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viernes, junio 22, 2012

La creación de la ficción desde el mito del Caribe


LA CREACIÓN DE LA FICCIÓN DESDE EL MITO DEL CARIBE

Por Yolanda Arroyo Pizarro

Lloviznada en Castañer. Foto por Zulma Oliveras Vega


Publicado en España por Revista Cuadernos Koré
e-revistas.uc3m.es/index.php/CK/article/download/1527/647

Publicado en Puerto Rico por El Post Antillano

Olívar Graterol, D. y Del Valle Vélez, J. (eds), El mito de la mujer caribeña, Ediciones de La Discreta, Madrid, 2012



...sucede que las mujeres son caracterizadas exactamente como el sujeto patriarcal defectuoso: la mujer es el malo de Aristóteles. (…) Específicamente la mujer amenaza como aquello que contamina, que daña en su unidad y su pureza al cuerpo social, y al individuo varón…

Carmen G. Marín[1]



Inventé, a partir de la lectura transcrita en el epígrafe, una mujer con los pechos extirpados que camina hacia la parada de autobuses a esperar la guagua. Es negra, rellenita, de trenzas a partir de un afro rebelde. Durante sus años mozos adoptó el apodo “Aristóteles”, debido a que constantemente filosofaba de la vida entre sus amigos marihuaneros. Juega dominó, le fascina el reggaetón, es bisexual y se ha practicado tres abortos. La recesión económica la ha obligado a reinventarse y dedica sus noches a prostituirse en una barra de Río Piedras, cerca de la Universidad de Puerto Rico, donde de vez en cuando conoce lo mismo a estudiantes que a maestros. El relato inicia In media res mientras la mujer sin pechos es abordada por su chulo, precisamente en la parada de bus, quien le cuenta que hay un cliente con gustos especiales que desea únicamente tener relaciones con mujeres evidentemente cicatrizadas por una masectomía. Ella deberá decidir si acepta o no la chamba.
La construcción del imaginario del Caribe, sus habitantes, las diferentes visiones y voces pluriculturales son motor y gasolina para toda suerte de ficciones. La mujer descrita en el párrafo anterior es habitante de uno de mis cuentos que compone un libro sin publicar aún, titulado Lesbianas en clave caribeña. Otras historias habitan el libro. Historias que tocan rasgos intrínsecos de esta parte tan calurosa del mundo: el nacimiento de mitos, la extranjería, la trata de cuerpos (hombres, mujeres, niños), las putas, las sumisas, los estereotipos, el disfraz, exorcismo, mujer caribeña y arte, mujer caribeña y música, la femme fatale, religiosidad, ateísmo, etc.

Como narradora e investigadora de la historia para propósitos de pura creación literaria, permanezco ávida y expectante ante la posibilidad de la inminente publicación de un libro sobre los temas que con tanta pasión me generan ideas: género, cuerpo, raza, identidad, Caribe. El Caribe es para mí el génesis desde dónde todo aflora, desde donde todo debe observarse. El jardín de edén que me permite experimentar con argumentos, personajes, fábulas y mitos. En el Caribe siento que navego desde y hasta la africanía, desde y hasta la feminidad, lo exótico, el lesbianismo, la transvestidura, las traiciones y el abandono. Fue por eso que celebré la puesta en escena del I Congreso Internacional sobre el Caribe, enmarcado en El mito de la mujer caribeña que organizaron el grupo cultural YoSoyElOtro, el grupo Kóre de Estudios de Género, la Universidad Carlos III de Madrid y la Casa de América en noviembre de 2009. Lo celebré, sobre todo, porque a partir de las conferencias que se suscitaron, de los temas generadores que nos brindaron, nació el libro El mito de la mujer caribeña publicado por Ediciones La Discreta y a cuya presentación en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe asistí en 2011.

