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Activista, luchadora y fiel representante de las minorías, Yolanda Arroyo se ha convertido en una importante escritora en toda Latinoamérica.
Yolanda llega al recinto como una persona imponente y carismática, de baja estatura y vestida de una forma poco llamativa, en la que solo se resalta su camisa amarilla, que contrasta perfectamente con su tez oscura, de la cual está inmensamente orgullosa y que representa su cultura afrodescendiente, la principal comunidad que defiende e identifica. Trae el cabello corto, crespo y rapado en uno de los costados, rasgos que también representan a su raza.
Le pregunto acerca de las razones por las que decidió volverse escritora. Ella, con la energía que la caracteriza y con un amor por la literatura que se refleja en sus ojos, me responde: “Es una pasión que siempre ha estado dentro de mí. Desde pequeña escribía en el periódico escolar y me encantaba. Tuve maravillosos maestros que se fijaban en mis dibujos, en mis cuentos, y veían en mí algo distintivo, singular”. La manera de hablar, de interactuar con las personas, de compartir sus obras, refleja que la escritura, más que un trabajo, hace parte de su esencia: “Yo no elegí esta vocación, ella me eligió”.
Entre tantas anécdotas acerca de su infancia y adolescencia, me relató cómo en sus años de bachillerato y universidad no pensaba estudiar Literatura, e incluso había llegado a trabajar como tecnóloga educativa. En ese momento, cuando me dijo que estuvo a punto de elegir un camino diferente para su vida, me dio curiosidad saber por qué no decidió seguir su pasión desde un principio, así que le pregunté por qué había tomado esa decisión en su juventud y cómo tomaba su familia su vocación de ser escritora, a lo que respondió: “Yo crecí en un pueblo humilde de Puerto Rico, en Guaynabo, en donde muchos jóvenes no aspiran a estudiar en grandes universidades. Pero yo, teniendo la fortuna de tener una familia hermosa, luchadora, trabajadora, así como maestros maravillosos que me apoyaban sin condición, sentía que lo mínimo que podía conseguir era un trabajo estable, que me garantizara lo necesario. En ese momento creía que era lo más importante, pero obviamente el tiempo va acomodando todo y ahora vivo para lo que realmente nací, que es escribir, esa es mi felicidad”, cuenta.
En sus palabras, sus expresiones, su sonrisa, se puede ver a una persona orgullosa de donde viene, y que sabe a dónde va. Esta mujer, ganadora del PEN Club 2006 y premiada con una mención de honor por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, sabe que no solo quiere escribir para ser feliz, sino también para impactar a sus lectores, para dejar una huella imborrable, para cambiar la sociedad por medio de la literatura. Es por eso que cuando le pregunto de su propósito principal como escritora, me dice que lo que quiere es que la lea todo mundo, pues quiere que sus letras provoquen una reflexión acerca de qué se está haciendo para tener un mundo mejor. “Represento a las minorías, a las personas vulnerables, me gusta que mis personajes sean marginados, personas que no la están pasando tan bien, porque para mí es una forma de denuncia”, señala.
Y claro, ¿cómo no va sentir esa pasión por defender a los grupos vulnerables si hace parte de ellos? Como mujer homosexual y afrodescendiente, menciona que ha vivido el racismo y la opresión. Por lo tanto, se siente con la responsabilidad de hacer algo al respecto. “Ellos requieren de otro tipo de esfuerzos y de iniciativas para visibilizar esa vulnerabilidad. Yo pienso que la vida de cada ser humano es el mensaje que le vamos a dar al planeta, entonces ¿cómo vamos a transmitir algo si nos hacemos de la vista larga, o peor aún, si somos de los que oprimen?”, reflexiona.
Su lenguaje de protesta se refleja en sus obras más conocidas, como por ejemplo “Las Negras”, un libro que habla de las mujeres esclavas en Puerto Rico. Al hablar acerca de éste, trata el tema del estigma que se le tiene a la raza negra. “¿Por qué una mujer puede llamarse Blanca o Rosa, pero nunca Negra?”, pregunta. Las mujeres negras han sido violentadas por muchas generaciones, y, aunque ya el problema no tiene la misma gravedad, aún siguen atadas a miles de prejuicios.
Concluyó comentando que su experiencia favorita en este viaje al país fue la visita a la biblioteca de Sumapaz, de la cual afirmó: “Voy a escribir una crónica para el proyecto Bogotá Contada sobre las mujeres de Sumapaz, pues hay unas mujeres muy valerosas allí, pero lo que más me llamó la atención es cómo los hombres las apoyan. Estas son las alianzas que se necesitan para que estas mujeres salgan adelante, quisiera que fuera un evento de toda Latinoamérica para que se eliminen los crímenes de odio y feminicidios”.
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