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domingo, diciembre 17, 2006

Entrevistando a Maira Barbará
sobre su cuento
La doncella de Nuremberg




La Maestría de Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón en Santurce, Puerto Rico, ha abierto las puertas a nuevos talentos y ha dado alas a escritores que tan sólo necesitaban un empujoncito. Conocí a Maira Barbará y quedé prendada de su prosa. Ella es una de esas estudiantes de la nueva Maestría que ven en la literatura un espacio para respirar mejor. En meses pasados el periódico El Nuevo Día en su revista literaria, le otorgó el reconocimiento de publicarle un cuento de su autoría. La contacté de inmediato y le pedí sus impresiones sobre el proceso de gestación literaria que dio origen a semejante obra. Aquí sus pareceres que muy amablemente me iluminaron el alma:


YAP: ¿Temiste en algún momento a caer en el anacronismo en este cuento, o sea en errores de tiempo y/o espacio?

MB: No, porque me documenté lo suficiente para conocer el período del cual iba a escribir. Traté de mantenerme fiel a la época y a las circunstancias durante la Inquisición. Claro, me tomé ciertas licencias como todo escritor.

YAP: ¿Cuál fue la parte más difícil de escribirlo?

MB: Cuando tuve que describir las torturas a las que sometían a las víctimas, me sentí profundamente conmovida porque me resultó casi imposible sentir lo que ella y sus victimarios estaban sintiendo. No pude evitar cierta repugnancia ante lo que escribía. Espero haber transmitido al lector la misma sensación.

YAP: ¿Cómo te sientes escribiendo cuento histórico?

MB: Me fascina la historia porque creo que los sucesos no siempre nos los cuentan como sucedieron, sino con la óptica que convino en ese momento. Me gusta jugar a dar otros giros al asunto, a imaginar otras circunstancias, otros protagonistas, otros finales. Es muy divertido. Por supuesto que, para lograr un buen relato, hay que documentarse mucho sobre el tema que se va a escribir para adentrarse en la historia tradicional escrita. La "nueva historia" tiene que reflejar situaciones conocidas para que resulte convincente al lector.

YAP: ¿Posees otros cuentos de esa misma vertiente? ¿Cuáles?

MB: Escribí una trilogía que titulé Urdimbre. Los cuentos son Novo Ordo Seclorum, Habemus Mortem y La sombra. Trata de supuestas conspiraciones masónicas, de sociedades secretas y de intrigas de gobiernos. Tengo otros cuentos inspirados en la historia de Cuba y en la Segunda Guerra Mundial, un tema que me apasiona, en el que se basa mi primera novela.

YAP: ¿Cuál es tu vertiente favorita a la hora de escribir cuentos?

MB: Los grandes maestros del género cuentístico opinan que éste debe ser breve, conciso, certero y con un final impactante. Eso es lo verdaderamente importante y lo que me gusta hacer. La novela es otra cosa. El tema es, en definitiva, lo de menos. Lo importante es cómo se cuente, que el lector se sienta atrapado y luego sorprendido con el final, que la trama se le quede dando vueltas en la cabeza.

YAP: ¿Cómo defines tu experiencia en el último Taller Avanzado de Cuentos de la Maestría? ¿Y en la Maestría como tal?

MB: Te voy a confesar algo... Nunca había escrito un cuento hasta agosto de 2004. Solicité ingreso al primer grupo de la Maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón porque siempre me gustó escribir, pero lo que había hecho era poesía hasta ese momento. Soy autodidacta en ese campo y las guardo en una gaveta. Cuando descubrí lo maravilloso que es dar rienda suelta a las ideas a través de la prosa, supe qué era lo que más me gustaba en la vida. Mi primer y último Taller de Cuentos lo tomé con el doctor Luis López Nieves, quien es también el Director de la Maestría, y fue una experiencia maravillosa, un verdadero lujo. Nos exigía mucho, pero le debo mis primeros pasos en las letras. También tuve otros profesores maravillosos, cada uno con su estilo, pero todos muy preparados. Me siento feliz de haber terminado mi Maestría y de haber sacado A en todas las clases. Ahora estoy escribiendo mi tesis, mi primera novela.

