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jueves, diciembre 04, 2014

Serie narradoras puertorriqueñas: Rubis Camacho, "Ningún humano me ha dado mayor muestra de amor".



Serie narradoras puertorriqueñas: Rubis Camacho, "Ningún humano me ha dado mayor muestra de amor".
Cómo escribí mi cuento favorito

Especial para Boreales de Yolanda Arroyo Pizarro

En octubre del 2011, Letra Negra Editores (Guatemala) publicó y presentó mi libro El fraile confabulado en su actividad anual “Octubre, mes de narrar”. Se trata de una serie de relatos en los que prima la figura de un fraile de alma revuelta, confrontado con su vocación, llamado, prejuicios, contradicciones y realidades (“Y te retiraste solo, como te has de ver toda la vida: siempre en busca de lo que huyes.”). De todos mis personajes, es en el fraile donde encuentro mi mayor referente biográfico, el personaje a través del cual ventilo mis ambigüedades, cuestiono y escudriño. Por esta razón prefiero este libro antes que a los primeros dos publicados (Cuentos traidores 2010, Sara: La historia cierta 2011). En cada relato de El fraile confabulado reinvento un recuerdo.

El día que escribí el cuento El telescopio del fraile, saldé una deuda con Micaela; un ser vivo con todos los signos estereotipados de la derrota: perra, sata, realenga, negra, llagosa y preñada. Llegó a mi puerta con el abatimiento del desamparo. Ningún humano me ha dado mayor muestra de amor, fidelidad y vocación sacrificial.

En este relato el fraile es el custodio del telescopio del hereje Galileo. Sucumbe a la tentación de hurgar el firmamento y queda maravillado ante la vastedad del universo. No obstante, una tarde inclina el telescopio a tierra y divisa una escena desconcertante. “La cercanía de los páramos y los manantiales amedrentaba. Las hojas tenían el tamaño de las montañas. Pude ver, cerca de la muralla que bordea el próximo pueblo, a una perra leprosa que hundía las garras con desesperación en la tierra hasta crear un hoyo profundo en el que acomodó un vientre ampuloso de tetas desbordantes. Sus ojos eran dos platos lagrimosos…bajo su rabo vi surgir, una a una, once burbujas de seda. Las lamía con delirio hasta desgarrar las paredes suaves, dejando al descubierto unas criaturas negras y húmedas de ojillos cerrados…Mientras, en el cielo una nube enorme y oscura se tendía. El torrencial asoló pueblos y aldeas. Muy temprano en la mañana subí a mirar. Todo olía a mojado. El hoyo estaba inundado de cachorros y de agua sucia…Raquítica y tambaleante se alzó once veces sobre las patas purulentas para cargar los cachorro hasta la orilla. Un domingo de otoño contemplé el movimiento de las once pelusas alrededor de un cuerpo casi podrido. Mordisqueaban, jugueteaban, trepaban, olfateaban como planetas menores…A veces, cuando me abruman las dudas, sobre todo, cuando Dios no rompe su silencio, subo al tejado y bajo los ojos a tierra buscando los astros.”

Con mi vehículo trituré accidentalmente varios cachorros de Micaela. Junté mis lágrimas a su jeta prolongada.  En este relato me reconcilié con el misterio. Soy el fraile que entendió, al fin, lo efímeras que pueden ser algunas maravillas del universo. 






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