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miércoles, mayo 04, 2016

Sobre las rosas y sus verdaderas intenciones por Yolanda Arroyo Pizarro




Sobre las rosas y sus verdaderas intenciones: Comentario al libro “Últimos poemas de la Rosa” de Lilliana Ramos Collado por Yolanda Arroyo Pizarro

Mentiría si dijera que soy indiferente a las rosas. Mentiría si dijera que ante el libro de Lilliana Ramos Collado titulado “Últimos poemas de la Rosa” no desfallecí. Las rosas significan demasiadas cosas en mi vida, hay demasiados simbolismos entre su existencia y la mía. Cuando enamoro lo hago enviando rosas. Cuando me dejo enamorar sucumbo ante el placer de las rosas. Como soy fanática irredenta del libro El Principito, la rosa y yo compartimos una conexión muy intensa, inexplicable. He sido la rosa de Saint Exupery. A ratos también he sido El Principito, cuidador negligente de su rosa. Entonces, heme aquí frente a otra rosa literaria, la de Ramos Collado.

Ha dicho Ana Maria Iglesias Botrán “Uno de los rasgos caracterizadores de la novela de los últimos años del siglo XX es la utilización de episodios traumáticos como escenarios o bases argumentativas bien por su relación con colectivos socialmente “marginados”, tales como mujeres o minorías étnicas y culturales, o bien por su relación con episodios políticamente conflictivos, tales como el Holocausto nazi, las dos Guerras Mundiales, o los procesos de descolonización”. (Ensayo “Que mi nombre no se borre de la historia”: El tratamiento de la Guerra civil española en la literatura contemporánea en España.  El caso de Las trece rosas. Actas del Congreso Internacional De Literatura Y Cultura Españolas Contemporáneas). En el poemario aludido de Ramos Collado identifico de inmediato este rasgo caracterizador del episodio traumático justo en el momento en que media la metáfora de un rosal, un rosal abandonado por su jardinera. Un rosal abrumado de flores que de pronto se marchitan…

eres la rosa
ajena
enajenada

eres la rosa que hoy
se desploma

Entonces extiendo lo ya discutido por Iglesias Botrán sobre los denominados “estudios de trauma” (Trauma Studies), en los que se asocia la trasposición del término y concepto médico del “desorden de estrés postraumático” al ámbito de la literatura y de la teoría crítica literaria.” El poemario de Ramos Collado se encuentra repleto de metáforas que aluden al trauma, al derrumbe de un entorno, al entierro de un amor o varios amores, o un amor que se repite, que llega, desarticula y destruye.  ¿Se lo permitimos todas las veces? La respuesta parece darla Lilliana en estos versos:

cuando la rosa se deshoja
deja entrever el muro aciago
la reja herrumbrosa
la tierra material
las losas del balcón
inhóspitas

En la vida real, un episodio concreto como el del fusilamiento de “las trece rosas” durante la Guerra civil y los intentos de ficcionalización del mismo por poetas y narradores ha permitido que este hecho histórico se convierta en un fenómeno literario y hasta cinematográfico. El equivalente a ese evento que me retrotrae a la escritura de Ramos Collado es pues el acto de colocar el trauma al servicio de la inspiración de un autor, justo luego del luto, de la pérdida angustiosa. En esencia, los últimos poemas de la rosa que Ramos Collado esboza para convertirlos en un lamento hermosamente literario y universal pueden permitirnos la reflexión, ya bien para evitar ser punzados por la misma o nuevas espinas de esa rosa, o ya bien para sumergirnos de nuevo en el goce temporero y espinoso de amar a la rosa.

Estudiar el poemario de Ramos Collado me lleva también al poema “Las 4 rosas”, de Francisco González León o “El paraíso al revés en un poema de Oscar Hahn” por Ethel Beach-Viti:

TRACTATUS DE SORTILEGIIS
En el jardín había unas magnolias curiosísimas, oye,
unas rosas re-raras, oh,
y había un tremendo olor a incesto, a violetas macho,
y un semen volando de picaflor en picaflor.
Entonces entraron las niñas en el jardín,
llenas de lluvia, de cucarachas blancas,
y la mayonesa se cortó en la cocina
y sus muñecas empezaron a menstruar.