Partiendo de un mar, de unas Antillas, de unas costas, las diásporas y los mitos que entorno a todo esto han conformado sus mujeres, la historia del Caribe nos azota con cruenta agilidad de tiempo y espacio. Y es desde esa óptica que se centra el tratado de La Discreta para un acercamiento teórico sobre las fisuras y desclaves de esa formación. El mito de la mujer caribeña comparte y reconoce la realidad de muchas mujeres caribeñas que han dejado su lugar de origen de existencia para comenzar un nuevo país, una, dos, cientos de veces. Se reinventan en el espacio especial dedicado al cuerpo, al alma, al dolor de existir, a la decisión de dejar de hacerlo. En el libro se aborda además la temática social centrada en la población inmigrante de origen caribeño que habita en Madrid. “Se conversa sobre género e inmigración y los retos de la convivencia con la colaboración de instituciones y profesionales que están trabajando en ello”, nos informa uno de los compiladores de este proyecto tan importante y necesario, el escritor y gestor cultural Jesús M. del Valle Vélez.

Como ejercicio crítico, leer El mito de la mujer caribeña y tratar de reseñarlo es una tarea muy ardua, y no podría circunscribirse a un escrito de espacio limitado. Sería sumamente difícil relatar en dos o tres páginas un análisis completo de lo que representa esta lectura, por lo que me concentraré en detalles puntuales a grosso modo. Iniciaré opinando sobre los dos ensayos que para mí conforman el momento culminante de la lectura: 1) Mujeres garífunas ante la globalización: Discriminación y resistencia de Nuria Jiménez García y 2) Esas pícaras de las negras y de las mulatas: El harem colonial esclavista de Arlette Gautier.

El ensayo de Nuria Jiménez García me colocó de plano frente a un tema totalmente desconocido para mí, la existencia de las garífunas. Su origen, nos explica la autora, se remonta a un cuento oral difundido cerca del año 1675 donde unos barcos holandeses que llevaban esclavos hacia las Indias Occidentales desde Nigeria, naufragaron cerca de la isla de San Vicente. Los esclavos que sabían nadar lograron escapar del siniestro y alcanzaron la isla. Allí fueron recibidos por los nativos quienes les ofrecieron protección, un lugar donde quedarse y una sociedad a la que incluirse. Las uniones que entre ellos se dieron conformaron el pueblo Garinagu, conocido hoy como Garífuna. Se les ha llamado alternativamente también garifunes o caribes negros. Se estima que hoy día son más de seiscientos mil los que residen en Honduras, Belice, Guatemala, Nicaragua, el sur de México y Estados Unidos. Por su estilo de música único, su lengua y la danza que ejercen, esta etnia centroamericana fue proclamada por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2001. Jiménez García desarrolla su escrito dentro del núcleo de la actual ejecución laboral de turismo sexual que inician las mujeres garífunas desde el trenzado del cabello a los extranjeros, hasta la finalidad de posibilidades orgiásticas que se lleva a cabo en Labuga o Livingston, y otras zonas de Guatemala.

En la página 417 del texto se nos explica: «primero están las trenzas, luego los “transes-transas” y después los “prenses”, refiriéndose a que primero se intentan las trenzas y luego algún que otro trapicheo». Y más adelante: «así sube(n) a mirar si algún turista está interesado en alguna (…) Comienza una a hablar con el gringo y va llamando a las otras, y así comienzan a rifarse quién será la elegida que se vaya con él». Jiménez García nos muestra una fotografía mental muy detallada de los “cuerpos exóticos, cuerpos sensuales, cuerpos deseados y cuerpos deseantes” de estas mujeres de cuerpos negros. Además, le llama a este proceso “la corporalización de la pobreza”.

