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lunes, agosto 24, 2009

Homoerótica o la libertad envidiable por Mairym Cruz Bernal



Alguna vez viviremos en una sociedad donde cada uno respete el derecho de cada cual a elegir a quien mete en su cama


Por Mairym Cruz-Bernal / Especial El Nuevo Día

yo no soy lo que están viendo.
yo no soy lo que transito por la noche.
porque a mí me han dolido todas
las caricias del vacío
porque me he roído el hueso
hasta encontrarme la mujer
que no me soy.
-Rubén Rolando Solla


Un acontecimiento literario surge de entre las calles adoquinadas de la ciudad vieja. Rara noche de pleno verano, la brisa parecía confabularse para lo que después habría de vivirse. Ahí pude observar una cantidad de parejas homosexuales disfrutando de una noche fresca como pocas noches de verano.

Gente tranquila, discreta, sentada en los bancos, parejas acariciándose levemente los brazos, miradas profundas que delataban amor o deseos de amor, aires de ternura que la brisa parecía llevar por todos lados y envolvernos a todos, gente igual a otras, pero más libre.

Me detuve a mirar con deleite esta gran fiesta convocada para escuchar cuentos y poemas. Mientras les miraba, pensaba en lo que habrían pasado para llegar ahí, decididos a ser quienes son, la adolescencia adolorida y llena de culpa por desear a una persona de su propio sexo, la vida en los cines, las barras, las discos, los cafés, auscultando lugares oscuros y secretos donde ser aceptados, la tragedia de no ser considerado igual en los trabajos, de no poder expresar la ternura libremente a ese otro a quien ama y con quien camina, sin poderle tomar de la mano por la calle, las veces que habrán oído a alguien referirse con desprecio a su persona, palabras impronunciables que conocemos. Ahí, ante mis ojos hablaban, se abrazaban en libertad, finalmente.

Y escuchamos lectura tras lectura, la evidencia de sus vidas de dolor y soledad, de amores vertiginosos, pasiones que muchos desearían poder vivir, si tan sólo se atrevieran. Recordé el día de mi graduación en pleno invierno del 1993, en una escuela de escritores de Estados Unidos.

Al presentarnos para hacer una lectura, decían The Gay Poet, The Hispanic Poet, The Black Poet, como distintivo a cada poeta ponente. Cuando me tocó mi turno hice mi pequeño discurso antes de leer mi poema, no vengo aquí como una poeta hispana, o gay, o straight, o negra o blanca, vengo aquí como una poeta, sin fracturas. Y leí mi poema. Y me gradué.

Ahora, en esa noche de pleno verano, más de una década después estaba allí, invitada a leer, y leí mi poema, pero no como una poeta mujer u hombre, blanca o negra, gay o straight, leí solamente como una poeta más, íntegramente y sin fracturas. Y leí entre ellos, porque creo en la libertad de elección.

La humanidad se divide en dos, hombres y mujeres. No hay más géneros. Todos crecemos con el derecho a elegir. Asumimos ese derecho. Y amamos. Es de cada cual el derecho a elegir libremente a quien amar, hombre con hombre, mujer con mujer, hombre con mujer, mujer con hombre. Alguna vez viviremos en una sociedad donde cada uno respete el derecho de cada cual a elegir a quien mete en su cama.

Allí, a espaldas del Tótem en el Viejo San Juan el ejercicio de los seres libres se dio. Cuánto resentimiento podrían albergar en sus corazones. Cuánto odio a una sociedad que los margina y que se burla de ellos.

Sin embargo, caminaban tranquilos, contentos de verse y escucharse, libres para el beso y el abrazo. Pienso en lo completo que es un homosexual que logra sobreponerse al odio de una sociedad hipócrita que juzga aquello que no le es igual, una sociedad cristiana que subyuga al que precisamente ama en libertad, como si alguien pudiera decidir por uno con quien se acuesta.

Admiro y me solidarizo con esos hombres y mujeres fieles a sí mismos, gente que sin cometer delito alguno han llevado el peso de haber sido juzgados, menospreciados, aislados y discriminados por gente muy por debajo de ellos, gente deshumanizada. Me pregunto cuántas personas no viven sus vidas mirando telenovelas, y no desearían vivir intensamente un amor verdadero, como esos que vi libres esa noche. Gente feliz como hacía mucho tiempo no veía.

Al finalizar el evento, mientras bajaba las escalinatas de la Plaza al estacionamiento de mi carro, vi a uno de ellos caminando solo, peluca en mano, pestañas medio caídas, lápiz labial de un rojo ya anochecido, y pensé en la soledad a la cual regresaría, a las poses diarias, a la vestimenta obligada.

Aquel nicho de encuentro se disolvía, y la ilusión de un mundo de libertad me volvió a dar de golpe como en toda utopía. También regresaba sola a casa, y ni siquiera era una poeta, era sólo una mujer sola, sin fracturas, caminando hacia su auto al reencuentro con su propia soledad… mírenme y dense cuenta que soy lo que están viendo.

La autora es presidenta del PEN Club de Puerto Rico.

Publicado domingo 23 de agosto de 2009 en http://www.elnuevodia.com/homoeroticaolalibertadenvidiable-606830.html

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