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domingo, noviembre 30, 2014

Serie narradoras puertorriqueñas: Janette Becerra en Doce versiones de soledad




Serie narradoras puertorriqueñas: Janette Becerra en Doce versiones de soledad
Cómo escribí mi cuento favorito
Especial para Boreales de Yolanda Arroyo Pizarro

Con “Afición por los terrarios” me pasa lo que seguramente experimentan los científicos cuando se topan accidentalmente con un descubrimiento radical. Creo que el cuento tuvo para mí más de revelación que de hazaña, porque al releerlo me enfrento a una síntesis de la vastedad del universo de la que yo, francamente, no soy capaz. Su protagonista, un ser solitario y obsesivo, lleva años construyendo un terrario porque aspira a ser imagen de su padre. Pero ese teatro natural que entretiene sus días y noches, que ha sido incluso objeto de sus caprichos perversos, termina por convertirse en un pequeño cosmos cuyas implicaciones nunca sospechó. Comencé a escribirlo en homenaje al Frankenstein de Shelley por la forma insuperable en que esa obra retrata el abandono inmisericorde al que queda condenado el engendro. Pero para cuando lo concluí, comprendí que el cuento había querido revelarme mucho más: era yo el Dr. Frankenstein que abandonaba aterrorizado a su engendro, eran míos tanto el descubrimiento inesperado de su protagonista como el horror de la humillación. El terrario es la literatura misma. De alguna extraña forma, los escritores somos esos dioses perversos y solitarios que vengamos nuestro dolor replicando el mundo imperfecto en que otro dios, también dolido, nos condenó a existir. 

He aquí un fragmento del relato: su primer párrafo.

Soy dueño de un terrario muy bonito, que he cultivado con esmero desde pequeño. Ser retraído y algo carente de destrezas sociales puede traducirse en un inconveniente grave, a menos que se descubra alguna pasión que nos ocupe y justifique la soledad, y entonces el tedio se transforma en una feria de pequeñas alegrías. En mi caso fue sin duda la devoción al terrario la que me mantuvo a flote. Mi padre, quien también sabía bastante del tema, me regaló un tarro de cristal y me mostró algunas ilustraciones básicas, que yo pronto superé con creces hasta obtener esta joya que se convirtió en mi orgullo, como si fuera un hijo tierno, un cachorrito de pelusa y hoyuelos cuya foto enmarcamos con candidez.


El cuento está incluido en el libro de relatos Doce versiones de soledad (San Juan: Ediciones Callejón, 2011), que recibió el Premio Nacional de Cuento del Pen Club de Puerto Rico, el Segundo Premio en Creación Literaria del Instituto de Literatura Puertorriqueña y fue incluido en la lista de los diez mejores libros del 2011 por la sección de crítica literaria del periódico puertorriqueño El Nuevo Día.


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