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jueves, enero 21, 2010
La Fe que se disfraza de Mayra Santos Febres
Mayra de nuevo la hace. Historia disfrazada de crónica sobre las manumisas. Dominatrix y sumiso. Halloween, ritos paganos, esclavas esclavizantes, amos doblegados a los placeres de las carnes negras, las carnes hechiceras, deliciosas...
La novela juega con todo aquello que nos gusta: sexo, erotismo, fantasías afrodisíacas, olores de lo amatorio, sabores libidinosos y genitalia bien puesta, bien narrada, bien construida. Duele la identidad, el irse descubriendo en uno mismo y en el otro. Duele el trasfondo histórico. Avergüenza la institución esclavista, y le hegemonía dominante. La de antes y la de ahora. Se da uno cuenta que han cambiado los nombres, pero los protagonistas siguen siendo los mismos. El mismo margen. La misma discriminación que a veces se llama Puerto Rico, otras Haití, otras planeta Tierra. "Mi nombre se hizo carne entre sus labios.” Eso lo dicen de Fe Verdejo, museógrafa de Venezuela, y Martín Tirado, historiador puertorriqueño responde con un jiqui, le chupa la piel del pezón, le abre las entrañas desde la vulva. Ambos personajes colocan sus pieles ante nosotros los lectores, quienes asistimos al espectáculo como zombies hechizados.
Lo carnavalesco de los encuentros, del traje, de las lágrimas, de estar atado carnalmente a una mujer y construir una madeja de entuertos para desposar a otra, nos va develando recuerdos, documentos históricos, referencias al arte milenario de hacer daño. De modo tradicional o masoquista, no importa cuál. Se hace daño. Fe hace daño, le hacen daño. Martin hace daño y le hacen daño. Juntos dañan. Vaya existencia disfrazada.
``Muerdo su cuello. Un gemido. La tiro contra el cuero de los asientos de su carro. Abro sus piernas, un vapor sale de su carne, impregna el carro entero con su olor. Olor a maderas, a fruta dulce y madura. Los labios de Fe se abren grandes, anchos. Meto mis dedos de nuevo, tizón. Fe me agarra de las caderas. Me coloca frente a su pelvis. Fajo, me hundo. Pierdo el aire''.
Fe en disfraz da calor. Hace que sudemos, que nos toquemos sin percatarnos. Que nos pellizquemos el pecho erguido y sobemos los vellos erizados. Nos incita tosecita y carraspera. Y habrá más de uno que la termine, busque a su pareja, se desquite los aires feromónicos provocados, y exhausto, corra a volver a leerla.
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