YAP: ¿Quién es tu mayor influencia literaria y por qué?

MB: Maupassant, Poe y Chejov son mis referentes mayores. Por supuesto, una recibe influencias de muchos maestros hasta que logra depurar su propio estilo. Este se mantiene evolucionando, refinándose. Es un círculo infinito, se sigue leyendo y se siguen recibiendo nuevas corrientes.

YAP: ¿Qué estás leyendo ahora mismo?

MB: Soy una lectora voraz, siempre lo he sido. Mis padres eran profesores (mi mamá de español y mi papá de matemáticas), así que en mi casa siempre había libros a la mano. Puedo leer dos o tres libros a la semana, leo rápido y, si me gusta, me lo devoro literalmente aunque tenga que robar horas al sueño. Acabo de leer Las travesuras de la niña mala de Vargas Llosa, que me encantó porque Vargas Llosa es un genio de la literatura. Y también leí esta semana La hija de Cuba, de María Elena Cruz Varela, sobre la historia de Gertrudis Gómez de Avellaneda, una ilustre escritora cubana del siglo 19. También muy interesante. Le comentaba a un amigo no hace mucho que siento que no voy a tener vida suficiente para leer todo lo que me falta.

Maira, mil gracias por tu tiempo y dedicación. Para beneficio de todos incluyo a continuación su narración publicada en el periódico. Espero la disfruten tanto como yo.


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La doncella de Nuremberg
Cuento Por Maira Barbará
Publicado en el periódico El Nuevo Día el 22 de octubre de 2006

“Dios, como privilegio especial, ha otorgado a la Iglesia la inmunidad contra el error”
Papa León XIII

Presentía que pronto vendrían a buscarla. Lo intuyó al ver que sus vecinos la evadían luego de que pasara frente a su casa la procesión de los dominicos y apareciera una cruz amarilla pintada en su puerta. Sabía que era cuestión de tiempo, de poco tiempo. Un miedo cerval se había apoderado de todos sus sentidos.
El estruendo de unos golpes la sacó de sus cavilaciones. Ya estaban allí.

Era joven y vivía rodeada de gatos. De hábitos solitarios, no tenía muchos amigos en el pueblo. Llevaba ropa de luto por su esposo, que había muerto hacía un año. El negro resaltaba aun más su melena rojiza, de rizos alborotados. Sus ojos verdes y su tez de un luminoso rosado eran motivo de admiración en los hombres y de envidia en las mujeres. Cuidaba ancianos e iba a misa todos los domingos, como era de rigor.

Fue trasladada a unos calabozos donde apenas entraba la luz del sol. En la celda sólo cabía una persona acostada. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, descubrió que el piso y las paredes estaban resbalosos porque los cubría una extraña mezcla de sangre, excrementos, orines y vómitos. Aquellos muros empedrados, húmedos y fríos estaban impregnados del olor de la muerte.

La hicieron desnudarse, le afeitaron todo el cuerpo, le cortaron las uñas y la obligaron a ponerse un camisón que había sido remojado en azufre y agua bendita. Después de meterle un puñado de sal en la boca, la condujeron ante el Inquisidor, un cura anciano algo jorobado, de piel cetrina y un repugnante mal aliento, quien tendría a su cargo el protocolo del Santo Oficio. Lo acompañaban varios compañeros dominicos, entre ellos un amanuense.

La mujer temblaba, mientras el Inquisidor pronunciaba las oraciones prescritas por el “Mallus Maleficarum” y daba inicio al interrogatorio.
-¿Cómo te llamas? -dijo, en tono autoritario.
-Magdelaine Michelet -contestó, con la voz entrecortada.
-¿Cuántos años tienes?
-Treinta y tres.
-¿Sabes por qué estás aquí?
-No, padre -dijo, al borde de los sollozos.
-Sabemos que has preparado hechizos y que has causado la muerte de varios ancianos de tu pueblo.
-Pero yo…
-¡No me interrumpas! Hablarás solamente cuando yo te pregunte. Dime, ¿a cuántos ancianos has asesinado? Admite que mataste a tu esposo y que recibes durante la noche a tus amantes diabólicos, que se te presentan en forma de íncubos. Dime, cuántas veces te has refocilado con el diablo en orgías y aquelarres. ¡Confiesa!
-Padre, voy todos los domingos a misa. ¡Nunca he matado a nadie!
-¡No es cierto, de nada te valdrá negarlo! Estarás aquí hasta que nos digas todo lo que has hecho. Te advierto que te arrepentirás de no haber confesado ahora.

