Páginas

domingo, julio 23, 2006

Rompeolas



Cuando vivías
fuiste mi rompeolas,
mi escondite del marullo,
madriguera de la amenaza picos de roca.
Fuiste mi guardacostas,
mi andén contra el dolor del abandono,
mi soporte apaciguante
contra la mujer que puja y renuncia
que me mata
que me suicida.

Eres promontorio
construido para contener el oleaje;
de ese Mar, del Viento, del Huracán.

Eres faro,
la linterna que alumbra la calzada en el recuerdo,
llena de escollos y de arena y de dunas y humedad.
Tú, mi apoyo,
la entrada y salida de barcos mal dirigidos,
un andamio en ese puerto malherido
por la tormenta que se desata aún.

Dique fehaciente,
guarida y salvaguarda.
Estás sin vida;
una rompiente tan segura como el ya no estar.

Fue raro sentirse sin tu auxilio
cerca del escollo; lejos del resguardo
abrazada a la costa donde se acortaba mi corriente,
olas que no dejaron de golpearme.
Mar que levantó el agua y tú tan protectora, y tan estoica y tan maternal.

Mi litoral casi destruido
y tú hecha un Muro de contención para aguas salvajes;
un espacio situado justo en donde buscaría yo el abrigo
los buques entran a ti para llorar…

Carena en seco,
me reparas los párpados y las pestañas.
Obstáculo contra ventoleras,
opones tu cuerpo al progreso de fantasmales ideas.
Me amparas en tus brazos;
intentas prevenirme de mí.

Un rompeolas innombrable.
Una mujer sin sonido.
Una heroína sin ruido.
Mi voz salpica repleta de te-extraños-vuelve-a-mí.

jueves, julio 20, 2006

Biopsia

Recordar que hoy amaneció la almohada llena de sus pestañas.
Añorar ir a ver a Guillermo Dávila en concierto.
Distraerme al leer el billboard de Señora Leonela
y su lectura del tarot;
observar sus ojos violetas,
cuestionar si en serio es ella o una doble de Angelina Jolie.
Mover los brazos al conducir,
arquear la espalda apretando el guía,
sentir el espasmo causado ayer por la fuerza hecha sobre la burra.
Odiar las biopsias.
Maldecir los fibromas.
Sentir una pena inmensa al saber que mi mejor amiga
sufre de una alteración de la tiroides.
Sufrir por el tumor cerebral
que le descubrieron a la mamá de una mujer entrañable.
Reír porque mi compañera de trabajo se enteró de su preñez.
Saborear la nostalgia de saber lejos a un gran amor,
de saberlo triste, perdido, desesperanzado,
de saberlo deprimido.
Jugar con la idea de poder hacer algo
aunque no pueda hacer nada.
Fantasear con el hombre que a veces
me hace el amor platónicamente.
Acariciar a mi hija de siete años
que llora conmovida por una balada dedicada
al hombre de las pestañas.
Llorar con ella.

jueves, julio 13, 2006

Entrevista a Yolanda Arroyo Pizarro en Cadena 11Q (1140 AM)
















En la foto se encuentran, de izquierda a derecha, las panelistas del programa Tardes de Tertulia Maira Barbará y Awilda Cáez. A su lado la escritora Yolanda Arroyo Pizarro y la periodista Nieves González Abreu.

jueves, julio 06, 2006

Arde


Recuerdo haber leído lo de Indonesia, y no necesariamente lo del tsunami. Sucedió antes, en el 1997. Aquel año, el país fue arrasado por incendios forestales que causaron inmenso daño a la tierra, la salud de la gente y la economía. El humo se esparció a naciones cercanas —ocho en total—, afectando a unos 75 millones de habitantes. Hubo que atender a multitudes por afecciones como asma, enfisema y problemas del sistema cardiovascular, por condiciones de los ojos y de la piel. Lo ocurrido en Indonesia en 1997 constituye un ejemplo de la voraz furia que el fuego es capaz de desatar.

Salinas se me presentó también casi devorada. No fue un incendio forestal exagerado, pero vi cómo familias corrían cerro abajo cuando el fuego, que comenzó de manera incidental, intentó tragarse sus hogares. El humo quiso entrarles al cuerpo, quiso dominarles la epidermis, quiso arroparlos indiscriminadamente. ¡Salinas se veía tan indefensa desde el borde del camino! Estacioné mi auto en el paseo. Observé la llegada de ambulancias, carros bombas y vecinos dispuestos a colaborar aunque fuera echando un candunguito de agua sobre alguna lengua de llama azarosa. Los pulmones se me llenaron de aire pesado, el aire a mi alrededor se impregnó de hollín y el cabello se me embadurnó de cenizas. Observé el tizne que se me apareció en el pedacito de muñeca con cicatriz y se me aguaron los ojos.


miércoles, julio 05, 2006

Ruinas


Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego.
Jorge Luis Borges en Las ruinas circulares.



La Corco en el sur de mi Isla. Ruinas perfectas para mostrar
las ruinas del fondo de mi cavidad pectoral. Ruinas.

“we fall on our knees, crushed, humble, in despair because we realize that the pain will never leave...”

martes, julio 04, 2006

Presentando a Neftalí Cruz Negrón en Café Berlín


El escritor puertorriqueño Neftalí Cruz Negrón es sin duda una promesa de letras. El pasado viernes 30 de junio nos leyó una de sus creaciones en Café Berlín de Viejo San Juan. Con gusto exponemos aquí el relato que nos leyera.

Marta, la levantadora de cuerpos
Por Neftalí Cruz Negrón

Buscando la manera de cómo se ganaría la vida, a la pobre Marta se le ocurrió un día: ‘Seré una levantadora de cuerpos’. Al principio fue tildada de loca; mas, poco a poco, se fue ganando la admiración de todos, excepto de uno: el político representante. El trabajo de Marta consistía en levantar el cuerpo muerto de todo tipo de animales.

Lo que maravillaba a la gente del pueblo era cómo ella realizaba su labor. Se la veía llegar orgullosa, bien peinada y maquillada en su motorita, a la que tenía conectada un pequeño vagón. Se bajaba y saludaba con mucha cortesía. Se vestía de guantes, mascarilla y bata, todos de color azul menta. Al terminar, Marta chocaba las manos y decía ‘¡Lista! Por favor, que alguien me diga dónde se encuentra el cuerpo’.

Era un espectáculo ver con qué destreza, delicadeza y amor levantaba el cuerpo del piso, y lo cargaba a paso lastimero hasta el vagón de la motorita. Luego, Marta se llevaba el mortecino animal para su casa con el fin de bañarlo, perfumarlo y ponerlo en el más adecuado féretro.

Sólo el político representante detestaba a Marta. Entendía que su presencia afeaba y ridiculizaba a todos (especialmente a él). La noticia corrió y de inmediato el pueblo supo que el descarado representante buscaba la forma de obstruir el sustento y el noble oficio de la pobre mujer. Hasta llegó a circular un documento, cuyo recogido de firmas adelantaría su intención de ingresar a Marta en el Hospital de Salud Mental.

Poco tiempo después, inesperadamente, durante un discurso público, el político representante se desplomó en el piso. Cuando se constató su muerte, por instinto, el pueblo sugirió gritando: ‘¡No lo toquen! Déjenlo ahí y llamen a Marta, la levantadora de cuerpos’.

________________________________________________
Para ver una foto en detalle, hacer clic en la misma.