de gas y polvo situada al otro extremo de nuestra propia galaxia, desde donde se están gestando estrellas.

—Desde la Tierra, la nebulosa del Águila parece un ave con las alas desplegadas y las garras extendidas. —le dije, y le mostré el artículo de la revista. Luego coloqué los brazos como si fuera el plumaje. Ella levantó su mirada, se acercó a mí y metió las manos en mi bolso.

—No te preocupes, Melinda. Estás un poco desorientada hoy.

Desorientada no. Inmersa en sucesos más contundentes. Pero la secretaria nunca lo entendería, aún si yo me tomara el tiempo y la dedicación para explicárselo. Como de costumbre, buscó ella misma mi tarjeta, llenó las formas, me explicó en cien ocasiones dónde debía yo firmar y me acomodó el cabello.

Llevaba una semana entera en la lectura de aquel artículo. Aprovechaba cada oportunidad de pausa en mi día para echarle una ojeada; en el autobús, en la sala de espera de la beneficencia, sobre el banquillo de la plaza de las palomas, frente al comedor del geriátrico. Entre aquellas páginas que narraban glorificadas tal evento, se me fueron las horas más importantes de mi vida. La lectura que exponían el génesis del cosmos, daban compulsoria importancia a mi haber matutino, que en ocasiones se extendía hasta lo vespertino y de ahí hasta la nocturnidad. Intentaba que estos datos de precisión universal tal vez me revelaran el proceso de formación de los astros y de la vida misma.

Anotó mis antecedentes en su fichero y me dijo que me sentara, que el doctor llamaría mi nombre en cualquier momento. Yo me senté, me saqué la revista de debajo del brazo otra vez, y me percaté que la misma olía mal, a sudores. La secretaria me recordó que si deseaba hacer alguna necesidad, tendría yo que ir al baño que se hallaba al final del pasillo. No debería repetir la vergonzosa escena de la semana anterior.

Traté entonces de hacer conversación con la señora a mi lado.

—¿Me presta un poco de perfume?

Ella sonrió, muy amable. Aún sin mirarme buscó en su bolso y me extendió un frasco. Yo eché del líquido con olor a jazmines sobre las páginas del artículo y acto seguido me lo llevé a la nariz. El olor era insuperable. Justo donde mencionaba que comparada con el Sol, la más reluciente de estas nuevas estrellas del Águila podía ser cien mil veces más brillante y más de ocho veces más caliente, era donde mejor fragancia ostentaba. Tapé el frasco y se lo devolví a la dueña. Ella lo recibió de vuelta, con muy buena cara, y cuando se volteó a contestar mis “muchas gracias” con un “de nada” abrumador, se quedó mirándome sorprendida.

—¡Eres tú! —exclamó contentísima. —Luego de todos estos años, al fin vuelvo a encontrar a mi gran amiga de la niñez.

Nos abrazamos. La alegría desbordaba por todos nuestros poros. Entre risas y caricias al rostro nos contamos de todo, intentando burlar al tiempo. Quisimos evitar los huecos erosionados por décadas de memorias ausentes.

Su novio del colegio la había abandonado embarazada. Con ayuda de sus padres había logrado graduarse de universidad. El hijo que tuvo, siempre le ha sacado en cara el tiempo que no estuvo junto a él por los estudios. La extraña como madre; a veces le dice que no ha sido la mejor. Se casó con un abogado que luego fue nombrado juez y tuvo otros dos hijos. Nunca pudo tener la niña que siempre quiso. Sus tres varones casi siempre la descartan tomando el bando de alguna nuera insurrecta. El marido tuvo mil amantes, pero nunca se divorció. Desde hace ocho años ha estado él en cama, conectado a maquinas. Se ha enamorado del vecino, quince años más joven que ella, pero nunca se lo dirá. Le duele el corazón. Desde la noche anterior se le ha entumecido el brazo izquierdo.

—Puede ser un fallo cardiaco. Por eso estoy hoy aquí.— me dijo. Pero la animé a que no pensara en ello puesto que se veía fuerte y de buen semblante y hasta en ocasiones se ponía de pie. Cuando me tocó el turno de contar todo lo mío, comencé:

—La zona de las garras del Águila, forman columnas semejantes a trompas de elefante. No se si lo sabes, pero me encanta el mosaico de fotografías del Hubble que revela la existencia de decenas de pequeños canales que sobresalen. Al final de estos canales el gas se vuelve más denso, forman unos glóbulos pequeñitos y esféricos en los que se gestan las estrellas y, según algunos astrónomos, quizá incluso planetas. Fíjate en las fotografías, — y le mostré. — el gas evaporado aparece desprendiéndose de las columnas de polvo.

Ella me miro con fijeza. Luego sonrió, y yo añadí:

—El parecido de las nubes de polvo de la nebulosa del Águila con los nubarrones que se ven en nuestro cielo en los días tormentosos es espectacular, amiga. En realidad, cada columna de nube es tan larga que un haz de luz tarda casi un año en recorrerla de un extremo a otro.

Yo había tenido una violación y un aborto, pero para qué hablar de ello. Ya no me sobrevivía ningún ser querido y mi existencia no tenía razón de ser, pero no era necesario mencionarlo. Mi amiga derramó una lágrima y yo la abracé. Pasaron las horas y continuamos con el diálogo. Después de ver al médico ella tuvo que marcharse y no la volví a ver. Ni al día siguiente, ni al siguiente.

Percibo a veces que mi vida se esfuma como un anillo nebular. Nunca me atreví a decirle que se había equivocado conmigo, que yo no era su amiga de la infancia. ¡Parecía necesitar tanto de aquella charla!

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