El escrito de Arlette Gautier, por su parte, inicia: «En los primeros tiempos del esclavismo antillano como hacia su final, la imagen de una mujer esclava “siempre deseosa”, cuyo deseo puede ser sexual pero también material, se combina con aquel de una desdichada soportando los deseos masculinos». Gautier nos devela un cuadro radiográfico de la estructura supervivencial de la negra del siglo XVII que «prefería el concubinato con los libres que con los esclavos, con la esperanza de tener hijos libres», y el de las «pobres desdichadas luchando en contra de los deseos apasionados de sus amos». En la sección que titula La propensión irrefutable de los negros al placer se nos descubre una negra haciéndose partícipe de la oportunidad que resulta de saberse pecaminosa (desde el punto de vista del amo) y de aprovecharse de ese estigma que la marca. Toma provecho de la circunstancia de ser diferenciada de la mujer blanca (fina, ecuánime, no inclinada al placer sexual debido a su formación religiosa fundamentalista colonial) y le saca ventaja al ser catalogada y autodefinida como «una pícara e interesada que atrae a los blancos a través de todo tipo de seducción». Si la negra producto de la desigualdad de la esclavitud ya ha sido declarada de este modo por gobierno, iglesia y milicia, no le queda de otra que luchar precisamente con el arma de carimbo con que la han marcado. Es por eso que nos alerta Arlette Gautier: «La supuesta sexualidad de las africanas (…) permite diferenciarlas de las blancas. En efecto, la sexualidad femenina reconocida y el gusto por el libertinaje, no son características del sexo bello, del cual las mujeres negras y mestizas no forman parte». Se puede concluir, por lo tanto, que el hombre hegemónico ha caído en su propia trampa. Ha erotizado la otredad durante el proceso de esclavizarla y con ello, le ha cambiado el estatus a uno de exoticismo y magia, que le da ventaja a la víctima sobre el victimario mismo. Por ello cayeron los amos, los frailes y sacerdotes, los militares, mayordomos y guardianes de celda, soldados, verdugos y hasta las mismas mujeres blancas seducidas, y seducidos todos por esta mágica e incomprendida divinidad sexual adjudicada a la otredad de la piel oscura.

En mi opinión y debido a que estos ensayos me ayudaron a descubrir y entender una nueva faceta mujer-Caribe-corporeidad-identidad, para luego ir a desbordar en ficciones estos hallazgos, considero que estas fueron las conferencias incluidas en la colección que más disfruté. Sin embargo, el libro es más que esto. El libro es “oro de la palestina”, como decía mi abuela Petronila la negra. Así que además disfruté muchos otros ensayos, cuyos ejes generadores también fueron colados como café para más adelante incorporarlos a mi corpus de escritura si el dios Kronos me lo permite. Las enumero a continuación:

·        Hija infame de una madre infame: Cuerpos sexuados e identidad de Carmen González Marín

·        Hispanic Feminine Identity: A dichotomy of myth and history de Madeline del Toro Cherney

·        Después de muerta y olvidada: Luisa Pérez de Zambrana como modelo de la mujer cubana en la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX de Félix Ernesto Chávez

·        Desde lo ordinario: cotidianidad, crisis e intelectualidad en la ensayística de Camila Henríquez Ureña y Nilita Vientós Gastón de Judith Sierra-Rivera

·        Pigmalión reclinado: género y deseo en «En la popa hay un cuerpo reclinado» de René Marqués de Sandra Casanova Vizcaíno

·        Las escritoras y el mito: la mujer caribeña en el espejo de Penélope de Brigidina Gentile

·        Una muestra de la poesía escrita por mujeres en Puerto Rico a partir de los 70: ¿Ruptura o afirmación de nuevas identidades poéticas? de María I. Báez Arroyo

Basta con que el lector más exigente se aviente, saque la sillita de playa, como hice yo, se coloque frente al Mar Caribe en la costa sur de alguna de sus Antillas predilectas, anide en la arena (como tortuga) y deguste este manjar.



[1] En “Hija infame de una madre infame. Cuerpos sexuados e identidad”, El mito de la mujer caribeña, p. 43.

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