Ante su reiterada negativa, fue llevada de regreso a su celda. Se preguntaba qué pruebas tendrían aquellos hombres. El cansancio la rindió y las pesadillas más oscuras rondaron su sueño.

Al día siguiente fue sometida a otro interrogatorio y a diversas torturas. Esta vez se encontraba también presente el Inquisidor General, Su Excelencia Ferdinand de Rocroi, Arzobispo de Cambresis, la máxima autoridad de la región. Aunque no intervenía en los procedimientos, era evidente que estaba allí para supervisar y aprobarlos.

En la búsqueda del “punctum diaboli”, tres sacerdotes pinchadores oficiales clavaron a Magdelaine largas agujas debajo de las uñas, en los senos, en la vulva, en el ano, en todos sus lunares y cicatrices. Si sangraba o gritaba porque sentía dolor, se confirmaba su condición diabólica.

La hicieron tragar nueve litros de agua bendita y la suspendieron de cabeza, amarrada por los tobillos. Mientras le daban veinte latigazos, un dominico le mostraba los instrumentos que la esperaban: el potro, la corona de Cristo, la tortuga, los látigos con puntas, la turca, la pera de hierro, la cuna de Judas... Otro religioso calentaba unas tenazas de hierro. Mientras tanto, el Inquisidor le gritaba una y otra vez que, a toda costa, ella confesaría y él así salvaría su alma.

-Dime, ¿has preparado ungüentos o filtros con la pulpa de los huesos y carnes de tus víctimas? ¿Cuántas veces has yacido con tu amo de las tinieblas? ¿Quiénes son tus cómplices? ¡Confiesa! -gritó.
-¡Soy inocente, no puedo decir lo contrario!

El Inquisidor, cada vez más exasperado, con una sonrisa irónica, se le acercó, bajó el tono de su voz y le dijo con sorna:

-¿Ves esta hermosa caja de hierro? La llamamos “La doncella de Nuremberg”. Fíjate en las púas filosas y largas que hay en su interior. Se encajarán en tu cuerpo cuando cerremos sus puertas. Será lamentable escuchar tus gritos y cómo se apagan, cuando te mueras poco a poco. Es tu última oportunidad para admitir tu culpa...

Magdelaine, presa de la desesperación, vislumbró un pedazo de cielo a través de la única ventana del recinto, en lo alto de la pared. Sus ojos vertían lágrimas incontenibles, que rodaban por sus mejillas. Desesperada, sangrante, débil, impotente, invocó en su mente a las legiones celestes y pidió ayuda. Un rayo de sol se reflejó sobre su melena rojiza y sus ojos adquirieron un brillo intenso.

Entonces fue ella quien se acercó al Inquisidor y lo miró con fijeza. Se inclinó hacia él, como si fuera a decirle un secreto. Le dijo en voz baja, despacio, firme, arrastrando las palabras:
-¡No voy a confesar!

De inmediato, a pesar de su forcejeo, la empujaron dentro de “La doncella” y cerraron las puertas con violencia. Un grito estridente, prolongado, un eco sordo, opacado por el metal del sarcófago, resonó en la estancia. Luego, un absoluto silencio.

Los sacerdotes, extrañados por la ausencia de los quejidos constantes que solían escuchar cuando usaban ese método, abrieron sus puertas una hora más tarde. “La doncella” estaba vacía.

De su interior salió un altivo cuervo negro, que cayó sobre el Inquisidor y el Arzobispo. Les sacó los ojos a picotazos, mientras revoloteaba con fuerza y emitía graznidos disonantes. El sol había inundado toda la habitación.

El pájaro, con su pico manchado de sangre, se posó en la ventana. Desde lo alto, miró a cada uno de los presentes y alzó vuelo triunfante hacia el infinito.

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