Mientras Ethel nos habla de las magnolias, las rosas, las gardenias, las dalias y los claveles en el resto de su escrito, Ramos Collado abunda en la floración, los pétalos, el perfume y la comparación de estas flores en esencia hermafroditas, capaces de fertilizarse a sí mismas, cual insidioso homenaje a la flora-vagina. Ethel indaga en la anomalía sexual que hay en este jardín, mientras Lilliana apunta al simbolismo de la rosa que descansa incluso en la etimología en árabe (Ward), cuya raíz tiene la connotación de “llegar, acudir y descender” desde y hacia el clímax orgásmico. En ese sentido es la receptora de lo físico y también de lo emocional, es responsable del eros y el corazón:

Bruma carnosa tu olor
gruta sonora tus muchos labios

Florie Krasniqi Rittiner ha dicho que en la lectura literal, la “rosa” es un motivo, una imagen, un elemento más de la estructura textual. Y añade: “En el instante en que el símbolo “rosa” se convierte en la figura central de una obra concreta cuyo significado es ambiguo y supera el grado de simbolización canonizado, puede decirse que se actualiza en forma de signo, puesto que las normas internas del poema permiten su identificación. De esta manera, es fácilmente aislable, en el contexto poemático, la rosa como isotopía, como clave que ofrece una lectura superpuesta a la lectura literal. El lector de poesía está en constante búsqueda de significados ocultos, tratando de descubrir (en palabras de Mijaíl Bajtín) la “visión del mundo” que el texto ofrece”. Ramos Collado atrapa la esencia del signo, como en estos versos:

Quisiera morir
herida
por la espina de una rosa
dormir absorta
en la molicie de sus párpados

que mi corazón
ensartado en la fronda hirsuta
de la rosa
pudiera seguir amándola
por el placer que suscita
ese dolor

Cesar Vallejo en "caravanas de inmortales rosas", trata a la rosa como un transporte de recuerdos. En un poema de Francisco Urondo de su libro Breves (1958), “la mujer/ canta/ entre/ las rosas/ líquidas/ su voz/ abre/ la lluvia”. En «Ruben Darío o el lenguaje de las rosas» de María de las Nieves Alonso Martínez, la rosa es atrapada entre los versos de Sor Juana Inés de La Cruz:

«Rosa que al prado encarnada,
te ostentas presuntuosa
de grana y carmín bañada;
campa lozana y gustosa;
pero no, que siendo hermosa
también serás desdichada».

La identidad entre poesía y rosa, expresada y relacionada en los versos anteriores nos permite acercarnos a los últimos poemas de la rosa, cual si estos hubiesen sido concebidos para una destinataria al otro lado del mundo, lejos del objeto amado, desesperada, cerca de la intuición de un campo semántico amplio e intenso, pero confundido por el desamor. La desesperación en algunos de estos versos así lo demuestran:

la casa entera de la rosa
hoy se vuelca en la
memoria
fantasma de si misma
se ahíla se va borrando
como ocurre con las cosas huérfanas
como una casa sin casa
como la rosa cuando es
como la rosa


Finalmente, en “El Principito” se esboza a La Rosa como un personaje que nos pone de manifiesto el amor del Principito, “una Rosa que no es una flor cualquiera, que es su amor y como cualquier amor se tiene que cultivar y cuidar, es espléndida, es magnífica entre otras muchas, es única en su «planeta». Ha habido otras, pero esta es la que ha «florecido» y perdura, es la metáfora de la mujer que ama, que se ha quedado para siempre en su corazón”. Rosas malcriadas, rosas imperfectas, rosas impetuosas, desalmadas, crueles, orgullosas, egoístas, mentirosas, engreídas y a pesar de todo ello, rosas frágiles, rosas únicas. Ese es el saldo. Flor única entre otras. Una flor responsable de la huida del Principito y a la vez responsable de su regreso. Un ejercicio de amor y de crueldad, a lo Ramos Collado.

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